Jornada Semanal, domingo 29 de septiembre del 2002          núm. 395
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS
MARIA VICTORIA LLAMAS:
AL DIABLO LOS OCULTAMIENTOS

Tiene una voz dulce, de apapacho, acompañada por un halo de humanismo cuando se trata de hablar con enfermos de sida, mujeres golpeadas o niños infractores. Es aquella voz que hace muchos años nos traía al español las transmisiones de los Oscar, los chistes en la entrega de los Grammy o la descripción del oropel en la boda de Lady Di. Es la voz que hoy conduce el micrófono para que secretarias, abuelos, taxistas e hijos de padres divorciados compartan con los demás todo lo que tienen por decir, y deja de lado a los políticos (¡uf!), los deportistas y los homicidas múltiples que cada vez cuentan con más espacios para desfogarse, soltar frases cómicas o cínicas sin cortapisa alguna.

María Victoria Llamas (df, 1940) cree en el periodismo que involucra a la gente; esa de todos los días que siempre ha sido anónima. Pero la atiende no para manipularla ni sentarla en un nefasto talk show donde se gritonean ante un auditorio morboso. No. Ella se ocupa de personas que relatan sus experiencias de vida para hacerse acompañar por otros en temas tan íntimos o tan públicos como la sexualidad, las drogas, el desempleo, la corrupción. Y lo hace sin juicios previos, sin arrogancia y sin esa "tendencia horrible" del ocultamiento entre los comunicadores en México que se plantan como seres infalibles.

Por eso recuerda con gusto uno de sus programas televisados sobre violencia donde relató haber sido una mujer golpeada. "Muchas señoras se identificaron conmigo y me dijeron que, como yo, saldrían adelante. Hay algunas cosas agradecibles de los comunicadores de Estados Unidos: su tendencia a personalizar y a presentarse como seres humanos que roncan, se ponen nerviosos y tienen problemas con sus parejas. Pero en México todos se sienten de bronce, dicen frases célebres siempre y se convierten en inaccesibles... ¡ya bájenle!", sonríe Mariví y humedece sus labios resecos.

Foto: Omar Meneses/archivo La JornadaSu familia fue todo, menos convencional. La madre, hija de judío ucraniano y católica lituana, nació en Francia y se educó en España. Su padre combatió en la Guerra Civil española. En casa se respiraba un aire contra los fanatismos y a favor del respeto a las diferencias. Pero si el jefe de familia era democrático de la puerta para afuera, en casa se tornaba autoritario. La joven deseaba estudiar letras francesas pero a los dieciséis años la opción dictada fue sólo una: Economía. Entró a
la unam, cursó la carrera por tres años y al tiempo se involucró en el movimiento magisterial de Othón Salazar. Su padre le prohibió la militancia y ella decidió continuarla... fuera de casa. A los diecisiete iba con locatarios de la Merced a botear y en las tardes alfabetizaba en colonias pobres. No era ya hija de familia.

Con una amiga de su madre consiguió vivienda, el primer trabajo y marido. El padrastro de su anfitriona estaba ligado al mundo del doblaje y la inició en esa tarea que le dio ingresos pero le exigió que se casara como la señorita decente que debía ser. Lo hizo con un joven de apellido fifí, aún estudiante y que con los años se convirtió en un infiel golpeador. Su abuela, tradicional y católica, le había dicho que ese marido era su cruz de por vida. Ella respondió sí, sí... pero no. Decidió que no y tras ocho años de matrimonio y con una hija de dos, se divorció.

Sin pensión alimenticia y sin trabajo estable comenzó en el puesto de menor rango de servicios lingüísticos del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos. A los tres meses era revisora en jefe, hacía traducciones para libros y agarraba cualquier chamba para mantener a su hija, pagar renta y guardería. En medio de un clima post ’68 con los aires rojos de la matanza estudiantil, la guerra de Vietnam y las reivindicaciones por los derechos civiles de negros y mujeres, conoció a su actual marido: un neoyorquino que pasó la prueba por sus ideas pacifistas y su defensa de los derechos humanos. Con él lleva treinta y tres años casada, procreó un hijo y ha compartido estancias en Nueva York, Guadalajara y el df.

En tierra tapatía se inició en tv con cápsulas sobre feminismo; ya con licencia de locutora estuvo en los programas Semblanzas culturales, La hora de Bellas Artes y otros. Entonces vino la Ciudad de México: gracias a una invitación de su tío Rafael –uno de sus personajes más entrañables, quien la guió, apoyó y amó de por vida– entró a Televisa, donde por once años fue guionista, reportera, comentarista, entrevistadora e intérprete.

Luego de experimentar con una productora de videos independiente (María Victoria Llamas y Asociados sa de cv), ha tenido espacios en radio (No sólo para mujeres/Radio Noticias), tv (María Victoria Llamas/Canal 13) y periódicos (El País, Excélsior). Los más recientes fueron Tiempo de compartir (Canal 11) y Llamas en la radio (Radio Red). Ahora ocupa a diario el micrófono en Llamas en la W (900 de am).

Poeta frustrada pues su libro Esta voz es de "poesía malísima que sólo me sirvió para no suicidarme", se siente a sus anchas en todos los medios; sin embargo siente a la radio más cercana y rica en cuanto apela a la imaginación y con ella se formó junto a Cri-Crí, los cachivaches y el tlacuache, palabras que no conoció de niña y le ayudaron a involucrarse con su país donde sigue estudiando psicología y ejerce un periodismo sin ocultamientos.