Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 23 de septiembre de 2002
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Política
León Bendesky

Resistencia

La economía mundial está dando tumbos sin encontrar manera alguna de orientarse hacia el crecimiento y a mejorar las condiciones de vida de los seres humanos. Esto ha ocurrido ya en otras ocasiones en el curso del último siglo, como fue el caso de la gran crisis de 1929-1933 y a mediados de los años 1970, cuando surgió lo que se llamó la estanflación, la coexistencia de la recesión productiva y la elevación de los precios y que obligó a repensar la teoría y la política económicas. Ahora las dificultades surgen luego de una larga y fuerte expansión de la economía de Estados Unidos en la década de 1990, que funcionó como una fuerza de arrastre y dio un contenido al proceso que se conoce como globalización.

Los políticos y los economistas han creído en distintas ocasiones haber encontrado la fórmula para evitar los ciclos en la evolución de la economía y la recurrencia de las crisis. Eso no ha ocurrido aún, por razones complejas que tienen que ver con el propio entendimiento de las fuerzas económicas y sobre todo de su vinculación con las motivaciones políticas y con el entorno institucional en que se desenvuelven las relaciones en una sociedad de mercado.

Los periodos de auge generan casi inevitablemente una creencia de que, finalmente, se ha hallado la fórmula del crecimiento y la estabilidad duraderas, para luego ser desmentida radicalmente por la reaparición de la crisis y el reacomodo que ella significa. Las crisis cumplen, efectivamente, una función de acomodo de las condiciones sociales que es ciertamente costoso y desigual, porque la estructura de la economía es origen y resultado, al mismo tiempo, de un entramado de poder. Piénsese solamente que hoy, desde la izquierda, en todas partes se demanda mayor injerencia del Estado en las cosas públicas como forma de protección básica de los grupos de la sociedad, pero es el mismo Estado el que crea el marco para la acumulación del capital y hasta para la comisión de los excesos que se expresan en la especulación y los abusos corporativos que van desde los flagrantes delitos hasta la inmoralidad. El mercado no es una entidad autónoma y con una vida propia con respecto del Estado. En ese dilema reside una de las grandes crisis del pensamiento actual sobre la sociedad y provoca un enorme desgaste en las condiciones de vida de la mayor parte de la humanidad.

Al entusiasmo que genera el auge acaban sumándose prácticamente todos, los políticos, los técnicos, los profesores y, sobre todo, los dueños del dinero. Pero eso suele pagarse caro: unos pueden perder las elecciones, otros tienen que desdecirse de sus análisis o pasar de moda y los que mueven los grandes negocios minimizan sus pérdidas y reacomodan sus posiciones en la guerra para limitar la competencia. Obsérvese lo que ocurrió en la mayor economía del mundo, la de Estados Unidos: hasta las voces que en un principio advertían de la fragilidad intrínseca del auge sostenido por la especulación bursátil sucumbieron al entusiasmo y han quedado al margen. La estructura corporativa se ha desfondado en un mar de ilegalidad y corrupción de la que sólo se conoce aún una parte. El gobierno del señor Bush recibió una situación financiera con excedentes, en tan sólo año y medio ha llevado nuevamente al déficit. El único discurso posible de la más grande potencia del mundo es el de la guerra.

Hoy tenemos enfrente pocos argumentos relevantes para comprender este nuevo periodo de crisis. El crecimiento del producto es muy lento, con el consiguiente desempleo y marginación, la situación de las finazas públicas es frágil y compromete la prestación de los servicios sociales, la gestión monetaria reduce las tasas de interés, pero la inflación no baja lo suficiente y junto con los altos impuestos hace poco atractivo el ahorro. Pero la trampa es que en esa situación tampoco se fomenta el consumo y la inversión como fuentes para recuperar el crecimiento. La noticia económica más popular es la de las fuertes caídas de los mercados accionarios alrededor del mundo.

No hay un pensamiento de alguna claridad que oriente las acciones de los gobiernos o de los organismos internacionales. La pérdida de relevancia y la sumisión de estos últimos puede verse en su participación en la crisis de Argentina. Al mismo tiempo la crisis política se hace cada vez más evidente en la incapacidad para reorientar a la sociedad por un camino más productivo y solidario y en la confrontación creciente que significa la guerra y su inminente extensión a una escala que será seguramente muy destructiva, como sucede en el Oriente Cercano.

A veces nos es difícil, o bien nos resistimos como manera de mantener una mínima cordura, a reconocer la enorme incapacidad de los gobernantes y de las instituciones que deciden prácticamente en todo momento nuestras condiciones de existencia. Pero tal vez una prueba de salud mental, de resistencia, sea la de aceptar abiertamente esa situación. Repasemos el elenco que tenemos enfrente, coloquemos los hechos sobre la mesa. El resultado de este ejercicio no es alentador y esa condición no va a cambiar pronto, al contrario, todavía tiene lugar para agravarse. Los problemas no se están resolviendo y los conflictos lejos de empezar a superarse, están, en cambio, en una etapa de empeoramiento.

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