Raquel Tibol Afirma la maestra Raquel Tibol que la artista plástica Susana Sierra "privilegia la intemporalidad y la pintura como ilusión o meditación". También nos dice que, al igual que Rufino Tamayo, la pintora experimenta "la necesidad de impulsar una apoteosis cósmica", alejada tanto del naturalismo como del esteticismo insignificante. De ahí parte la línea conceptual de la más reciente exposición individual de Susana Sierra, titulada Las piedras del espacio, albergada por el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez en Zacatecas hasta hace unos días, y que a partir del pasado 12 de septiembre se exhibe en el Instituto Cultural Mexicano de San Antonio, Texas.
Al atacar el espacio con audacia, de manera impulsiva y global, Susana Sierra se situaba en terrenos familiares a la abstracción romántica y a la pintura de acción, con sus estructuras dinámicas y vertiginosas. En junio de 1993 tuvo su vigésima segunda muestra individual en la Galería Lourdes Chumacero: técnicas mixtas sobre tela o papel. Con alta calidad se ubicaban dentro de un arte que, siendo abstracto, se acercaba a ciertas maneras de Rufino Tamayo, quien gustaba de recordar una y otra vez que no había que catalogarlo como abstracto porque nunca había abandonado la figura o las formas derivadas o evocadoras de la realidad, aunque ésta fuera de dimensión cósmica. Como Tamayo, Susana ha usado polvos para engrosar la materia: como Tamayo ha procurado que las superficies brillen lo menos posible; como Tamayo ha dejado que los colores vayan haciendo lo suyo a medida que los mezcla y superpone en el soporte, en un lírico juego de transparencias verdaderamente turbulento; como Tamayo, salpicaba, chorreaba, raspaba, frotaba, cambiando en el proceso la posición del cuadro para conseguir una indefinición de límites. La serie presentada en el 93 se titulaba Introvisión y su sentido era de carácter subjetivo, erótico y acuoso. En los cuadros los remolinos se precipitaban para formar montes de Venus palpitantes de excitación sexual o se desgarraban en cavernas hacia lo más profundo del vientre femenino. Lo acuoso se encorvaba perfilando piernas, caderas, ombligos, que no estaban representados, apenas sugeridos. En esas obras las parábolas eróticas actuaban como un sobrevalor de la plástica visible, haciendo verosímil el contenido simbólico de la abstracción. Para Susana Sierra, como para Tamayo, la técnica no era un fin en sí misma, sino un medio para desarrollar una poética visible. Había trabajado con ahínco para lograrla. En 1993 la había alcanzado.
Ahora, en una serie de cuadros trabajados entre 2001 y 2002, la mayoría de gran formato, comprendidos bajo el título común de Las piedras del espacio, Susana Sierra ha salido con su imaginación al macrocosmos, a los aerolitos, a las galaxias, a las estrellas fugaces, y también a las espirales, los triángulos, los cuadrados, los círculos concéntricos utilizados por los astrónomos como signos para diseñar los mapas del más allá de la bóveda celeste observable a simple vista. Susana no ha utilizado telescopios que enriquecieran su percepción, ni ha seguido ruta alguna a partir de la ciencia. En el desarrollo de estas obras recientes no se atuvo a condiciones perceptivas, lo que equivale a decir que sus imágenes no provienen de la naturaleza. Cuando mucho algunas lecturas capaces de provocar procesos mentales, reflexiones que equivalieran a sondeos seguramente arbitrarios. Pero el crescendo metafórico tuvo un punto de partida muy terreno: unas lajas de piedras salidas de un pizarral de la India, llegadas a México en un cargamento que para Susana, tras adquirir algunas de ellas, se convirtió en mina de sugerencias. La estructura hojosa, donde se combinaban armoniosamente ocres, grises y rojizos, debió surgir supuso la pintora de una tarea de hielos y fuegos cósmicos; rocas meteóricas que penetraron en la atmósfera terrena y se incrustaron en el suelo ya con los colores de su inconmensurable exhalación. Su imagen interiorizada del mundo fue el mejor pretexto para una formulación artística que no intentaba competir con la astrología medieval, sino suplantar la experiencia sensorial con caprichosas deducciones virtuales. Quizá Susana Sierra recordó que también Rufino Tamayo experimentó la necesidad de impulsar durante muchos años de su vida una apoteosis cósmica, premonitoria en su caso de las conquistas espaciales de la segunda mitad del siglo xx. Pero las configuraciones pictóricas de quien se reconoce influida por Tamayo le deben su fuerza a la conjunción de sensualidad y fantasía. Una sensualidad que suma la acción automática a razonamientos precisos en torno a las texturas conseguidas gracias a una combinación de materiales: óleos, acrílicos, resinas, caolín, bentonita, blanco de España, polvo de mármol o de piedra pómez, hoja de plata, polvos dorados, piedrecillas diversas (cuarzos, piritas, calcitas...)
Dos son las estaciones en donde se detendrán Las piedras del espacio, presentadas como instalación: el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez, de Zacatecas (desde el 22 de junio) y el Instituto Cultural Mexicano de San Antonio, Texas (desde el 12 de septiembre). En estas exhibiciones Susana Sierra ha querido darle un lugar concreto a las piedras, que tienen en los cuadros un papel protagónico. Les ha dado un cierto orden, aunque no las ha alterado interviniéndolas con otros materiales, porque, como Marcel Proust, aprecia de las piedras sus colores cálidos, así como ciertos dorados resultantes de los milenarios golpazos de los rayos que en su impacto liberan chispas y luz. Quien haya seguido el riguroso trabajo artístico de Susana Sierra, apreciará en la actual etapa una promoción de nuevos sentidos. A ello se debe que la sustancia plástica se presente modificada y hasta cierto punto transformada. El pintor sólo puede explicitar los significados poéticos y metafóricos a través de las específicas propiedades de los materiales, desplegando con ellos su capacidad de elaboración y transfiguración. Tan lejos del naturalismo como de un esteticismo
insignificante, Susana Sierra está desbordando la lógica
propia de un enfoque científico para resumir el universo con sus
propias claves, reverentemente.
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