La Jornada Semanal,   domingo 22 de septiembre del 2002        núm. 394
Susana Sierra y Las piedras del espacio

Raquel Tibol

Afirma la maestra Raquel Tibol que la artista plástica Susana Sierra "privilegia la intemporalidad y la pintura como ilusión o meditación". También nos dice que, al igual que Rufino Tamayo, la pintora experimenta "la necesidad de impulsar una apoteosis cósmica", alejada tanto del naturalismo como del esteticismo insignificante. De ahí parte la línea conceptual de la más reciente exposición individual de Susana Sierra, titulada Las piedras del espacio, albergada por el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez en Zacatecas hasta hace unos días, y que a partir del pasado 12 de septiembre se exhibe en el Instituto Cultural Mexicano de San Antonio, Texas.

En 1989 Susana Sierra (nacida en la Ciudad de México en 1942) tuvo una importante individual en el Museo de Arte Moderno de Chapultepec. Un trabajo constante le había permitido mostrar con anterioridad otras dieciocho exposiciones individuales en México, Francia, Suiza, Yugoslavia, Bulgaria, Alemania, España. Dos veces había obtenido premios de adquisición en el Salón Anual de Pintura (1980 y 1983) y en 1988 fue becada por la Fundación Pollock-Krasner en Estados Unidos. Esa exposición en el mam ayudó a constatar que Susana Sierra había llegado a un dominio tal de sus medios (color, composición, materia, gestualidad) como para imprimirle a la pintura una gran energía comunicante. El conjunto se titulaba Absorción, pero en esas telas nada estaba rechupado ni embebido ni impregnado. Una equivalencia exaltada de lo acuoso fluía y empapaba los ojos del espectador.

Al atacar el espacio con audacia, de manera impulsiva y global, Susana Sierra se situaba en terrenos familiares a la abstracción romántica y a la pintura de acción, con sus estructuras dinámicas y vertiginosas.

En junio de 1993 tuvo su vigésima segunda muestra individual en la Galería Lourdes Chumacero: técnicas mixtas sobre tela o papel. Con alta calidad se ubicaban dentro de un arte que, siendo abstracto, se acercaba a ciertas maneras de Rufino Tamayo, quien gustaba de recordar una y otra vez que no había que catalogarlo como abstracto porque nunca había abandonado la figura o las formas derivadas o evocadoras de la realidad, aunque ésta fuera de dimensión cósmica. Como Tamayo, Susana ha usado polvos para engrosar la materia: como Tamayo ha procurado que las superficies brillen lo menos posible; como Tamayo ha dejado que los colores vayan haciendo lo suyo a medida que los mezcla y superpone en el soporte, en un lírico juego de transparencias verdaderamente turbulento; como Tamayo, salpicaba, chorreaba, raspaba, frotaba, cambiando en el proceso la posición del cuadro para conseguir una indefinición de límites.

La serie presentada en el ’93 se titulaba Introvisión y su sentido era de carácter subjetivo, erótico y acuoso. En los cuadros los remolinos se precipitaban para formar montes de Venus palpitantes de excitación sexual o se desgarraban en cavernas hacia lo más profundo del vientre femenino. Lo acuoso se encorvaba perfilando piernas, caderas, ombligos, que no estaban representados, apenas sugeridos. En esas obras las parábolas eróticas actuaban como un sobrevalor de la plástica visible, haciendo verosímil el contenido simbólico de la abstracción. Para Susana Sierra, como para Tamayo, la técnica no era un fin en sí misma, sino un medio para desarrollar una poética visible. Había trabajado con ahínco para lograrla. En 1993 la había alcanzado.

Inmanencia fue el título que Susana le puso a su exposición de 1999 en la Galería Juan Martín. Ese título remitía a la etapa en que la pintora se dedicó, por los años sesenta, a estudios de filosofía, después de haber deambulado por Italia y Francia en busca de una definición vocacional. Si inmanencia significa permanencia del ser, Susana Sierra inducía al espectador a meditar sobre la permanencia en la obra definitiva del acto de pintar. La acción de pintar queda dentro del cuadro y a través de él expresa su esencia, o sea: la imagen observable tiene contenidos no narrativos, propios de la pintura. Para darle mayor contundencia a esta intención poético-filosófica, Susana le otorgó a sus cuadros el carácter de textos pictóricos. No eran pinturas de acción o gestuales; en ningún momento trataba de representar realidad alguna, aunque a veces lo terrestre (cerro, agua, hondonada, erupción) era citado como memoria o sentimiento, en simulaciones de comunicación verbal. En siete pequeñas lajas de pizarra esgrafiadas con caligrafías coloridas, Susana insistía en la expresión poética contenida en las sugerencias de escrituras. Ahí también lograba cristalizar la fórmula de textos ilegibles pero significativos.

Ahora, en una serie de cuadros trabajados entre 2001 y 2002, la mayoría de gran formato, comprendidos bajo el título común de Las piedras del espacio, Susana Sierra ha salido con su imaginación al macrocosmos, a los aerolitos, a las galaxias, a las estrellas fugaces, y también a las espirales, los triángulos, los cuadrados, los círculos concéntricos utilizados por los astrónomos como signos para diseñar los mapas del más allá de la bóveda celeste observable a simple vista. Susana no ha utilizado telescopios que enriquecieran su percepción, ni ha seguido ruta alguna a partir de la ciencia. En el desarrollo de estas obras recientes no se atuvo a condiciones perceptivas, lo que equivale a decir que sus imágenes no provienen de la naturaleza. Cuando mucho algunas lecturas capaces de provocar procesos mentales, reflexiones que equivalieran a sondeos seguramente arbitrarios. Pero el crescendo metafórico tuvo un punto de partida muy terreno: unas lajas de piedras salidas de un pizarral de la India, llegadas a México en un cargamento que para Susana, tras adquirir algunas de ellas, se convirtió en mina de sugerencias. La estructura hojosa, donde se combinaban armoniosamente ocres, grises y rojizos, debió surgir –supuso la pintora– de una tarea de hielos y fuegos cósmicos; rocas meteóricas que penetraron en la atmósfera terrena y se incrustaron en el suelo ya con los colores de su inconmensurable exhalación. Su imagen interiorizada del mundo fue el mejor pretexto para una formulación artística que no intentaba competir con la astrología medieval, sino suplantar la experiencia sensorial con caprichosas deducciones virtuales.

Quizá Susana Sierra recordó que también Rufino Tamayo experimentó la necesidad de impulsar durante muchos años de su vida una apoteosis cósmica, premonitoria en su caso de las conquistas espaciales de la segunda mitad del siglo xx. Pero las configuraciones pictóricas de quien se reconoce influida por Tamayo le deben su fuerza a la conjunción de sensualidad y fantasía. Una sensualidad que suma la acción automática a razonamientos precisos en torno a las texturas conseguidas gracias a una combinación de materiales: óleos, acrílicos, resinas, caolín, bentonita, blanco de España, polvo de mármol o de piedra pómez, hoja de plata, polvos dorados, piedrecillas diversas (cuarzos, piritas, calcitas...)

De ciclos anteriores Susana Sierra rescata para Las piedras del espacio craquelados, esgrafiados, signos semejantes a escrituras orientales caligrafiados casi siempre en rojo. Las ricas texturas operan como manifestaciones de un universo en constante agitación, el cual escapa al campo de la visibilidad, pero es rescatado gracias a la fuerza reflexiva e imaginativa de la artista, quien privilegia la intemporalidad y la pintura como ilusión o meditación. El artificio espacial le provoca un gozo para nada semejante al producido por el contacto con la naturaleza circundante, experimentado por Susana en un pasado reciente, aunque las obras actuales guarden, en su concepción, algunas familiaridades con ciertas articulaciones del land art. A fin de cuentas en el cosmos está comprendida la Tierra y todo lo que tiene existencia física fuera de ella.

Dos son las estaciones en donde se detendrán Las piedras del espacio, presentadas como instalación: el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez, de Zacatecas (desde el 22 de junio) y el Instituto Cultural Mexicano de San Antonio, Texas (desde el 12 de septiembre). En estas exhibiciones Susana Sierra ha querido darle un lugar concreto a las piedras, que tienen en los cuadros un papel protagónico. Les ha dado un cierto orden, aunque no las ha alterado interviniéndolas con otros materiales, porque, como Marcel Proust, aprecia de las piedras sus colores cálidos, así como ciertos dorados resultantes de los milenarios golpazos de los rayos que en su impacto liberan chispas y luz.

Quien haya seguido el riguroso trabajo artístico de Susana Sierra, apreciará en la actual etapa una promoción de nuevos sentidos. A ello se debe que la sustancia plástica se presente modificada y hasta cierto punto transformada. El pintor sólo puede explicitar los significados poéticos y metafóricos a través de las específicas propiedades de los materiales, desplegando con ellos su capacidad de elaboración y transfiguración.

Tan lejos del naturalismo como de un esteticismo insignificante, Susana Sierra está desbordando la lógica propia de un enfoque científico para resumir el universo con sus propias claves, reverentemente.