Ojarasca 65  septiembre de 2002

Maquilas en Juárez

"Prosperidad"
inmediata,
desastre futuro

Saul Landau

indcocalero
Indígena mascando coca. Hacia 1930



Después de investigar por semanas las condiciones laborales y ambientales en la frontera de Estados Unidos con México, llego a la conclusión de que al sistema de producción que nos inunda con productos --la "globalización"--, le falta un cerebro humano pero tiene una excelente calculadora. Aunque los gerentes de las fábricas multinacionales y los urbanizadores de los enormes parques industriales de las ciudades fronterizas del lado mexicano tienen importantes títulos universitarios y hablan con coherencia de estados de cuenta, no encuentro evidencia de una inteligencia sensible.

El "sistema" funciona sobre una base racional: posee medidas para evaluar la eficiencia, pero carece de razón humana. El sistema global necesita recursos adecuados, agua, aire y tierra buenos para seguir haciendo los productos que promociona implacablemente a todos los compradores potenciales. Sin embargo, a fin de hacer "competitivos" sus productos arruina sistemáticamente el agua, el aire y la tierra y destruye prematuramente la esencia de la gente que debe trabajar en sus fábricas. En suma, desafía la sabiduría del viejo árabe que dice: "No cagues en el plato donde comes".

Ciudad Juárez, en Chihuahua, es un caso claro. A fines de junio me hallaba en la margen sur de un canal de aguas negras de veinticinco pies de ancho que cruzaba la ciudad. Nuestra cámara de video enfocaba a Osvaldo Aguinaba, un viejo campesino, que estaba al otro lado. Traté de que el hedor que subía de la rápida corriente no interfiriera con mis pensamientos.

"Dígame", grité a través del fétido tributario, "¿esta agua apestosa siempre ha corrido por aquí?"

"Sí, pero eran sólo aguas albañales, desechos de seres humanos." Vestido con ropa blanca de trabajo asintió con la cabeza y señaló la pútrida corriente de agua, "pero ahora están mezcladas con los desechos químicos de las fábricas. Esas fábricas son responsables de casi toda la porquería. Están arruinando el campo".

Otro viejo agricultor en blue jeans, camisa roja y gorra de beisbol se unió a él. Movió la cabeza. "El gobierno está dejando morir la agricultura", dijo mientras señalaba la corriente.

Si uno trepa a una escalera donde estaban los agricultores puede ver Texas como a media milla. En el lado mexicano, a unas 25 millas al sureste de Juárez, se cultiva sorgo y otros alimentos para el ganado junto con el algodón. "No nos dejan usar el agua para regar los frutales", me dijo. ("Gracias a Dios", murmuré. Pero qué tanto pueden vigilar las autoridades en el Chihuahua rural.)

Osvaldo dijo que todavía cultiva algo de trigo. Sentí un estremecimiento. "Sí, las aguas negras se infiltran en los campos. ¿Qué podemos hacer? Ha habido una larga sequía. Tenemos que comer. Los animales también. Tenemos que atender nuestros cultivos y venderlos con cualquier tipo de agua que podamos encontrar."

Se supone que la gente se come el trigo, y la carne y la leche de las vacas que comen los granos regados con este río tóxico. A unas pocas millas al sur una planta convierte los desechos sólidos en barras de sedimento que luego venden a los agricultores como fertilizante. No soy científico, pero mi olfato me dice que me aleje de las aguas negras y no coma nada que haya estado en contacto con ellas.

"Los peores contaminantes son los residuos del procesamiento de metales", dice Federico de la Vega, quien estudió ingeniería química en mit y regresó a Ciudad Juárez para dirigir un negocio de distribución de cervezas y refrescos y a arrendar parques industriales a las maquiladoras extranjeras.

"La limpieza de metales para cerraduras y otros productos industriales implican el uso de cloro, bromo y otros elementos verdaderamente tóxicos, y yo sé que algunos de los gerentes de las maquiladoras no se deshacen de los residuos venenosos de la manera adecuada. Me preocupa especialmente la salud de las mujeres embarazadas que entran en contacto con compuestos peligrosos."

Hasta Jaime Bermúdez, el padre y principal promotor de los parques industriales en Juárez admitió que los problemas ambientales son graves. "Pero esos problemas podemos resolverlos. Las maquiladoras traen puestos de trabajo, y sin trabajo no somos nada."

Me recordó el mantra de algunos sindicatos estadunidenses hace algunas décadas, cuando sus afiliados exigían afrontar los peligros químicos, nucleares y otros, en el puesto de trabajo.

"¿Qué es más importante, un poco de porquería en el aire y en el agua o la oportunidad de ganarse la vida para su familia? Pórtense como trabajadores duros. Lo ambiental es para afeminados."

En ciudades fronterizas como Juárez la contaminación te golpea en los ojos, los oídos, la nariz, la garganta, los pulmones. Respire profundamente, aunque no esté parado junto a una de las corrientes pútridas.

"En primer lugar están los autobuses antiguos", dice Félix Pérez, activista local del medio ambiente. "Los vehículos muy usados son el medio básico de transporte de la ciudad. No sólo son muy incómodos, sino que emiten enormes cantidades de vapores nocivos."

Pérez señaló los viejos omnibuses escolares estadunidenses, que van y vienen cargados de obreros entre las colonias donde viven y las fábricas donde trabajan. Algunos tienen poco o ningún amortiguamiento: saltan por las calles sin pavimentar y con hoyos, a lo largo de las cuales están las desvencijadas casuchas --ahí viven algunos de los que producen artículos para el hogar, piezas para trailers elegantes y nuevos accesorios para automóviles y computadoras. Un viaje promedio de la colonia a la fábrica tarda casi una hora.

"Lo cierto es que no tenemos un sistema de transporte que respete el ambiente. Agréguese el hecho de la contaminación producida por las medidas de seguridad posteriores al 11 de septiembre, puestas en práctica por las autoridades fronterizas de Estados Unidos, y el aire se hace verdaderamente irrespirable."

Pérez se refiere al tiempo extra requerido ahora para cruzar los tres puentes que enlazan Ciudad Juárez con El Paso, Texas. La demora elevó el tiempo de espera por lo menos al doble, así que los residentes de Juárez y El Paso absorben el doble de la emisiones provenientes de los autos y camiones que esperan su turno con el motor encendido para que la Aduana estadunidense les permita cruzar. No hace falta decir que los vehículos mexicanos no han pasado la inspección de control de emisiones.

"Luego está el asunto de la carencia de agua", continúa Pérez. "El otrora poderoso Río Bravo está reducido a un arroyo en algunas partes de Juárez y lo que queda es un desafío al contacto humano. A Juárez le queda agua para cinco años", predice. "Los funcionarios de la ciudad han descubierto una fuente de agua en el desierto, a unas millas de aquí, pero está localizada en un cementerio nuclear, donde hay enterrado, entre otras cosas, cobalto radiactivo. Puede haberse infiltrado en el agua." Nadie sabe con certeza si el agua será apta para el consumo. Los ricos, por supuesto, compran agua embotellada.

La mano de obra barata en sitios como México será abundante por muchas décadas. Pero las compañías abandonan a los trabajadores más viejos en favor de adolescentes, la mayoría de los cuales tendrá suficiente salud y energía para las necesidades productivas de los próximos cinco años. Al llegar a los cuarenta surgen los cánceres, las enfermedades pulmonares y los síndromes asociados con movimientos repetitivos.

Justo cuando nos marchábamos de Juárez la compañía Scientific-Atlanta, el segundo fabricante estadunidense de armazones de televisores, anunció que había eliminado 1 300 empleos en México debido a la disminución de la demanda. En octubre Scientific-Atlanta mudó sus operaciones de Atlanta a Juárez. Un vocero de la compañía, Paul Sims, advirtió que vienen más reducciones de puestos.

Así que los recién llegados a Juárez en busca de trabajo se enfrentan ahora al desempleo sin seguridad alguna y con un entorno físico que parece insostenible.

¿Por qué --pregunté retóricamente-- las brillantes personas que idearon las maquiladoras como base económica no pensaron en la posibilidad de situaciones extremas? ¿Es esa la propia naturaleza del nuevo orden mundial, un corporativismo global que dicta la prosperidad a corto plazo y el desastre en el futuro?

  

Saul Landau es director de Medios Digitales y de Extensión Internacional del Colegio de Letras, Artes y Ciencias Sociales de la Universidad Politécnica Estatal de California en Pomona.
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