La Jornada Semanal,   domingo 15 de septiembre del 2002        núm. 393
Ignacio Solares

Terra nostra  y la identidad mexicana

Parafraseando a Valle-Inclán, podemos decir que las cosas no son como las vivimos sino como las leemos (él decía: como las recordamos). Para quienes la literatura merece considerarse como una conquista verbal de la realidad, no hay mejor posesión de la cosa misma que su lectura: el conocimiento de su nombre verdadero (ese nombre oculto que aun sin proponérselo, todo escritor busca). Así, por ejemplo, la literatura es capaz de impregnar a ciertas ciudades y recubrirlas con una pátina de mitología y de imágenes más resistentes, mucho más resistentes al paso de los años, que su propia arquitectura y su historia "reales", tal como ha sucedido con La región más transparente de Carlos Fuentes, el mejor acceso que tenemos ya a aquella ciudad, tan distinta a la de hoy, que fue la capital de México. El propio Fuentes nos lo dice en un texto posterior, "Las mañanitas", en Agua quemada: "Antes, México era una ciudad con noches llenas de mañanas. A las dos de la madrugada […] ya era posible oler la tierra mojada del siguiente día, respirar el perfume de las jacarandas y sentir muy cerca los volcanes. El alba todo lo aproximaba, montañas y bosques. Federico Silva cerraba los ojos para aspirar mejor ese olor único del amanecer de México; el rastro rápido de los légamos olvidados de la laguna. Oler eso era como oler la primera mañana. Sólo quienes saben recuperar así el lago desaparecido conocen de veras esta ciudad, se decía Federico Silva. Eso era antes, ahora…"

Pero si, decíamos, en La región más transparente el escritor recubre su ciudad con una página de mitología y de imágenes más resistentes al paso de los años que su propia arquitectura y su historia "reales", la culminación inevitable, la visión totalizadora de esa mexicanidad más allá de la mexicanidad misma y su entorno–como ciudad, como país y finalmente como universo–, la visión totalizadora se dará en Terra nostra, uno de los grandes monumentos de la novelística escrita en nuestro idioma, según dijo Juan Goytisolo.

En relación a Terra nostra lo primero que llama la atención es la capacidad de autor para dialogar consigo mismo (esto es, a la larga, con el lector mismo) a través de sus libros. En una página de Aura encontramos ya en ciernes el proyecto de Terra nostra, que aparecerá trece años después. Se dice el personaje, Felipe Montero: "Si lograras ahorrar por lo menos doce mil pesos, podrías pasar cerca de un año dedicado a tu propia obra, aplazada, casi olvidada. Tu gran obra de conjunto sobre los descubrimientos y conquistas españolas en América. Una obra que resuma todas las crónicas dispersas, las haga inteligibles, encuentre las corrientes entre todas las empresas y aventuras del siglo de oro, entre los prototipos humanos y el hecho mayor del Renacimiento".

Y, bueno, es significativo que en la novela más breve del autor –y trece años antes– se anuncie ya, con tal precisión, su obra más ambiciosa y de mayores dimensiones, la que seguramente le llevó más de ese año de trabajo y le costó también más de los doce mil pesos que, supuestamente, requería.

El tema de Terra nostra es la utopía hispanoamericana, o mejor dicho: la voluntad y la pasión, a través de cuatro siglos, a través de la historia común del mejor viejo mundo español y el nuevo mundo americano, de encontrar o crear el mejor de los ámbitos posibles para el hombre. Utopía: lugar que no existe. Proyecto de ciudad, o sociedad, o forma de vida, que son deseables pero no realizables. La utopía aparece en el libro de Fuentes como aquella finalidad de la Historia contra la cual la Historia misma no ha dejado nunca de conspirar.

Pero en la novela de Fuentes también hay otro mundo, apenas apuntado por momentos, pero siempre presente, más allá del espacio y del tiempo. Hay esa Eternidad, ese cielo primero y último, la gran ilusión en que la Historia no ha mordido, no ha medrado. El sitio total o el instante absoluto en el que todos los hombres están en Dios o son Dios. Finalmente, la Historia y la Cultura no son más que el trayecto y el combate de los hombres hacia tal lugar o –aunque quizá no lo sepamos– desde tal lugar. Por eso el personaje principal en la obra de Fuentes ha sido el tiempo y sus edades. Ahí están las tres tesis de Cumpleaños (novela que, por cierto, podría ser la continuación de Aura, dentro del diálogo que realiza el escritor en y dentro de su propia obra): "El mundo es eterno, luego no hubo creación; la verdad es doble, luego puede ser múltiple; el alma no es inmortal, pero el intelecto común de la especie es único"; tesis instrumentadas, ilustradas, a lo largo de Terra nostra.

El viejo Artemio Cruz puede regresar rejuvenecido por su muerte –por cierto: visión única, casi insólita, en la literatura mexicana, del nuevo despertar que podría ser el morir–; el viejo Artemio Cruz puede regresar a reencarnar en algún pasaje de Terra nostra. Por ejemplo en este: "Regresas a ti mismo. Regresas a tu miserable cuerpo, tu sangre, tus entrañas, tus sentidos… Debes dormir y reconocer tu muerte en el sueño. Te preguntas si eres el único que así parece: como los antiguos cátaros, sonríes. Y en ese instante dejas de creer que tú eres tú: esto le está sucediendo a otro. No a otro cualquiera. A Otro. El Otro."

En la obra de Fuentes, en efecto, todos los cuerpos son su metamorfosis y todas las almas (las almas de sus personajes) son su transmigración. No sólo sería científicamente comprobable la existencia de un inconsciente colectivo en su obra literaria sino que en ella, como en toda gran creación, queda abolida la muerte.

En este sentido, al combatir –pero así como combate el viento con las banderas– contra la supuesta realidad, en todas sus acepciones, y formas, el artista, al asumir su rebeldía, se convierte en el único creyente verdadero de hoy. No bastan este mundo y sus utopías: hay necesidad de crear otro mundo mejor, aunque sea tan sólo en el papel, dentro del universo particular del libro. "Señor de los milagros que están escondiendo en cualquier sitio y en cualquier letra que leamos", decía San Agustín.

En el nuevo mundo la tragedia se repite, pero también la farsa. La Historia sigue siendo una utopía enferma o, mejor dicho, enloquecida. El autor (su personaje principal: el tiempo), ha vuelto al punto de partida. Sólo les quedará a los personajes una salida: renacer en esta misma tierra –los personajes de Fuentes están condenados a renacer siempre en esta misma tierra– a través del deseo, de la unión, que logra por fin abolir la Historia y sus prisiones. Unión que se da por supuesta entre el autor y su creación: verdadero nuevo mundo al que hemos arribado precisamente en el instante de concluir el libro.

En pocas novelas modernas se advierte tan bien como en Terra nostra la propensión totalizadora que anida en el género de la ficción narrativa: esa vocación numérica de querer extenderse, crecer, multiplicarse en descripciones, personajes, situaciones, hasta agotar su mundo, hasta representarlo en lo más vasto y lo más mínimo, en todos sus niveles y desde todos sus ángulos. Algunas novelas clásicas –ejemplos de las más altas hazañas del género– como La montaña mágica, La regenta, Paradiso, Rayuela, nos parecen, en su desmesurada ambición, en su fantástico alcance cuantitativo, haber logrado ese utópico designio congénito al arte novelesco, describiendo su mundo, su historia, de manera total, absoluta; es decir, tanto intensa como extensa, en cualidad como en cantidad. A esa ilustre estirpe de obras omnívoras pertenece Terra nostra.

Así, a través de su lectura, el mundo de Terra nostra se añade al nuestro y nos lo aclara, ayudándonos a entendernos en tanto sus propias claves y en tanto que ilustra nuestra fundación como mexicanos, lo que es decir como seres habitantes de esta tierra inevitable y aún no "nuestra". Pero la literatura la hace un poco más "nuestra". Como toda gran obra literaria, Terra nostra completa nuestras vidas, añadiéndoles algo que ellas, por sí solas, nunca serían ni tendrían ni verían ni sentirían.