Jornada Semanal,  domingo 15 de septiembre del 2002                 núm. 393

MUDANZAS

Los norteamericanos, se sabe, están obsesionados con el estrés. En cada revista, periódico, o en los centenares de libros de autoayuda que se publican al mes en ese país, podemos encontrar recetas para combatirlo, estrategias para evitarlo, y por supuesto, estudios rigurosos que revelan cuáles son las situaciones que lo provocan.

Según los norteamericanos, que por supuesto en su mayoría ignoran todo acerca de las condiciones de vida en la India, en México, en Argentina o Colombia, la principal causa de estrés es el fallecimiento de un pariente. Lo creo, siempre y cuando no haya inundaciones mortíferas (India); una administración tributaria delirante, asaltos por todas partes, pobreza, etcétera (México); corralitos bancarios (Argentina); violencia e ingobernabilidad (Colombia), para no hablar de la guerra, las epidemias y los terremotos. Pero imaginemos por un momento que vivimos en un idílico pueblo norteamericano, y que como tantos ciudadanos del vecino país, no sabemos qué pasa en el resto del mundo (aunque, ay, el resto del mundo sepa que Estados Unidos está haciendo, por ejemplo, un papelazo autoritario y arrogante en Johannesburgo y amenaza a Irak). Volvamos a nuestro pueblo, uno de esos lugares en los que se puede salir a pasear de noche o dejar la puerta de la casa abierta sin que pase nada, actividades y omisiones inimaginables para nosotros, pues somos gente acostumbrada a que nos roben los calcetines con todo y los zapatos puestos, y a duras penas le abrimos la puerta a los invitados. Conjeturemos el pueblo idílico, en el que no hay contaminación ni pobreza. No se nos ha muerto ningún pariente. Tampoco estamos en medio de un divorcio (la segunda causa de estrés). Debemos, entonces, evitar la mudanza, pues es la tercera causa de estrés. Así, según las encuestas y estudios norteamericanos, viviremos, tal vez, para siempre.

Me parece exagerado. La mudanza, a menos que sea a un lugar de a tiro horrible, como la cárcel, o a una colonia a la que se le tiene manía, puede ser esperanzadora. Se comienza de nuevo, se puede acomodar el refrigerador en un lugar más estratégico, se puede hacer perdedizo el cenicero ése, que es horrible, pero que el marido adora. Si es a un lugar más pequeño, hay que pensar en que mientras menos cosas que cuidar, menos preocupaciones tiene uno. Si es a un lugar más grande, se puede soñar –ya se sabe que no cuesta– con, algún día, comprar cosas que siempre hemos deseado.

El comediante Jerry Seinfeld afirma que cuando una persona se va a cambiar de casa, lo primero que sucede es que se obsesiona con la idea de las cajas. Conseguir cajas, comprar cajas. La persona va al súper pregunta por las cajas y las revisa con ojo crítico. Un mexicano ve una caja que en su día guardó cincuenta bolsas de detergente en polvo y se pregunta: ¿será lo suficientemente grande para almacenar la vajilla? Si en esta caja se lee "Contiene latas de frijol bayo marca X", ¿aguanta los álbumes de fotos? Pues no, porque en la mayoría de las casas no hay flejadora, y sin ésta, lo más probable es que los álbumes se caigan al suelo, las fotos se desparramen por la banqueta, y aquélla que debimos de haber roto porque en esas vacaciones una andaba por la playa con cara de vaca, queda a la vista de los mudanceros, que se van a dar de codazos y nos la devolverán con una sonrisita de sorna inolvidable. Tampoco hay que guardar la ropa en bolsas de basura a menos de que sean de las ultra resistentes, so pena de dejar un reguero de calzones y pijamas raídas que revelen que uno no gana mucho y que escribir es muy divertido y muy mal pagado. Los espejos deben ir bajo el brazo, porque no está uno para tener siete años de mala suerte. Los sexenios duran seis, y nos dejan a todos como limones de jicamero: exprimidos hasta la última gota.

Pasemos al flete. Siempre se pueden encontrar camionetas que realizan esta noble labor en las esquinas de los mercados. Cuando se hace el trato, hay que especificar cuántos muebles son, de qué tamaño, y de qué piso hay que sacarlos y a cuál hay que meterlos. Los mudanceros son una especie engañosa: algunos se ven flacos y esmirriados. Éstos dejarán al cliente con la boca abierta por su habilidad para maniobrar las curvas de una escalera estrecha con un sofá a la espalda.

Los muebles entran a la nueva casa. Bajo el refrigerador no hay, todavía, la basura alarmante que dejamos atrás. Las paredes no han sido testigos de nada (nuestro) todavía. Podemos empezar de nuevo. Suerte.