Jornada Semanal, domingo 15  de septiembre de 2002                   núm. 393

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

LA IGLESIA DOGMÁTICA

No sin azoro, leí la siguiente nota en La Jornada del miércoles 10 de julio de 2002: "Fuera de la Iglesia, quienes no crean en Juan Diego" (p. 46). La declaración se atribuyó a un prelado que acompañaba a Piero Marini, maestro de celebraciones litúrgicas de Juan Pablo II, días antes de la llegada del Papa a México, y en ella sostenía que, después de julio de 2002 (mes en que sería canonizado Juan Diego), quedarían fuera de la Iglesia "aquellos que no crean que Juan Diego es un santo". El declarante agregaba algunas frases que mostraban su oposición a los antiaparicionistas "encabezados por el ex abad de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulenburg".

Lástima ignorar el nombre del prelado en cuestión, pues no sólo es candorosa la premisa de la que parten sus afirmaciones (considerar que, porque el Papa canonice a un personaje de la irrealidad, ipso facto se declara excomunión contra quienes no crean en él), sino que hacer de Guillermo Schulenburg una cabeza del "movimiento antiaparicionista" en México es exagerado, pues el ex abad no ha sido ni el primero ni el único ni el más importante "antiaparicionista" en el terreno guadalupano. Suponiendo que el prelado susodicho tuviera algo parecido a la razón, debe recordarse que ni siquiera las advocaciones marianas son motivo de dogma pues, salvo la Inmaculada Concepción ("misterio" obligatorio en las creencias católicas desde el siglo XIX), se pueden mirar indiferentemente las distintas presentaciones de María: Guadalupe, Lourdes, Fátima, Garabandal, del Rosario, del Perpetuo Socorro, Auxiliadora, del Rayo, de la Bala, de los Remedios… Y lo mismo ocurre con los santos, personajes que, no por su importancia dentro del imaginario católico, dejan de ser personalidades de segunda fila en relación con la madre de Jesús. Hasta donde sé, la desconfianza en san Martín de Porres, san Pascual Bailón, san Epitacio, san Brandán, san Valverde o san Chiricuto no es causa para quedar excluido de la comunión de los creyentes.

Entre los muchos pentimentos eclesiásticos se cuenta el borrón de santos. Para desgracia de los Jorges del mundo, la presencia de su patrono fue eliminada del Cielo desde la época de Paulo VI, cuando fue suprimido del santoral católico. Cabe suponer que la Iglesia del siglo XX obtuvo evidencia irrefutable acerca de la inexistencia de los dragones o llegó a la conclusión de que san Jorge no merecía brillar entre el rutilante star system ultramundano sólo por haber matado a uno de esos animales; el hecho es que, al desaparecer del santoral, la existencia de san Jorge dejó de ser motivo de duda para la Iglesia: o fue una simple leyenda o, si existió, matar a un ser fantástico (el último conocido, pájaro dodó de su especie) no era mérito suficiente como para ascender al Cielo. Tal vez, la Iglesia intuyó que san Jorge sólo había sido una imagen evangelizadora para popularizar el cristianismo en un lugar donde otros dioses y creencias prevalecían en la antigua isla de Bretaña, en la Alta Edad Media, pues el santo representaba la victoria de la nueva fe sobre el paganismo, simbolizado, a su vez, en el Dragón; o, tal vez, el personaje parecía demasiado cercano a las historias del ciclo artúrico y de Beowulf.

Si Juan Diego no existió, debe reconocerse la eficaz construcción del personaje: un indígena converso se encuentra con una aparición mariana en una atmósfera de milagro que recuerda el desarrollo y la espacialidad de historias medievales ya registradas en la Leyenda áurea, de Jacobo de la Vorágine: la imagen del tío enfermo, el lenguaje indigenizado, las rosas, el arzobispo receloso y la imagen final de María sobre la tilma… no cabe duda de que la anécdota es hermosa, pero su belleza no garantiza la verdad de los hechos; entre ellos, sobresale una inverosimilitud: Zumárraga fue un religioso de filiación erasmista y, por tanto, desconfiaba de los "milagros" y el culto mariano por considerarlos distracciones que alejaban al creyente del misterio central de la Cruz, y en 1531 la obra de Erasmo todavía no ingresaba al Index librorum condenatorum. Por otro lado, es paradójico que Montúfar, verdadero inventor del culto y segundo arzobispo de México, haya sido olvidado en las peripecias del guadalupanismo por los "aparicionistas".

¿Qué revela la dogmática ingenuidad del clérigo supracitado? Tres anacronismos: creer que la canonización garantiza la existencia histórica de una entelequia, que de los santos depende el concepto de ecclesia, que el dogmatismo afecta las relaciones entre el creyente y la divinidad.