Jornada Semanal, domingo 15 de septiembre del 2002                 núm. 393
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS

BEATRIZ RUSSEK: EL ARTE, NECESIDAD DEL ALMA

Su universo es la belleza: la tela de algodón coyuche para el vestido de una señora fifí, el objeto de un niño indígena hecho de la basura o el sofisticado vestuario teatral de una obra de Camus. En todos ellos Beatriz Russek (1946) encuentra un motivo para alimentarse de creación.

Nació chilanga pero a los cuatro años la llevaron a Coahuila y creció norteña. En el internado de monjas del Sagrado Corazón hizo su primera obra de teatro y amplió el espectro predominante de los juegos florales por piezas católicas para las cuales hacía los trajes, dirigía y hasta actuaba. Su tía paterna fue quien la guió visualmente en esos menesteres. Los jueves y los sábados la llevaba al teatro y comentaban de la ropa, los zapatos y la escenografía, estableciendo un lazo con el mundo textil que la determinaría.

Enamorada de telas y escenarios, sin embargo quería ser pintora. Estuvo en París entre 1964 y 1966 para profesionalizarse, pero fueron escasos los avances; visitaba museos, asistía a la ópera y al teatro pero no tomó clases del oficio pictórico que se mantiene en ella como un pendiente.

De retorno en México, sus padres ya no pudieron con la independencia que conocía. La ruptura la impulsó a buscar trabajo en una galería especializada en grabado y su cultura visual se amplió con las clases de pintura a cargo de Pepe Cuervo, también iluminador y diseñador de vestuario teatral. Fue cuando Beatriz se involucró con el medio.

Con un niño en brazos y divorciada, fue a Torreón para incursionar en el escenario. Con Rogelio Luébano impulsó un movimiento en la región lagunera: el CITAC (Centro de Investigaciones Teatrales), ligado primero a la Casa de la Cultura estatal y posteriormente con una vida alterna por la vía libre. Dicho centro tuvo una vida de cuatro años a mediados de los setenta pero vendría otro cambio de residencia y de oficio: Tepoztlán y la animación de talleres de artesanas textiles.

Con tres hijos (dos de ella y uno de su pareja de entonces, Juan Tovar) era difícil que ocupara su tiempo como actriz en Cuernavaca. Pero como "no estaba resignada a ser ama de casa y lectora de mi marido", le cayó de perlas la visita de niños tepoztecos con sus madres tejedoras. Intuía la sabiduría y el orgullo de las mujeres por sus telares pero se animó aún más con el universo textil al estudiar el acervo mexicano y comprobar que nuestra tierra tiene una de las variedades más extraordinarias en Latinoamérica.

Con treinta bordadoras aproximadamente, a lo largo de dieciocho años integró el taller /marca Quemitl (vestidura de mujer en náhuatl) para confeccionar las prendas que le han dado fama aquí y acullá. Afianzó su concepto de ropa mexicana sofisticada, fina, hecha a la manera artesanal, adquirida por las ricas de México que antes no osaban más que enfundarse una falda de Versace o un saco de Chanel. "Hace dos décadas las señoras de la alta sociedad ni de chiste se ponían un huipil. Eran sólo las gringas locas, como les llamaban, o algunas actrices. Ahora un espectro amplio de mujeres jóvenes está volteando sus ojos a la ropa mexicana de calidad, alejada de los folclorismos."

Su idea fue promover el trabajo entre las tejedoras que no pueden salir de casa; quería artesanas pero no obreras; prendas elaboradas con pausa y no en serie; ropa clásica y no desechable. Con los años vinieron desfiles de moda en Europa y Estados Unidos, hasta que llegó a Oaxaca en 1996. Allá generó un grupo de trabajo similar al de Morelos para enseñar a las bordadoras no sólo a rescatar el uso del algodón coyuche (de origen prehispánico y un hermoso color café) sino para dejar en las manos de las propias artesanas los modos de hacer vestidos de calidad, lejos de modas.

Así lo ha hecho a pesar de las altas y bajas por la complicación de organizarse en comunidad –Russek dice que uno de los lastres del pri es la labor concienzuda de la cnc para generar conflictos internos, desvincular comunidades y apretar el precio a los indígenas. En la actualidad cuenta con un grupo de quince mujeres de Ocotlán que elabora sus vestidos y el proyecto de la promotora (en receso) Yuvva (hilo, en mixteco) con la cual distribuirá y promoverá sus creaciones y el trabajo comunitario.

A caballo entre los textiles y el teatro, con la frustración de la pintura, impulsa ahora la educación artística entre niños de cuatro y catorce años de Lachigoloo: un pueblo del Valle donde tiene La Nogalera, un huerto con 139 árboles de nogal donde vivió con su entrañable compañero, el poeta Juan Carvajal (q.e.p.d.). Junto con un grupo de artistas lanzará en octubre la Fundación Cultural Nux (centro, núcleo, en latín) con talleres de literatura y de arte (a partir de la basura) además de poner a disposición pública la biblioteca que Carvajal formó en vida. Un proyecto para compartir, de corazón; para animar tanto a los niños oaxaqueños como a esta norteña que se refresca ante los nogales y los vestidos que son su necesidad del alma.