Antología
poética
Francisco
González León
Inicial
Fue mi libro de texto un amor escolar;
fue una muchacha triste, la que llegó
a quererme
tan hondamente, que dejó al pasar
por sobre de mi vida, todo su atardecer.
Aún de la colegiala, traía
la manteleta
azul de las internas, allá cuando
en la escueta
sala de dibujo, en la gran sala,
fue nuestra primera, recóndita
estafeta,
una violeta.
Esbeltez de gacela
sabidurías de abuela,
arranques de Graciela,
y los dulces resabios de la escuela.
Sus manos, lenidades de paloma
sus manos escolares que me empeñé
en besar;
¡sus manos que exhalaban el aroma
de un lápiz acabado de tajar!
¡Qué funestos augurios los
de aquellas ternezas!
¡Qué tristezas tan hondas
las de aquellas tristezas!
¡Qué la vida tan irreconstruible
y fatal!
No volvió a vacaciones...
Hoy un huerto la esconde...
Fue una página en blanco; fue una
página en donde
comenzada aún, se mira una roja
inicial.
Despertar
Sueños de la mañana
de la alcoba en la semioscuridad.
Despertar indolente en que se siente
la necesidad
de continuar el diálogo interrumpido
con la fantasmagoría nocturnal.
Aquella semivigilia en que aún hay
la indecisión de lo que en sueños
vimos;
aquella incapacidad
de descifrar lo que sentimos,
pero en que aún tiembla brumosa
una nostalgia
con las fosforescencias de una tenuidad.
Se ha callado en su ranura
suspendiendo su nocturna partitura,
algún grillo
que ha ocultado su martillo,
monótono cual la marcha
de un péndulo de bolsillo.
Y en tanto bruñe un espejo
un dejo en la oscuridad,
y descifra una rendija
una ecuación matinal,
en un pretil de la casa,
una saltapared
repasa
sus métricas de cristal...
Procesional
Aquella Hermana de la Caridad:
aquella Sor Asunción,
que bajo la toca
lleva una boca
de forma de corazón.
Corazón que es dilución
de una escala cromática:
(el color del labio superior es sonrosado,
y rojo ultrasanguíneo el inferior).
Aquella monja que se parece
a una artista de Cine, de película
italiana,
que yo vi bajo la luna,
en el auge lumínico de una
convaleciente noche de abril.
Monjita que a la artista te asemejas
en la dulce mansedumbre de tus ojos
y en el rictus doliente de tus cejas.
Tarde de procesión en los claustros
del Hospital.
Palio que es un toldo al Sacramento
formado por bordados de un gran chal.
Temor de los gorriones del jardín
que vuelan desde el boj de los parterres
hasta un alto pretil,
si miran la invasión
de la procesión.
Enfermos que se asoman hasta el marco
de una vidriera cercana;
tintineos de una campana;
todo un frívolo ocaso que se esponja,
y acaso, mi indevoción,
si miro que aparece aquella monja
de boca de corazón...
Bajo la lluvia
Gotas de la menuda llovizna
que del paraguas en el amparo
traman la trama de algún motivo
lírico y vago.
Tema fecundo, fondo borroso, vagos rumores,
que son la tela donde se bordan
líricas flores.
Voz de las cosas.
Polifonía que íntima
fragua
sus partituras, con hilos de agua.
Bajo el monótono leve rumor
de la llovizna en el parasol,
cómo convergen y se dulcifican
esos motivos que se unifican
en lo sintético de aquel complejo:
Es aquel ábside de
un templo viejo
donde enigmáticas y solitarias
acompañadas por el armonium
cantan las Monjas Sacramentarias.
Es esa esquila
que en su repique quiebra un cristal;
es la voz de órgano de la canal;
es ese tímpano de la gotera
que de una gárgola desciende igual.
Es la llovizna sobre
el paraguas;
es la llovizna sobre sus rasos;
es mi vagancia... donde mis pasos
que ella acelera, van con tal prisa,
que se dijera
que urgen dos notas sobre la acera...
Réverie II
¡Qué dulces fueron todas
en la ilusión de mis perennes bodas!
Anita, suavidad de selecciones;
Casilda, santidad;
Eulalia, musical en sus dicciones;
Rosamunda, verdad;
y Clotilde entre todas:
¡Oh la ilusión de mis perennes
bodas!
Yo no habré de llevar nunca resabios
de amargura ninguna entre los labios.
Mis novias fueron miel: miel de azucenas;
las rubias, por lo rubio;
las morenas,
por dulces, por calladas, y por buenas.
No he llorado traiciones, no, ninguna.
En mi anular no opacará sus brillos
el ópalo fatal de sus cintillos:
que si en mis novias no hay doblez alguna,
es que se hallan recluidas en castillos
labrados con el mármol de la luna...
Cristiana
Son mis negras aflicciones cien pecados,
¡oh Cristiana!
Tú estás hecha con la exangüe
carne blanca
de los lirios moribundos.
Tú eres rosa que cultiva Jesucristo
el hortelano.
¡Quién me diera el asomarme
a tus ojos tan profundos!
¡Quién me diera en comuniones
esas hostias de tu mano!
Fue en el pórtico sombroso de una
vieja sacristía.
La llovizna desgranaba pertinaces secreteos.
Bajo el pórtico iba cerca tu silueta
de la mía,
y muy lejos, tu ignorancia, de mis locos
devaneos...
Tu hosca dueña se acercaba bajo
el hongo del paraguas
que te ofrece al recogerte; y al entrarte
por la calle,
hizo espumas bajo rasos el linón
de tus enaguas,
y tu mano nevó nieves en las pastas
de un "Lavalle".
Me he engreído a las iglesias porque
buscas sus asilos.
Tienes nombre de la Virgen y a la Virgen
te asemejas.
El dualismo de tus ojos es espada de dos
filos,
y es de espadas acombadas el dualismo
de tus cejas.
Ya en la tarde cenicienta lenta noche se
insinuaba;
en la iglesia ya sombroso como rosa un
cirio ardía;
como lágrimas de mi alma la llovizna
continuaba:
continuaba mi locura con soñarte
que eras mía.
¡Oh Cristiana! Cual pecados son mis
negras aflicciones.
Tú estás hecha con la exangüe
carne blanca
de los lirios moribundos.
Tú eres rosa que cultiva Jesucristo
el hortelano.
¡Quién me diera el asomarme
a tus ojos tan profundos!
¡Quién me diera en comuniones
esas hostias de tu mano!
Febrero
Compenetración
con esa alegría de la mañana
que aunque fría,
deja un dejo cordial en el espíritu.
¡Quién diría,
quién diría que el fulgor
deslumbrador
que vívido flamea,
no es sino un fragmento
de vidrio de azotea
herido por el vértigo del sol!
El insolvente bienestar del río
donde se arruga un calosfrío de
acero;
el puente, que con su arco al duplicarse
en el agua, completa todo un cero;
y en engarce graduado y subsecuente,
distancias en un sumo
refinamiento vago:
desnudos ya los árboles
son árboles de humo
que idealizan lo ambiguo de un estrago.
Momento de puericia;
momento en que, en el aire,
se agita la actitud de una caricia...
Día sin ton ni son,
de sabor agridulce y cancionero...
Mañana en que está ingenuo
el corazón:
mañana de un 1º de febrero...
Cuaderno de música
Piano... piano lejano...
...lejano en mis recuerdos...
Piano que ya no existes de seguro.
¡Hace ya tantos años
que en mi tarde una noche se despeña!
¡Piano que serás ahora
sólo un viejo montón de
leña!
Nunca conocí la femenina
mano que te tocaba aquellas tardes
en que mi alma friolenta se entumía
con la neblina lírica
de tu melancolía.
¡Sueños de aquel entonces...!
Lo que yo amaba...
Lo que quería...
Azul de la novela que me forjaba.
Que así era ella... Que así
sería:
sobre el tropel de la cabellera,
largos listones...
Que así era ella... que así
sería:
de ojos tristones;
de ojos tan grandes como un destino;
de ojos dulces y oscuros, como es el vino
de Malvasía.
Y esta noche otro piano me ha repetido
de tus viejos cuadernos todo el detalle...
.....
Me he entristecido...
Y he vuelto a contemplar aquella calle;
y he vuelto a contemplar aquellas rejas
siempre cerradas...
y el alto caserón de tapias viejas,
y el enigma recóndito y guardado,
¡y tu voz, donde se han contaminado
las inéditas arias de mis quejas!
Íntegro
Tardes de beatitud
en que hasta el libro se olvida
porque el alma está diluida
en un vaso de quietud.
Tardes en que están dormidos
todos los ruidos.
Las tardes en que parece
que están como anestesiadas
todas las flores del huerto,
y en que la sombra parece más sombría,
y el caserón más desierto.
Tardes en que se diría
que aun el crepitar de un mueble
fuera una profanación
de absurda cacofonía
y herética intromisión.
Tardes en que está la puerta
de la casa bien cerrada,
y la del alma está abierta...
Tardes en que la veleta
quieta en la torre no gira
y en parálisis se entume,
y en que el silencio se aspira
íntegro como un perfume.
La casa de Doña Juana Nepomucena
El huerto umbroso, y aquel rosal
que se alcanzaba, desde la sala
de la casita, a divisar.
La viejecita que allí vivía;
la viejecita que me contaba
mientras bordaba, mientras tejía,
vidas de santos,
raros portentos,
y tantos cuentos
de encantamientos y brujería.
Y las toronjas junto a las rosas:
huerta y jardín.
Y ante la puerta
de aquella sala que era zaguán,
en su consola,
por entre lozas esplendorosas
de arte nipón,
junto a los oros de vieja taza,
aquel San Juan
Nepomuceno, que de la casa
era el patrón.
¡Que lontananzas más obsesoras
miro al través
de aquellas horas
de mi niñez!
Buena señora que el alma añora,
¿qué es de tu gato y tus
antiparras?
¿En qué almoneda lucen ahora
sus azulejos aquellas jarras?
¿En qué alacena duerme la
taza...?
Dile a mi pena: "¿qué es
de la casa
de Doña Juana Nepomucena?"
¡Ah viejecita que me contabas
cuentos de brujas y encantamientos...!
No todo es ido, no todo ha muerto:
llevo en el alma tu umbroso huerto;
aún brilla el brillo de tus agujas
que me bordaron el pensamiento;
y aun fresca siento
la mansedumbre de tu casita
que olía a convento! |