La Jornada Semanal,   domingo 8 de septiembre del 2002        núm. 392
Ernesto Flores

González León, maestro del medio tono

Ernesto Flores ha dedicado una buena parte de su vida y de sus trabajos al estudio de la obra del poeta y boticario de Lagos de Moreno, Francisco González León. Gracias a Ernesto esa obra llena de originalidad y de refinamiento fue reunida y publicada por el Fondo de Cultura Económica. Con motivo del Homenaje Nacional que en estos días se le rinde a González León en su ciudad, publicamos estos textos del maestro Flores. En ellos aparece de cuerpo entero un poeta más interesado en las sensaciones y en las vibraciones que desprenden los colores y los objetos que en las grandes certezas y las voces rotundas de la poesía de su tiempo

ANTECEDENTE

Francisco González León nació en Lagos de Moreno, Jalisco, el 10 de septiembre de 1862. Estudió farmacia en Guadalajara desde 1880; se graduó en 1887. Retornó a su ciudad de origen. En 1898 casó con Petra Antuñano y no tuvo descendencia.

Primeros Juegos Florales de Lagos en 1903: premio para "Pleito homenaje" de Francisco González León. Desde entonces desarrolló una tenaz labor literaria. Entre 1903 y 1907 publicó numerosos poemas en El Defensor del Pueblo, El Bien Público, Estandarte, Notas y Letras, La Provincia, Páginas Literarias y Ecos Literarios.

Dos libros iniciales, ambos de 1908: Megalomanías y Maquetas. Reacción crítica adversa.

Después de dichos fracasos, sus poemas recientes en Kalendas, La Gaceta de Guadalajara, Revista de Guadalajara y Alborada.

De 1911 a 1917, una etapa de reflexión y alejamiento de toda revista. Una excepción: el poema enviado para corresponder una dedicatoria del joven Ramón López Velarde; tal, "Imposible", es marca de iniciación de la nueva manera en el poeta de Lagos. Claro anuncio de la última época poética en piezas anteriores: "Rusticando" (Notas y Letras, octubre de 1906), "La campana" (fechado en 1906, pero que no encontré hasta en Labor, agosto de 1946, como póstumo), "Reza que reza" (Maquetas, 1908) y "Nublos" (Maquetas, 1908).

En 1917, primeros poemas para El Universal Ilustrado, el 24 de mayo.

Allen W. Phillips atribuía a Rafael López o a uno de los Núñez y Domínguez una reseña anónima (Revista Moderna, julio de 1908), "que no puede ser más acerba y cruel". Rafael López publica crónicas en El Universal Ilustrado desde el 28 de septiembre de 1917 y colabora en la redacción. Curiosamente, los siguientes poemas del laguense en esta publicación parecen escogidos para una antología que aún fuera válida en el presente; los del 14 de diciembre de 1917: "Inicial" e "Íntegro".

La revista Pegaso, dirigida conjuntamente por Enrique González Martínez, Efrén Rebolledo y Ramón López Velarde, realiza un lanzamiento de cuatro piezas del poeta laguense ("Lloviznando", "Música vaga", "Solariega" y "Suicidio") el 24 de mayo de 1917, y dos más ("Avatar" y "Este eterno suspirar") en el siguiente 6 de julio.

Otras revistas se interesan por el laguense: El hogar, México Moderno y Castillo y Leones.

López Velarde dio a Pegaso (31 de mayo de 1917) una crónica sobre Megalomanías y Maquetas. En ese mismo año escribió un ensayo sobre Campanas de la tarde, que póstumamente le serviría de prólogo, cinco años después. No sé si originalmente López Velarde lo habrá escrito para tal fin.

Tan entusiasta como López Velarde por la obra reciente de Francisco González León, Rafael López incluyó otro magnífico recuento del laguense, haciéndose notar una vez más el esmero en la selección destinada a El Universal Ilustrado (7 de marzo de 1919): van entonces "Agua dormida", "Canción", "Procesional", "Siestas dogmáticas", "Silencios de péndulo"... Rafael López los antecede con su ensayo "Un exquisito poeta provinciano".

En 1922, Campanas de la tarde proyecta al de Lagos en un amplio panorama.

Nuevos poemas en El Presente, La Falange, Antena, Revista de Revistas, Arte, Cúspide y Fábula. Sin embargo, en "Viejos temas" (Cúspide, abril de 1934) parece sentirse olvidado:

Canción mía...
Ya nadie se detiene para oírte;
nada más yo te escucho:
estamos solos.
Esta urgencia de ser escuchado nuevamente anticipa en tres años el cuarto libro: De mi libro de horas (1937), dedicado a Salvador Azuela, en Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma de México, con delicadas notas de Alfredo Maillefert. 1920, inclusión en Antología de poetas modernos de México. 1939, en Poesía mexicana contemporánea (de El Nacional). 1940, en la Antología de la poesía mexicana moderna, de Manuel Maples Arce. 1943, en la Antología de poetas laguenses, de José de Jesús Torres.

Francisco González León murió el 9 de marzo de 1945 en Lagos.

Poemas póstumos y algunos rescates en Jueves de Excélsior, Labor, Papel de Poesía, Ecos de Provincia, Ecos de Lagos, Bohemia, Nosotros, Estilo, Tribuna, Xallixtlico, El Nacional, Cóatl, Universidad, Varia, Caronte... Algunos de sus mejores textos pertenecen a lo publicado desde 1945.

Recuentos poéticos realizados por investigadores: Agenda (1946), Las 4 rosas (1963), Voces de Órgano (1966) y Horas fugitivas (1979). Ajenos al autor, carecen de una planeación estricta, pero son de gran importancia: arrojan luz en la producción desconocida. Entre quienes colaboraron en estos libros estuvieron Andrés Henestrosa, Alí Chumacero y Alfonso de Alba. A este último, colector fiel de poesía laguense, debemos numerosas piezas inéditas o no coleccionadas del autor laguense.

Alguna vez Octavio Paz escribió, en la revista Vuelta, sobre una antología de poetas mexicanos traducidos por Samuel Beckett: entre ellos aparecía el autor de Campanas de la tarde.

REALIDAD

Los lugares que fijó un poema, un cuadro o una pieza musical nos descubren la visión que el recreador ejerció en ellos: rito consagrador. El Puente Mirabeau de Apollinaire, el Arco de Elvira de García Lorca, Edimburgo y las Hébridas de Mendelssohn, el Tajo de Garcilaso, el Mar de Cádiz de Lope, la Abadía de Tintern de Wordsworth, Brujas de Rodenbach, Zacatecas de López Velarde, el Amsterdam de Jan Van Der Heyden, Soria de Antonio Machado, Comala de Rulfo, Granada de Debussy, Guadalajara de Rafael López, Udaipur de Octavio Paz: van desde la escueta mención hasta la ciudad-autorretrato. Padua, Verona, Venecia y Roma, desconocidas por Shakespeare, pero que aparecen en La fierecilla domada, Romeo y Julieta, Otelo y Julio César; Oaxaca de D.H. Lawrence, Veracruz de Ketherine Ann Porter, Cuernavaca de Malcolm Lowry y Ajijic de Eileen Bassing, que ellos conocían bien pero que les resultaban medios extraños y hasta adversos...

Libre del influjo de tal o cual observador, uno sufre irremediables desencantos cuando se encuentra con las realidades crudas. En nuestro puente Mirabeau nada queda de la clara suspensión sobre el paso del tiempo. Nada, ni vestigios hoy, del Arco de Elvira relacionado con la tentación erótica llevada hasta la intensidad del llanto. Y se habrán esfumado de Oaxaca, Veracruz, Cuernavaca y Ajijic las causticidades de su respectivo observador sajón. La realidad no encalla demasiado tiempo y el viajero habrá de enfrentarse con un lugar diferente y el mismo, sin más vivencias que las propias, a las que se agregan superficialmente las aprehendidas de otros. Al desaparecer las viejas sublimaciones, hay que empezar de nuevo. Viejos papeles y restos de vivencias que se lleva el viento; sólo permanecen las palabras. Actual, jamás desempeña un papel tan activo la imaginación como cuando el contemplador está frente a lo contemplado. Después, nunca igual que cuando la palabra lo anima.

La ciudad que Francisco González León centró en su obra, Lagos, habría de sugerir vivencias venidas del más delicado de los que alguien llamó, no sé si afortunadamente, poetas de provincia. Al comentar un poema de Antonio Moreno y Oviedo, en 1923, el laguense jugó con el tema: "La provincia simbolizada en el templo parroquial que abriga los hogares en que hablan mejor las cosas que las gentes; es mi cariño por esas cosas que me muestran su alma con el bendito impudor de un niño desnudo." Sus comentarios críticos, para los que hubo más espejo que microscopio, nos dan la entrada de su universo poético. Ahí todo gira alrededor del primer sitio fundamental: la iglesia churrigueresca. Arabescos de cantera, el alabastro de la pila bautismal, altar, custodia, cáliz, incienso, procesiones, coro, órgano, los ángeles del altar, San Hermión, sotanas, casullas, vitrales, anillos episcopales, misas y rosarios, el atrio y sus naranjos, un barandal de hierros retorcidos, sillas abaciales, el viejo cancel de la capilla, una vitrina con varillaje de estaño, bancas y molduras, los clamores, alguna gárgola, sacristía con retratos episcopales, la cajonería, los anaqueles... Oímos campanas; el poeta nos hace diferenciar esos timbres ayudándose con juegos aliterativos y ante las aleaciones él alerta su olfato. La iglesia, más atmósfera que teología, con líneas precisas se destaca entre calles vacías con fantasmas humanos que acaban de desaparecer y árboles de niebla, ecos de huecas pisadas y zureos perdidos.

El segundo lugar en importancia es el convento de las clarisas o capuchinas, que es visto desde la calle como la codiciada reclusión melancólica de bellezas monjiles. A veces, por la noche y a distancia, Francisco González León descubre la llama de una vela allá en una celda y adivina la vigilia de una tentación. El convento de las capuchinas estaba en su vecindario. Él distinguía en el pórtico los versículos latinos, el enjalbegado gris, la torre conventual, los altísimos muros con helechos de extremos encorvados y el ajedrez de las azoteas. El austero edificio guardaba a las monjas, que serían estratégicas y referenciales en la vida ilusoria y sentimental del poeta laguense.

Por último, está la casa del poeta. Este es el sitio autobiográfico y personal, el más íntimo de los tres: es una forma de observatorio alrededor del cual gira su obra lírica. Visto con ojos ingenuos, aquí hay un patio con macetas, un refectorio, la sala penumbrosa, una habitación para su trabajo literario, la pieza del aislamiento y la reflexión, el segundo patio con huerto, la recámara matrimonial ni siquiera mencionada. Otras sustantivaciones importantes en estos poemas: la vid, el pozo de agua, los arriales, los parterres, la jaula del canario más rubio que el alpiste suspendido en el corredor, las toronjas en el huerto sellado, los rosales. En los muros interiores, fotografías amarillentas de antepasados. En anaqueles: polvo, libros, La Ilustración, cartas viejas, una violeta entre dos páginas. Un ropero con fruta para perfumar la ropa. Arcones y sus aromas a cedro y a pino. El filtro y la caída sonora de la gota sobre el agua de la cántara. Techos altos y penumbrosos como los de un convento. En invierno, el hogar encendido en donde crepitan los leños; en primavera, el azahar y el jazmín. La esposa, siempre ausente de las "tomas", ya que se trata de un autor discretísimo e indiferente al erotismo doméstico, deja un testimonio en los bodegones que aparecen aquí y allá. Obra solitaria y muda si la hay: silencios de Trapa. Es ahí donde más frecuentemente notamos los juegos del medio tono, las ambigüedades sensuales y la difuminación de realidades; lo más secreto pasa a veces inadvertido: una fragancia que se ignora qué flor la pudo dar, las fosforescencias de una tenuidad, mujeres que nunca existieron, la sospecha de un color, el gato que medita cruzado de manos, el grillo que parece que está de rodillas, el reloj sonámbulo en que tiene reumas el horario, el oculto sortilegio de algo que empieza, las anestesiadas flores del huerto, la veleta que en parálisis se entume, el frío que cuaja visillos sobre los vidrios, en balsas de aceite se amodorran los ruidos, cuchicheos misteriosos en la absoluta soledad, a solas hablan las cosas solas... Lo más pleno sucede cuando está la puerta de la calle bien cerrada y la del alma está abierta. Afuera el tardo atardecer que se anemiza, la ciudad toda entera como una compotera colmada de conserva de silencio, al volver una esquina se desmorona todo un vaho de tahona... Arriba: cruzan palomas blancas cual cruces de plata y en el azul acuoso del límpido cielo, el negro vuelo de una parvada de tordos en greguería bulle una horchata de chía; los tristes zopilotes de ala muerta que son como la firma del paisaje; y de esa esporádica llegada de aves también en el plano figurado, todos apretujados y en fila, los recuerdos surgen inesperados, la tarde los divisa cual pájaros mojados sobre una cornisa... Esta última estación, en la poesía del laguense, es la del aislamiento y la contemplación. Aquí es donde es más creativo e inesperado el juego de las adjetivaciones. Ahí centra la utilización de vidrios de linterna mágica y ese momento es "cuando hablamos en secreto con nuestra pena interior".

Tres estaciones que forman un triángulo amoroso: parroquia, convento y casa del poeta. Trío de máscaras que ocultan los rostros fundamentales: el amor divino, el amor humano y Francisco González de León: un triángulo muy español y mexicano por herencia. Todo esto está situado en la pequeña ciudad de provincia que sirve de plano geográfico, escenografía y espejo del poeta.

Si observamos con cuidado en esta obra ¿de provincia?, poeta y ciudad circundante están separados por el cristal infranqueable de una ventana frontera. Salvo excepción, el intercambio radica en el asomo.

Poesía de imágenes. Sinestesia, prosopopeya, símbolo, encantamiento, ausencias, ilusionismo literario. Nuestra modalidad de simbolismo en cuyo lenguaje hay galicismo, casticismo, mundonovismo y provincia universal. Matices de color, sutilezas musicales, gradaciones olfativas y visuales y todo tipo de búsqueda tímbrica. Pocos poetas de tan poco hicieron tanto como este maestro exquisito del medio tono.

EL TIEMPO

La voluntad de González León rige el tiempo y los tempi de su poesía. Autor que abandona algunas veces las disciplinas ortodoxas de la métrica, que opta por desviarse de las rutas "turísticas" de la adjetivación, que se sumerge y bucea en busca de percepciones sensuales en el plano de lo experimental, que juega con el híbrido de la sinestesia inesperada y que se queda más solo que nadie en medio de una realidad mágica y, conocido como tradicionalista, hace todo por lograr que una planeación tradicional estalle en mil pedazos.

Por principio de cuentas, el poeta de Lagos se erige en la última repetición periódica de una personalidad antepasada. Su eco actual, como reencarnación, sólo encuentra vestigios de los yo remotos. Es él quien reaparece en un tiempo circular. Es así como se reconoce en el retrato de un Maestre de Santiago con gorguera.
O lo oímos decir:

Yo recuerdo haber portado gran peluca y casaquín;
y tacones amplios, rojos,
oro y nácares al puño
de un espléndido espadín,
y aun vislumbro en las nostalgias
de un retrógrado añorar,
palaciega servidumbre
que se inclina ante la cumbre
de mi lustre señorial.

                                 "Añoranzas", 1908

Recuerda también que él fue Ruy Blas en su pasión por la reina María de Neubourg en "Última confesión" (La Provincia, 15 de noviembre de 1905), un Gran Comendador en "Nobleza" (Maquetas, 1908), Crisóstomo joven en "Arquitectura interiores" (HF, 1979)...

El tiempo es, para él, un foro característico que aloja un eco más de la sucesión, al cabo de la cual, como última resonancia, estará el poeta sospechando o registrando vicisitudes. Invasión de cuerpos e invasión de identidades.

Entre autores que influyeron alguna vez en González León, encuentro estas vicisitudes: "Yo fui un soldado que durmió en el lecho/ de Cleopatra.../ Yo, Rufo Galo, fui soldado" ("Metempsicosis", 1893, de Rubén Darío); "Y yo era un perro" (Metempsicosis", 1897, de Leopoldo Lugones); "Yo fui/ un sátrapa egipcio de rostro de esfinge,/ de mitra dorada, y en Menfis viví./ Ya muerto, mi alma siguió el vuelo errático,/ Ciñendo un Solima, y a Osiris infiel,/ la mitra bicorne y el efod hierático/ del gran sacerdote del Dios de Israel./ Después, mis plegarias alcé con el druida/ y el bosque sagrado Velleda me amó./ Fui rey merovingio de barba florida;/ corona de hierro mi sien rodeó./ Más tarde, trovero de nobles feudales... ("Transmigración", 1898, de Amado Nervo); "Un aire que recuerdos me suscita/ de vidas anteriores que he vivido." ("Poemas de provincia" xxxiv, 1906, de A. González Blanco).

En otros poemas González León deja atrás sus situaciones en determinados momentos históricos para proyectarse en un inmóvil presente absoluto. Es como una evasión de la aburrida transitoriedad del presente histórico que lo hace buscar un presente trascendental, transposición de la idea de una eternidad ultraterrena. A veces se vale de puntos de referencia inamovibles:

La campana de hoy es la de ayer
y ha de ser la campana de mañana

                                  "Diálogo II", 1922

Si el mal de antaño es el mal de hogaño,
si es el mismo mal:
[...]
Su avatar recomienza la pobre alma mía,
e insiste en decirme cuánto te quería
ya en otra tristeza de otra vida mía.

           "Avatar", Pegaso, 6 de julio de 1917
Yo no vivo: yo he vivido,
yo soy un resucitado...
En los muros de un convento,
sobre el arco de la entrada,
yo mandé grabar mi escudo:
una mitra y una espada.

Que yo fui señor de feudo
y a la vez abad mitrado,
y usé bajo la cogulla
la coraza del soldado.

                                      "Metempsicosis",
                      Notas y Letras, abril de 1905
Hasta el asomo al reloj le hace encontrar despiadadas igualdades:
Se escucha un ruido;
se abre el postigo
y él es testigo
de mi soñar:
él es testigo
de que yo sigo
tal como entonces,
tonto y vulgar.

                           "El reloj de cuco", 1937

Relámpago pasando entre las yemas de los dedos, el tiempo o los tempi terminan maleables y dóciles, doblándose al capricho de este poeta. Si antes lo vimos obligar a los retratos a moverse o a mirarnos y agrandar sus miradas; si hizo marear al niño con rapé y marear de ese recuerdo la rima del viejo, ahora cambia la regularidad en la circulación del ritmo. Acelera hacia el brillo:
Es la llovizna sobre el paraguas;
es la llovizna sobre sus rasos;
es mi vagancia... donde mis pasos
que ella acelera, van con tal
    prisa,
que urgen dos notas sobre la
   acera

                          Bajo la lluvia", 1922

una vieja esquila
que tiene la voz de chiquilla
y un siglo de edad.

Repica y se aloca,
voltigea y toca,
de prisa, de prisa,
pero tan de prisa,
que la vieja loca
se ahoga de risa.

                           "Panoramas", 1922

música, que cuando toca,
el corazón me toca y me aloca.

                       "Romanticismos", 1922

Frena y nos somete en un anticlímax adormecedor:
Tardes en que la veleta
quieta en la torre no gira
y en parálisis se entume

                                        "Íntegro",
                       El Universal Ilustrado,
                   14 de diciembre de 1917

Retardos en los ruidos
familiares en la casa,
y en la alcoba
una semioscuridad.

Placer de no saber la hora que es.

                        "Silencios de péndulo",
                            El Universal Ilustrado,
                               7 de marzo de 1919

En la torre de la iglesia
tiene reumas el horario:
son sus tardas manecillas
un retrato proletario

                             "Januarius", 1922

Placer de releer.
Melancólico instinto que se afina
al amparo sutil de la neblina
de un tardo atardecer.

                        "Lectura...", HF, 1979

Las horas alargan, cojeando, cansadas,
sombras de vejez

               "Vuelo de garzas", HF, 1979


Después del momento racional de cambiar la palanca de velocidades, viene una locura: decide percibir el tiempo sensualmente. Aquí intenta paladearlo:

Momentos que indefinidamente
quisiéramos prolongar.
Con los que tan intensamente
nos compenetramos
que casi los saboreamos
con el paladar.

                     "Momentos", HF, 1979

Todo relacionado con un reloj,
  por cierto, con

el alma melancólica y sombría.

                                         "El armario",
Poesía mexicana contemporánea, 1939

y que, como González León, no ignora la orilla del abismo, como en este fragmento que parece un epitafio:
Un reloj (bronce y laca) denuncia
  que su pulso
como una arteria enferma detúvose
  a las diez

                  "La vieja sala", Agenda, 1946

Un reloj con cuerpo y alma, que padece alteraciones circulatorias y sufre un síncope. ¡Qué fuera del alcance de la tediosa inspección municipal de pesas y medidas! Un tiempo imperfecto y elástico. Tiempo vivo y por lo tanto mortal.