Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 8 de septiembre de 2002
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Cultura

Bárbara Jacobs

El lenguaje de Lunas

Lunas no quitaba el dedo del renglón. ''Los que hablamos mal -insistía- somos nosotros''. Se refería a los colonizados, a todos los hablantes del español que no éramos de España. ''ƑDe quién es la lengua?'', preguntaba, sin esperar respuesta. Como siempre, los temas del idioma, de la lectura, del asunto de escribir, lo obsesionaban. Jugaba a arengar contra Juan de Valdés, por ejemplo, ante un grupo de preparatorianos a los que nunca nos importó averiguar quién era ese Juan.

''Decía que el uso era lo que dictaminaba; así que, Ƒal uso de aquí diré, y diré mal, 'yo soy de los que lee (sic) vorazmente'? šNo, señores; por supuesto que no!", pronunciaba el sic y, para que lo advirtiéramos, escribía la frase completa en el pizarrón.

El vigor con el que procuraba hacernos ver que lo correcto era lo correcto; y que en consecuencia, era lo que debíamos aprender y usar, por más que el uso fuera otro, lo hacía hinchar el pecho y jadear de angustia. Nuestro profesor se esforzaba en vano. Sus alumnos no lo respetábamos mayormente. Intercalábamos muletillas -la que más lo incomodaba era el "este"- cada dos palabras, por fastidiarlo. "Este... maestro... Ƒcómo se dice?... este... 'reconozco que en mis respuestas... este... hubieron errores... este... o reconozco que en mis respuestas... este... hubo... este,...errores".

"Al tú, corresponde el vosotros, y punto". Otra cosa es que para nosotros al tú correspondiera el ustedes que, estrictamente, corresponde al usted. Y las formas verbales correspondientes, al diablo. ƑSe acentúa dio? ƑPor qué? ƑCuestión de qué, diptongo, jorongo o morongo? Un grupo, una generación, de tartamudos, de la mala memoria, de inclinados a la ensoñación. En nuestra mente de entonces no había orden; ni intención de imponerlo. Se introducían en ella modos y vocablos extranjeros, sí; pero no españoles. Lecturas; modas. ƑAlguno de nosotros se abstuvo de recurrir al ok? ƑDejó de leer Mad? ƑSe perdió de un happening?

Nuestro profesor no cejaba en su empeño. "No lean el Quijote todavía; lean Rinconete y Cortadillo, aun cuando sea posterior". Paradójico, Lunas tenía fe en no estar hablando en el vacío. Confiaba en que sus teorías, para no llamarlas simples ocurrencias, si acaso opiniones, sólo por descabelladas nos movieran a pensar. Parecía seguro de que algún día recordaríamos sus palabras y, lo que era más, sabríamos distinguir cuándo habían sido dichas sin ironía y cuándo con. En su optimismo -Ƒo era pesimismo?- olvidaba modificar la expresión de sus labios, y esa sonrisa, la que no se borraba a tiempo, era la clave, aun en memorias atiborradas de bruma como estaban las nuestras.

Otra tarde volví a visitar a su mujer. Me propuse no despedirme de ella sin esclarecer cuánto tenía de verdad la afirmación de mi viejo profesor de acuerdo con la cual formulaba que, según llegó a lanzarnos, si tanto el buen escritor como el malo, conocido o desconocido, se forma con o sin lecturas buenas o malas, tempranas o tardías, no resultaba desorbitado sostener que, por más que lo mejor fuera aprender a leer desde niño, no importaba qué leyera uno de niño para poder elegir qué leer -y qué hacer-, con buen o no tan buen juicio, de adolescente, de joven, de adulto, de viejo.

-ƑMe lo repites? -me pidió la señora Lunas. Me pareció verla sonreír cuando, palabra por palabra, atendí su solicitud. A lo largo de los años, había intentado en tantas ocasiones entender por mí misma la frase de Lunas que, sin estar segura de recordarla verbatim ni mucho menos, me encontraba más que dispuesta a comprenderla de una vez por todas.

ƑNo importa lo que uno lea de niño con tal de que lea? Me quedaba claro que, a juicio de Lunas, era bueno leer desde niño, sin que, sin embargo, fuera necesario que, desde niño, leyera lo mejor del tema que fuera que leyera.

-Lo que para uno es vital -comentó mi anfitriona-, para otro es prescindible.

En eso, la sobrecogió un ataque de tos. Abrí la ventana; el salón se sentía sofocante. Pero la viuda de mi maestro no dejaba de toser. Su silla de inválida vibraba con cada acceso, y un rayo de luz que chocó contra la rueda que yo tenía enfrente, me hizo cerrar los ojos. Salí, como acostumbraba, incómoda. Con el caso presentado apenas a medio resolver.

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