Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 2 de septiembre de 2002
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Política

Víctor M. Toledo

El enigma de Johannesburgo, Ƒcuál desarrollo sustentable?

Hoy, los seres humanos tenemos una idea menos precaria de la trascendencia y repercusiones de la crisis ecológica en todas sus escalas. Esto ha sido resultado de los esfuerzos concertados de miles de investigadores que, más allá de sus instituciones académicas y sus países de origen, han logrado crear grupos multidisciplinarios de muy alto nivel para observar los fenómenos con "ojos de humanidad". El panorama derivado de esta acumulación de datos y sus interpretaciones es preocupante, porque revela un empeoramiento del problema ambiental.

El efecto más visible y padecido de la crisis ecológica es el cambio climático. En la pasada década se acumularon evidencias de la existencia de fenómenos no registrados anteriormente, como el incremento en el número e intensidad de ciclones, el derretimiento de los cascos polares y el registro de 1997 y 1998 como los años más calientes de la historia reciente.

Destaca que en años recientes la sociedad humana perdió el control, a escala global, de dos fuerzas vitales: el fuego y el agua. Durante 1997-98 una inusitada sucesión de incendios forestales arrasó cerca de 9 millones de hectáreas de selvas, bosques, matorrales, pastizales y otro tipo de vegetación en Indonesia, Brasil, México, Canadá y 14 países más. Este año el comportamiento atípico, extremoso y torrencial de las lluvias deja enormes áreas inundadas de Europa, Rusia, China, India, Nepal e Irán, y aún hay que esperar los efectos de las lluvias monzónicas sobre Bangladesh y la India.

ƑCómo lograron concatenarse estos fenómenos inesperados e impredecibles, es decir, sorpresivos y atípicos? No hay respuestas convincentes. Sólo sabemos que no se trata de "catástrofes naturales", sino de eventos inducidos, amplificados y estimulados por la acción humana.

En conjunto, la década de los 90 triplicó el número de "catástrofes naturales" con respecto a la del 70. De acuerdo con World Disasters Report (publicación de la Cruz Roja Internacional) tan sólo durante 1998 los "desastres naturales" afectaron a más de 126 millones de personas en todo el mundo, provocaron el desplazamiento de 13.5 millones y causaron daños por un total de 90 mil millones de dólares. Los libros de contabilidad de las compañías de seguros lo confirman: si en los años 80 pagaron un total de 16 mil millones de dólares por estos eventos, solamente entre 1990 y 1995 se vieron obligadas a desembolsar 48 mil millones.

Frente a este panorama, Johannesburgo parece ser la tercera llamada de un drama que apenas comienza. Ni la reunión de Estocolmo (1972) ni la cumbre de Río de Janeiro dos décadas después, han sido suficientes para que las elites políticas, económicas e ideológicas del mundo asuman, responsablemente, el preocupante riesgo ecológico convertido ya en una crisis de escala global, en una amenaza para la especie. Todo indica que en Johannesburgo tampoco lograrán concretarse los compromisos necesarios para detener un proceso de desequilibrio que aumenta día con día, y que en un mundo cada vez más globalizado, afecta y afectará a la humanidad por entero, incluyendo los sectores y países privilegiados.

Y es que paradójicamente, la ruta clave tiene que ver con el controvertido tema del desarrollo sustentable, erigido esta vez como emblema de la cumbre. De hecho, la pasada década ha sido una cruenta batalla, ideológica, social y política, por los contenidos y las puestas en práctica del desarrollo sustentable, término que lo mismo ha quedado integrado a las políticas de los ministerios ambientales, los discursos de numerosos estadistas o los préstamos del Banco Mundial, que se ha convertido en el objetivo central de innumerables movimientos civiles, de comunidades indígenas, organizaciones campesinas y pescadoras, barrios urbanos, municipios y grupos de educadores, conservacionistas o de consumidores verdes.

En el fragor de estas batallas, un cada vez más amplio abanico de movimientos ciudadanos de carácter autogestivo construyen día a día y con "pies de paloma", como diría Nietzsche, un desarrollo sustentable que nada tiene que ver con el que pregonan el Citicorp, la Chrysler o el Presidente de México. Este desarrollo sustentable que hoy ya moviliza a millones de seres humanos de Río Grande del Sur en Brasil a Finlandia y de Australia a Japón, se ha visualizado como una propuesta alternativa e incluso radicalmente opuesta al modelo neoliberal.

Para estos "militantes ambientales", la crisis ecológica es una crisis de la civilización industrial, cuyo modelo no sólo explota y margina a millones de seres humanos, sino que destruye y desequilibra los procesos naturales. Para ellos sustentabilidad implica respeto a la naturaleza, pero también solidaridad, autogestión cultural y política, diversidad, espiritualidad, democracia participativa y, especialmente, control social del mercado, del conocimiento y de la tecnología. Para ellos el desarrollo sustentable se sitúa en franca oposición al modelo civilizatorio industrial que impulsa una visión materialista, racional e individualista, que está basado en la centralización y concentración del poder económico, informático y político, y que finca sus promesas de bienestar en las supuestas bondades del mercado y de la tecnología.

ƑCuántas diferentes y hasta antagónicas versiones estarán en las mentes de los participantes cuando en Johannesburgo se utilice el término de desarrollo sustentable? La primera tarea de la cumbre debe ser adoptar y defender una versión profunda y congruente de desarrollo sustentable, operación que lleva ineludiblemente al deslinde de los diferentes actores y sectores sociales. Frente a la preocupante escalada de la crisis ecológica urge erigir una modernidad alternativa, diferente a la que hoy busca imponer el fundamentalismo neoliberal, y ello supone la construcción teórica y práctica de una verdadera sociedad sustentable y la adhesión comprometida y desinteresada de todos los sectores de la sociedad contemporánea.

Si la sociedad ha perdido el control sobre la naturaleza es porque ha perdido el control sobre sí misma y porque ha olvidado que a la naturaleza se le "domina" cuando se coincide con sus leyes. Hoy, una compleja trama de intereses individuales y grupales, que van desde el simple inspector forestal o el cacique rural o urbano hasta las grandes potencias, las gigantescas corporaciones o los inmensos poderes financieros, no permiten que la sociedad humana recupere su equilibrio con la naturaleza. Lo realmente preocupante es que esta vez esos intereses se han convertido ya en los "instintos suicidas" de la especie (ahí están las declaraciones de George W. Bush para confirmarlo). En la tercera cumbre, en Johannesburgo, esos impulsos deben ser descubiertos, denunciados y neutralizados. Por el bien de todos.

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