Jacques
Dupin
Lo
profundo es el aire
Las
esculturas en tierra chamota de Eduardo Chillida primero son masas de tierra
húmeda, volúmenes llenos, pero a escala del cuerpo, al alcance
de las manos y hechas por ellas. Las manos poderosas del escultor las levantan,
las sopesan, las despiertan. La palma y los dedos las amasan, las acarician,
las alisan, las aderezan. Y los brazos las llevan, las mueven las más
pesadas se levantan con la palanca de los brazos y el apoyo del pecho.
Su conglomerado maleable es el de un cuerpo estrechado, por atracción
carnal, anterior a las construcciones del ojo y del espíritu. El
pensamiento que las atravesará, las habitará, las transformará,
requiere el calor de un cuerpo y la sensibilidad táctil de la mano.
La meditación del cuerpo. Y la intervención de un utensilio
de hierro conducido por la mano, la autoridad de una navaja afilada que
hiende la masa, le impone sus aperturas, sus huecos, sus líneas
divisorias, sus escarificaciones fecundas. El hueco, la hendidura, el trazo
laberíntico y la trama de una desarticulación chillidiana
del espacio obran para la metamorfosis y la transfiguración de un
fragmento de tierra en escultura. Penetración de lo lleno, profanación
de lo liso, inscripción con utensilio profundo que abre, levanta,
desplaza imprimiendo su ritmo, según una línea de denegación,
que hacen circular el vacío, la energía del vacío,
y aseguran la respiración de formas nacientes, asombradas de nacer
pero ligadas al tronco, a la cepa. Fabrican un acceso, múltiple
y bifurcado, a la interioridad y al latido de la tierra ofrecida, destinada
al endurecimiento en las altas temperaturas del horno de leña.
Escultura abierta y cerrada. Como un puño
que no existe, que no resiste a la luz sino por la forma, la fuerza y el
deseo de sus falanges comprimidas. O, a la inversa, como un árbol
cuyo tronco no tiene sentido ni solidez, salvo por el despliegue de las
ramas y el parpadeo de las hojas. Lo lleno se abre al espacio, lo abierto
se retracta sobre el rayo de un núcleo ausente.
Si
es un baúl, no está abierto ni cerrado, y sólo encierra
un tesoro impalpable e insignificante, un deseo de ser y de durar, por
el calor del fuego y el tiempo incorporado. Sólo vive de su polaridad,
de su herida entre cielo y Tierra. Sólo está vivo por la
brecha, los bordes entreabiertos, las rasgaduras, una palabra inventada
en los harapos del aire, un dibujo roto, un camino abierto en el caos viviente
del espacio.
El utensilio que hiere, hiende, inscribe,
también es el dueño de la sombra y de la luz. Según
la iluminación y nuestro movimiento, nuestro acercamiento, la claridad
de la arista se suaviza o se endurece, el trazo de sombra es negro o movedizo
y matizado desde la trufa a la ceniza, y a la perla.
Antes del utensilio, veo el gesto de la
mano. El primero, el más sencillo y el más misterioso de
los utensilios que, siglo tras siglo, haya inventado y diversificado. Irrupción
manando de la mano que Chillida dibujó desde que él y ella
tomaron un lápiz, y que nunca cesó de interrogar como si
ella fuese el centro y la periferia, el talismán y el secreto de
su itinerario y de su vida. Mano de escultor, mano de soñador. Ardiente,
libre, anhelante, cautivadora de fuerzas, guardiana de saberes y usos
pero también animal salvaje que salta de las malezas, las zarzas
del imaginario... La misma mano, o su doble, predadora o seductora, que
llama y desenmascara y hace brotar el soplo del hierro, de la madera,
del alabastro, del concreto, de la tierra, la misma que guía el
trazo de la tinta o el filo de una navaja sobre el papel...
"Gravitación:
dos cuerpos (dos hojas en este caso) que se atraen con una fuerza proporcional
al producto de su masa e inversamente proporcional al cuadrado de su distancia."
Dos hojas, o más, libres, repudiaron el collage; su atracción
depende de su masa, ligera, y de su distancia, ínfima. Masa y distancia
se reducen al mínimo; en cambio, su materia y su textura son eminentes.
Hojas de un papel de hechura artesanal y tradicional, que habla a la forma
o a la mano, y en eso son chillidianas por excelencia. Un papel puro de
tela, exento de pegamento, cuya pasta salió de una trituración
de telas por inmensos martillos de madera en el agua pura de un torrente
de montaña. La pasta obtenida por tortura entonces se extiende para
su goteo sobre coladores sostenidos y sacudidos por brazos de hombres,
antes de colgarse, todavía pesada de agua, al abrigo de la luz,
en vastos desvanes ventilados. Un papel puro, originario, cuyas hojas irregulares
y barbudas conservan la huella del colador y, eventualmente, el arañazo
de una filigrana en la carne. Un papel sensible, sensual, erotizado, cuya
trama y cuyo grano imantan la mirada, seducen la mano, enamoran la luz.
Sobre el papel, el caos se corrige a navajazos.
Es la ley de las "gravitaciones". Chillida escoge las hojas, las distrae
de la mano de papel (decididamente). Dispone la primera, superpone la segunda,
la tercera. Y entonces recorta, ahueca, cala, descuelga. Prolonga un vacío
con un trazo de tinta al pincel. Abre huecos. Colma, sustrae, yuxtapone,
arquitectoniza. A la forma estratificada, foliada, da ritmo. Junta desde
lejos y hace culminar la carencia y la turgencia. Edifica perforando, activando
ventanas que son reales, lagunas que son lógicas, clarificando al
extremo el trenzado de significados, el encaje del significante. Entrelazamientos,
pasarelas, encabalgamientos, inmersiones y reflujo del papel materia, del
papel mental. Papel esculpido de una hoja a la siguiente, en el intervalo,
desde el vacío cavado hasta la carne de gallina del papel en la
luz rizadora, hasta la organización abrupta y refinada de una construcción
en el espacio.
Hojas
libres y gravitantes, pero si uno quiere que se levanten juntas: agarradas
de un hilo. La amarra de un hilo discreto que las recorre y las ata, atrás
de la cortina, y las aligera todavía más de su ligereza.
Un hilo que entra en el juego, baila con el recorte del papel, el negro
de la tinta, el borde deshilachado. A lo largo de los últimos años,
de humilde servidor ligado a su función, el hilo se volvió
un cómplice seguro en su movilidad extrema de funámbulo.
La flexibilidad, el aleteo virtual de la hoja, el recorte de la navaja,
el pincel de tinta, el juego de aristas vivas y sombras sostenidas, concuerdan,
se imantan, deben su suspenso y su coherencia a este hilo tenue, así
como a la fragilidad, a la precariedad y lo efímero de lo desconocido
sin nombre que es la danza.
Esculturas. Nada menos, nada más,
para nada híbridos, o quimeras. Griñones o mujoles. Las gravitaciones
son esculturas talladas en el papel y libres en el aire. Las tierras chamotas,
esculturas de tierra y de fuego. Tierra o papel, estamos confrontados con
una plenitud horadada, irrigada, fecundada por el vacío y el vacío
es el viento salvaje, la fuerza de lo no divino, la mirada del niño.
Brota de brechas e intersticios. De una tormenta, del olvido. Y estamos
confrontados con el recorte de los bordes, el acercamiento de los labios
de la herida, la vacilación de una escritura transparente y cifrada
que contamina y disemina.
Justeza de las articulaciones. Musicalidad
de las relaciones. En lo abierto del espacio, la sombra es la protagonista
de la luz. Tensión hermanada con la separación y el acoplamiento,
relámpagos trizados y lanzados desde la hendidura, como para mandar
la mano filosofal en acción dentro del espacio horadado y sin cesar
reactivado...
Traducción
de Kosme de Barañano
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