Jornada Semanal, domingo 1 de septiembre  de 2002              núm. 391

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

PORNOGRAFÍA (II)

La tradición del erotismo en el arte de México es breve, aunque intensa: durante el siglo xix deben contarse los tímidos inicios de Manuel M. Flores antes de la llegada del movimiento modernista, verdadera corriente de consolidación y arranque de los temas eróticos en casi todas las manifestaciones artísticas (literatura, pintura, escultura, dibujo y grabado), así hubiera sido desde los foros representados por la Revista Azul (1894-1896), la Revista Moderna (1898-1903) y la Revista Moderna de México (1903-1911). El erotismo ingresó en la prosa y la poesía, ya con intenciones moralizantes (como las de Federico Gamboa con Santa), ya mediante el abordamiento de otros temas sociales con un trasfondo erótico (como algunas de las primeras novelas de Mariano Azuela: María Luisa, Mala yerba, Sin amor), ya en algunos aspectos incisivos y fundacionales de la obra poética de autores como Salvador Díaz Mirón ("Cleopatra", "Idilio salvaje"), José Juan Tablada ("Misa negra") y Efrén Rebolledo (Caro victrix); asimismo, la presencia del tema es casi inseparable de la obra gráfica y pictórica de Julio Ruelas, lo mismo que en la escultórica de Jesús Contreras (cuyo Malgré tout se exhibe, actualmente, en el vestíbulo del munal, junto a otras esculturas que, alguna vez, estuvieron expuestas al aire libre en la Alameda Central, no sin sufrir los homenajes y agravios de los transeúntes)…

Dibujo de AhumadaEl vacío del tema en la historia del arte mexicano no es difícil de explicar: se conservan espléndidos ejemplos de poesía erótica renacentista, como el soneto de Francisco de Terrazas a unas piernas ("¡Ay, bazas de marfil, vivo edificio/ obrado del artífice del cielo,/ columnas de alabastro que en el suelo/ nos dáis de el bien supremo claro indicio!…"), que con el número 255 fue publicado en el cancionero Flores de baria poesía, en la Ciudad de México (1577). Después, por efectos del Concilio de Trento (1545-1549, 1551-1552, 1560-1563), la Iglesia determinó que la sensualidad y el erotismo no tenían más camino que el fijado por ella: enfatizarlo por vía espiritual, mediante el fenómeno carnalmente etéreo y voluminosamente intangible del Barroco. España impuso a sus colonias los lineamientos tridentinos y, entre otros, el efecto colateral de tales medidas se manifiesta en la completa ausencia de representaciones, en todas las artes, de cuerpos sin vestiduras, erotismo y regocijos carnales. Salvo el desnudo de espaldas de Velázquez, Venus en el espejo, y los desnudos de las ánimas del Purgatorio, o los puttos, angelillos rechonchos y bobalicones que sólo servían de adorno en pinturas sacras y retablos, es casi imposible encontrar alusiones al tema. Lo que sobrevive fue materia inquisitorial, obra de aficionados que dista de tener la calidad de Terrazas, aunque muestra que Trento no había ahogado la carne de los creyentes. La visión del cuerpo humano en la Colonia puede equipararse a la factura de sus tallas de Cristos y santos: cara, manos, pies y ropaje; al levantarse éste, nada, salvo rudos esqueletos que contrastan con la finura de la parte visible del cuerpo, de sus áreas "decentes".

Si se piensa en los casi trescientos años que median entre la publicación de las Flores de baria poesía y Pasionarias (1874), de Manuel M. Flores, sorprende la manera como en doscientos noventa y siete años la sociedad mexicana pudo vivir sin acostumbrarse a la representación estética de sus impulsos eróticos. ¿El resultado? Una sociedad curiosa por el sexo pero dispuesta a negarlo, como la victoriana: una cultura de los vicios privados y las virtudes públicas. Entre la altura estética con que el arte poetiza las relaciones del ser humano y el cuerpo (del otro, de la otra) y la curiosidad por lo que exhibían los bikinis de revistas como Ja-já en los años sesenta, hasta llegar a las revistas gineco-urológicas con que se llenan los puestos de periódicos de hoy en día, el monótono adjetivo de los sectores asustadizos sigue siendo unánime: pornografía. En ese saco se incluye a la pornografía pornográfica (la de ciertos cómics y videos con todas las equis del caso) y a la supuesta: todo aquello que "ofende" las buenas conciencias y está más allá de su entendimiento, trátese de una novela de Carlos Fuentes o de un pequeño dibujo de Ahumada, a lápiz, en el que sobre la tilma de un indígena se despliega el cuerpo milagrosamente desnudo de Marilyn Monroe. Hoy, en México, pornografía se emplea indiscriminadamente como antes comunismo y protestantismo: palabras con sentido peyorativo, insignificancias que sólo cristalizan la miopía de quienes denuestan intolerantemente lo distinto.