![]() ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR PORNOGRAFÍA (II) La tradición del erotismo en el arte de México es breve, aunque intensa: durante el siglo xix deben contarse los tímidos inicios de Manuel M. Flores antes de la llegada del movimiento modernista, verdadera corriente de consolidación y arranque de los temas eróticos en casi todas las manifestaciones artísticas (literatura, pintura, escultura, dibujo y grabado), así hubiera sido desde los foros representados por la Revista Azul (1894-1896), la Revista Moderna (1898-1903) y la Revista Moderna de México (1903-1911). El erotismo ingresó en la prosa y la poesía, ya con intenciones moralizantes (como las de Federico Gamboa con Santa), ya mediante el abordamiento de otros temas sociales con un trasfondo erótico (como algunas de las primeras novelas de Mariano Azuela: María Luisa, Mala yerba, Sin amor), ya en algunos aspectos incisivos y fundacionales de la obra poética de autores como Salvador Díaz Mirón ("Cleopatra", "Idilio salvaje"), José Juan Tablada ("Misa negra") y Efrén Rebolledo (Caro victrix); asimismo, la presencia del tema es casi inseparable de la obra gráfica y pictórica de Julio Ruelas, lo mismo que en la escultórica de Jesús Contreras (cuyo Malgré tout se exhibe, actualmente, en el vestíbulo del munal, junto a otras esculturas que, alguna vez, estuvieron expuestas al aire libre en la Alameda Central, no sin sufrir los homenajes y agravios de los transeúntes)
Si se piensa en los casi trescientos años
que median entre la publicación de las Flores de baria poesía
y Pasionarias (1874), de Manuel M. Flores, sorprende la manera como
en doscientos noventa y siete años la sociedad mexicana pudo vivir
sin acostumbrarse a la representación estética de sus impulsos
eróticos. ¿El resultado? Una sociedad curiosa por el sexo
pero dispuesta a negarlo, como la victoriana: una cultura de los vicios
privados y las virtudes públicas. Entre la altura estética
con que el arte poetiza las relaciones del ser humano y el cuerpo (del
otro, de la otra) y la curiosidad por lo que exhibían los bikinis
de revistas como Ja-já en los años sesenta, hasta
llegar a las revistas gineco-urológicas con que se llenan los puestos
de periódicos de hoy en día, el monótono adjetivo
de los sectores asustadizos sigue siendo unánime: pornografía.
En ese saco se incluye a la pornografía pornográfica (la
de ciertos cómics y videos con todas las equis del caso) y a la
supuesta: todo aquello que "ofende" las buenas conciencias y está
más allá de su entendimiento, trátese de una novela
de Carlos Fuentes o de un pequeño dibujo de Ahumada, a lápiz,
en el que sobre la tilma de un indígena se despliega el cuerpo milagrosamente
desnudo de Marilyn Monroe. Hoy, en México, pornografía
se emplea indiscriminadamente como antes comunismo y protestantismo:
palabras con sentido peyorativo, insignificancias que sólo cristalizan
la miopía de quienes denuestan intolerantemente lo distinto.
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