Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 31 de agosto de 2002
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Cultura
Cafés y restaurantes exhiben a sus clientes como en una larga vitrina

La Condesa, centenaria colonia que subsiste a caballo entre el siglo XX y el naciente XXI

ADRIANA CORTES KOLOFFON ESPECIAL PARA LA JORNADA

Desde la entrada, el piano que deja escuchar pasodobles y boleros invita a sentirse como en la propia casa. A primera vista resalta el contraste entre El Tío Luis y los restaurantes de la colonia Condesa posmoderna, la mayoría de ellos al aire libre. Allí la comida es casera y uno se siente transportado al México de los años 40. Es más, en un acto de acrobacia imaginativa, no resultaría difícil ver en pleno 2002 al autor de María bonita ocupar una mesa con su semblante de aire nostálgico.

Prohibido el paso a la modernidad

Entre todos los sitios de la Condesa dedicados al ejercicio de la gastronomía, El Tío Luis es quizá el de más saudade, palabra portuguesa sin significado, pero que en español alude a una mezcla de nostalgia y tristeza por un pasado que jamás regresará. ¿Por qué transmite esta sensación el primer restaurante del barrio? Quizás la culpa sea de las fotografías. En las paredes están los grandes del toreo: Pepe Ortiz, Manolete, Juan Silvetti El Meco, Carlos Arruza y muchos más que alternaron en la desaparecida plaza El Toreo, que fue inaugurada en 1907 en esa colonia que cumple cien años.

Una imagen muestra el momento en que Alberto Balderas cortó la última oreja; después sufrió una cornada. Empresarios taurinos como Rodolfo Gaona, embajadores y personajes del mundo del espectáculo y del deporte se han quedado para siempre en El Tío Luis, donde Pedro Yllana, su propietario, dirige el séquito de meseros como si se tratara de una orquesta.

Punto obligado de referencia para los vecinos de la Condesa es la nevería Roxy. Es inevitable recordar su estilo muy déco, sobrio y acogedor. Transformados en nieve, la vainilla, el chocolate, el limón y la cajeta sedujeron, enamoraron, se quedaron en los paladares y en la memoria de quienes han habitado allí.

Desaparecieron las neverías Las Chufas y Kikos, esta última perteneciente a los Gallardo, quienes años después abrieron la Roxy, que cuenta con 58 años de actividad. En el local donde se encuentra antes se instalaron una carnicería, una llantera, una verdulería y una tintorería, afirma su propietario, Luis Gallardo.

''El rasgo característico de Roxy es el helado de fabricación artesanal", expresa. Nada de máquinas modernas ni de sabores artificiales. Aquí los helados conservan su sabor de helado hecho en casa.

Puertas cerradas

Las calles de la Condesa: una hilera de cafés y restaurantes que exhiben a los comensales como en una larga vitrina. En la cantina El Centenario, en tanto, resulta imposible ver a los bebedores, algunos de ellos solitarios, otros en grupos, la mayoría hombres sentados frente a la barra. No hay en la entrada ningún letrero que prohíba el acceso a las mujeres y a los animales, como se hacía en las cantinas de la primera mitad del siglo XX, de modo que nadie me impidió el paso.

Apenas entré, las miradas examinaron curiosas a la mujer que se atrevió a abrir las puertas. Me sentí en los años 30, sin embargo, los teléfonos celulares sobre las mesas son prueba innegable de que se está en la posmodernidad. ¿Una bebedora?, quizá se preguntaron sorprendidos los meseros. Para su alivio, no pedí un tequila, ya que sólo pregunté: ¿alguien sabe cuándo se inauguró esta cantina? El gerente rompió el silencio: ''No lo sé", dijo.

Sobra decir que la cortesía de los meseros se ha perdido en esta cantina que desconoce la atmósfera acogedora de antaño. Les bastaba salir a la calle y leer sobre las puertas: El Centenario. Desde 1948. No hay duda: la Condesa está a caballo entre dos siglos.

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