lunes 26 de agosto de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
Perfil

Alfabetización BUAP 2002

Testimonios de los alfabetizadores

Jorge Machuca Luna n

Doña María

Elizabeth Vázquez Ramos "La Dañada"

Es imposible hacer una descripción de doña María, y también lo es expresar totalmente mi sentir hacia ella, así que lo siguiente es sólo un intento por hacerlo.
Doña María es una señora muy pequeña; me llega al hombro. Su cuerpo no es más que huesos recubiertos por una delgadísima capa de piel que el sol, el lodo, la tierra y el trabajo se han ido comiendo.
Usa dentadura postiza, a la cual le hacen falta algunas piezas; es tan vanidosa que se pinta el blanco pelo que tiene, y para esto tiene que ignorar un rato el hambre y comprar su tinte.
Doña María se quedó huérfana desde muy niña; para ella su madre fue su hermana Chabela, la cual murió "de buenas a primeras", como ella dice.
La muerte de su mamá Chabela la hundió hasta lo más profundo de la soledad y la tristeza; en realidad, ella murió con su hermana, y sin exagerar ni "azotarse", cuando una está parada ante doña María pareciera como si fuese un cadáver, pero si uno observa sus ojos se da cuenta de que hay un par de luces que están medio apagadas por la tristeza.
Cuando conocí a doña María me sentí inútil, muy impotente. Ese día ella estaba platicándome, a mí, que era una perfecta desconocida, todo su pasado; ahí estaba ella, llorando en el hombro de una estudiante de preparatoria que -ante ello- no pudo controlarse.
Fue realmente un shock ver tanta soledad en sus ojos, tanta tristeza en sus lágrimas, tanto olvido en su cuerpo. Ese momento ha sido una de los más relevantes en la vida de esa muchacha que va todos los días a su casa a intentar enseñarle algún signo.
A partir de la muerte de su hermana ella se quedó solita -como ella dice-, y como siempre dependió de su mamá Chabela, se las vio muy duras para poder conseguir sus centavitos e ir llevándola. A los setenta y tantos años de edad, doña María se dedica a lavar ropa ajena, a limpiar café y desgranar maíz ajeno; se pone a chapear el patio de sus vecinos, hace comales de barro para venderlos y un sinfín de cosas más.
Los días han pasado, y he ido todos los días a su casa, a dar clase. Y sigue habiendo lágrimas en las clases, y sigue habiendo pláticas llenas de soledad, y sigue habiendo frustraciones, pero también hay risas, hay muchas letras, hay carcajadas, hay lágrimas de felicidad porque ya pudimos leer "María". Hay conocimientos, hay una amistad, hay una infinidad de cosas que todos los días temo y me los llevo, y una infinidad de cosas que temo y se las dejo.
Todos los días le pregunto: "¿Y qué comió usted hoy, doña?" Y la respuesta es siempre la misma: frijolitos. Ha habido un par de veces en las que doña María hace trabajos extraordinarios sólo para prepararle tlayoyos y gorditas a la señito que le va a enseñar.
No podía hacer más que bolas y palitos, pero ahora ya puede escribir su nombre, el de su amiga Mimí, el de su sobrino Memo y algunas palabras más.
Y eso nos ha provocado una gran satisfacción a las dos, porque no ha sido nada fácil tomar clases con ella. En fin, he aprendido tanto de esa mujer que ni siquiera hice el intento por escribirlo; todo lo anterior fue solo un intento para decir quién es doña María, y sé que no lo logré. De hecho, desde el principio supe que no lo lograría, pero aun así decidí echarme todo este choro.
Tal vez ahora sepan a que me rrefería cuando estaba diciendo que doña María es indescriptible.
Bienvenido, hermano

Gerardo Ruiz

Creo que los azares del destino y de la suerte me pusieron en Xiloxóchitl. En esta comunidad he aprendido mucho, pero el largo camino hacia este conocimiento ha sido adverso, aunque ha valido la pena.
Ha sido difícil, no lo puedo negar. Pareciera que esa tierra no me quiere. Que me dice: "Tú no perteneces a este lugar". Y esto me lo da a pensar lo marginado del sitio, la gente distante que he encontrado, los caminos estrechos y resbalosos, los grupos disidentes, la actitud defensiva de la gente, la gente callada que asemeja a alguien que sólo espera el paso del tiempo, el kinder de tarro, la primaria, que aunque un poco descuidada se puede decir que es una hipocresía hacia el entorno por su estructura de concreto.
Y qué decir de las telarañas, que pareciera que me bloquean los caminos entre la maleza, diciéndome: "Regresa por donde viniste". Y qué contar de las actitudes groseras que he recibido.
En fin, podría mencionar muchas más, pero lo que quiero decir es que, por encima de todo esto, he aprendido a no rendirme ante nada, a nadar contra corriente, a ignorar a esas telarañas que me quieren parar, a seguir y a seguir, con la esperanza de que algún día la tierra que piso y su gente me digan: "Bienvenido, hermano".
Las quesadillas

Evelyn Morales Montero

-Susana, Marca y Evelyn, ustedes darán clases en El Jayal -nos dijo Pavel momentos antes de irnos a reunir a nuestros alumnos.
Yo, totalmente ajena al lugar y con un poco de ansias y temor por conocer a mis alumnos, me dirigí a visitarlos.
Conocí a cada uno de mis futuros alfabetizandos, pero sólo uno me dejó una espina enterrada, pues mientras todos estaban muy felices y ansiosos de que ya empezaran las clases, quedaba uno que ya no quería tomarla, según él, por lo que dirían sus compañeros de su supuesta ignorancia y lento aprendizaje. Por más que intenté convencerlo, no cambió de parecer, al grado en que se puso un poco tajante en sus contestaciones. No lo demostré, pero sentí feo por su modo de hablarme.
Momentos más tarde me encontré a doña Jovita, una señora que rápidamente aceptó tomar la clase, y quien a la segunda sesión me dijo que siempre no, que la verdad no tenía tiempo, pues se tenía que ir al potrero, tenía que atender a su esposo y a sus hijos y hacer los quehaceres de su hogar; yo, en ese momento, le creí, pero días después me enteré que prefería quedarse en su casita viendo Mujer, casos de la vida real o Cosas de la vida.
Al perder a esa alumna, regresé a insistir con el señor que no quería las clases, y no se sí fue por obra del espíritu santo que por fin aceptó que le diera clases en su casa, pero a la que de plano no puede convencer fue a su esposa, doña Hermelinda. Las primeras clases me di cuenta que don Macario no tenía tanta dificultad en aprender.
Pasaron las clases y junto con ellas los días, y fui notando que esta pareja me estaba acogiendo con cariño y respeto.
Un día, de repente, me invitaron a comer tlayoyos con salsa y agua simple; yo, con un poco de pena, acepté comer junto a ellos este delicioso manjar. Después de ese día yo ya me sentía parte de ellos.
Las invitaciones a comer se volvieron más frecuentes, y si me negaba notaba que doña Hermelinda se sentía. Al ver esta situación, yo empecé a ver de qué manera les podría recompensar lo que hacían por mí, así que seguí insistiendo para que ella también tomara la clase.
Un día me la agarré de sorpresa y se sentó junto a don Macario. Entonces pensé: "éste es el momento"."A ver, doña Hermelinda, ¿conoce esta letra?". Ella me decía que no; entonces le empecé a enseñar las vocales; ella lo aceptó de una manera tal que en un dos por tres las distinguía ya, y todo iba tan bien cuando de repente me dijo que tenía que ir a hacer algo, y de un brinco se levantó de la silla y salió corriendo.
Fueron varias veces las que salía corriendo, y pues yo no la iba a obligar a permanecer en la clase si es que ella no quería. Sin embargo las invitaciones a comer seguían siendo cada vez más frecuentes, yo noté entonces por disponer 10 minutos de mi clase en ayudarla a moler, y pues que al menos se viera que se ganaba la comida.
La confianza se hacía cada vez mayor; ya comíamos y platicábamos acerca de nuestras vidas, de nuestro pasado, de nuestra niñez, de problemas y demás situaciones.
Un día decidí llevarles quesillo para hacer quesadillas. Esa tarde fue muy especial, porque a la hora de voltear las quesadillas del comal me quemé con el suero del queso la mano izquierda; después cambié de mano y me volví a quemar.
A la hora de comer fui la primera en morder la quesadilla, y pareciera que el queso se quería fusionar con mi lengua; me di un santo quemón que hasta aventé la quesadilla, salió volando; claro, la volví a cachar, pero eso hizo que nos riéramos un rato. Después don Macario también se quemó, y su expresión fue muy chistosa; y por último, doña Hermelinda hasta pegó un grito como cuando cae un trueno.
Eso nos causó tanta gracia que no parábamos de reírnos a carcajadas, y cuando por fin pudimos saciar esas ansias de risa, todo se tornó en un ambiente melancólico, pues me dijeron que cuando me fuera ya no iban a reírse como acostumbramos reírnos, que ya no llegaría el momento en que su maestra llegaba con retraso a sus clases, que ya no habría más letras pegadas en las paredes de su cabañita, que ahora la mesa estaría vacía, pues ya no tendrán que alimentar ni cuidar a su maestra, que carecían de hijos y extrañarían a quien habían llegado a querer y considerar como parte de su vida, como su hija.
Apenas aprendí a
leer y a escribir

María Celeste Amador Ibarra

Acabo de empezar a aprender a leer y escribir, y por otra parte, aprendí a hacer cuentas. Ni siquiera hace un año, ahora, justo ahora abrí por primera vez el libro del adulto, y lo primero que leí fue pala. Claro que tuvo que ayudarme doña Petronila, leyendo ella primero.
Leer "pala" fue para mí lo mejor. Es decir; desde la primera clase se puede leer nombres y verbos; puedes nombrar a la acción o activar al nombre; desde el primer día Lupe pela la papa para darse de comer, para darle de comer a sus hijos; el sonido de li en la voz de la señora abrió esa parte de mi percepción que asocia gracias al sonido. Estoy segura de que hasta ayer yo nunca había leído pala.
En el tercer ejercicio de vacuna, Paco bebe vino, pareciera como si las aun pocas letras hubieran llegado a un acuerdo para alertarnos de que con sus voces son capaces de callar todas las otras voces falsas. Escribiendo esa frase estoy segura de que don Antonio pudo escribir mucho más que todos los ensayos y conferencias sobre alcoholismo puedan contar.
Este ritual de comunión entre las grafías y los sonidos con el devenir de la vida, con los olores de todos los días que traen mil recuerdos a nuestra conciencia, con el barro que pisamos al bajarnos de la camioneta (y que definitivamente no es el mismo que hemos venido pisando toda nuestra vida), con la maravilla que son las miradas de los niños, prosiguió cada vez más complejo, cuando pude leer medicina, y al mismo tiempo pude ver en un papel verdura, coma, sucia, cólera, dosis, casa, médico, escritos por primera vez en la piel de mi entendimiento y a las que la conciencia devolvió una sonrisa agradecida de poder usarlas al fin, de poder sacarlas de la caja escondida y difícilmente permeable donde se guardaban, para poder decir lo que yo quise así como don Miguel dijo que él no tenía para ir con el médico y lo puso en un papel.
Quizá la parte de mí que creía firmemente que ya sabía leer y escribir se resistía un poco, tontamente, a alimentarse de la belleza de las letras sencillas y francas, pero cuando pude juntar trabajo, esa parte ambiciosa cedió por completo.
Y es que en trabajo se conforma un texto tan extraordinariamente agudo y sublime, de una perfección y un orden enigmático y que imponen ese ambiente de misterio, en el que nos preguntamos cómo se pudo conformar ese complejo intercambio y unión entre significados y símbolos que además nos llaman a responderles, nos retan. Son una trama de sonidos trabajados, agradables, diabólicamente correctos.
Pero todavía me falta; ojalá ya pudiera leer como don Miguel o don Antonio, como doña Petronila o don Silvestre, que se esfuerzan por enseñarme. Ojalá esté leyendo lo que debo, es decir, la manera de enseñar mejor, pero no sé...
O quizá sea mejor estar aprendiendo toda la vida, a leer el esfuerzo, el apoyo mutuo, la confianza y a ponerlo con letras, ser toda la vida, o mejor aun, alfabetizando.
¿Por qué no sabía leer, por qué ni mis alumnos de este lugar ni yo habíamos tenido esa oportunidad?
Y después las letras y las palabras hicieron gala de otro movimiento coreográfico de muy agraciada forma, excelente tacto y buen gusto y fueron desvaneciéndose, cambiándose, para dar paso a los números.
Bueno, confieso que ya había visto a los números antes pasar delante de mis ojos empañados por esa lluvia espesa que sólo te deja ver siluetas amorfas pero, cuando por fin resolví esa suma, ayudada por don Sergio, ví de pronto a los números y si me quitaron una noche de sueño, porque aparecían en las pláticas y en el trabajo, en el arte y en la cocina, porque hablé de ellos, y jugué con ellos guiada por un adulto, un verdadero adulto, que los había visto claramente desde siempre, pero no los había podido meter en una red para escurrirlos en la pared.
Escribir los números junto a un signo, después de haberlos comparado, medido, incrementado o dividido en la mente fue algo que apenas hice porque no lo hice sola, lo tomé, lo platiqué, lo moldeé y lo expresé con la ayuda de las manos de los adultos, que con la misma inquietud los analizaban y con gran maestría los escogían y colocaban, y los ponían en su mente y en mi mente, en su comunidad y en mi espacio, los ponían en el mundo a modo de ofrenda a la utilidad que propiciaban.
Y a veces cuesta mucho trabajo atraparlos, no siempre nos responden cuando los cuestionamos su lugar o su función, pero hay que recordar que cuando los alumnos pescan en el río, se cuelan muchos tantos de estimaciones y cálculos que esperan quizá desde millones de años, a ser convertidos en símbolos y a volverse útiles.
Pero qué bueno que todavía no sé hacer las cuentas escritas, porque sólo así voy a ponerme a buscarlas en las hectáreas mal repartidas del terreno pequeño de don Miguel, en el promedio de personas enfermas de diabetes en la Junta Poza Langa, en el número de alumnos por alfabetizador porque sólo ahí, y sólo con los adultos voy a aprender a hacer cuentas.
Indescriptible

Metztli Zarahi Katsurada Hernández

Aún no entiendo completamente la gran magia que tiene una campaña. Es tan indescriptible que cuando alguien te pregunta por que eres tan adicto a ella y por más que digas palabras, parece que generas más vacío.
Aunque pongas todos los adjetivos conocidos no logras satisfacer todo lo que es. Es una reflexión permanente que te sigue como sombra todo el tiempo. Un campo magnético que te atrapa y sujeta sin nada y a la vez con todo. Que se vuelve la razón de muchas cosas y el resultado de otras.
El aprendizaje y crecimiento vinculado, yendo a la par por caminos nuevos e inexplorados. ¿Cómo explicas, cómo haces entender a alguien tan ciego citadino y superfluo? Que un ser humano en toda la extensión de la palabra, lo encuentras después de "raras" pérdidas, en comunidades ocultas por el follaje detrás del humo de la leña, o entre surcos cubiertos por milpa.
Que te enseñan que las cosas más valiosas de esta vida con las más sencillas. Que se vuelven simplemente los maestros de vida.
¿Cómo explicas? Si ni tú mismo entiendes el momento o encuentras, el momento en que te vuelves barro y te duele el calor de la leña pero te alegra ser al mismo tiempo maíz y levantar con el alba; volverte tortilla, volverte viento y escuchar en silencio el agua de los ojos que cae en la tierra o el susurro de la risa que se eleva al cielo y los secretos que susurra el río.
Que al corazón le duele el sufrimiento de la tierra pero ya no puede llorar por la sequía.
Cómo explicas la impotencia que sientes, de qué manera expresas a alguien que no ha sentido el humo en los ojos, que arde y quema el alma. Que te sientes tan pequeño al ignorar tantas cosas e ingenuo por no conocer la vida.
Cómo decir que la realidad es así cruel, sencilla y con esa "ábsides" que te quema el alma y al mismo tiempo extasía el espíritu a si máximo.
Que es una semilla que se injerta y desarrolla todo el tiempo, produciendo un fruto tangible y abstracto.
Cómo hacer ver que estos seres humanos de barro te sensibilizan haciendo un "café con leche" todo el tiempo, al ver que toman un lápiz y escriben un cachito, que se vuelve el enlace de estas relaciones extrañas y fantásticas unidos por letras y el saber que los vas a dejar que tienes que regresar.
Que es uno de los sitios donde te sientes tan bien, que te olvidas de todo y no hay tiempo ni siquiera para extrañar. Que te hacen parte de su familia y se vuelven parte inolvidable de tu vida, que te entregan lo mejor de sí, su cariño, su confianza, su tiempo, provocando que te sientas tan vivo y agradecido por ser discípulo de estos sabios. Y en un momento dejas de ser tú para aprender a ver con los ojos del alma.
Presencia en el olvido

Denise Lucero Mosqueda

Su piel oscura semeja al café tostado por el sol, molida por la vida, por un ir y venir de la casa a la milpa, de la milpa a la casa.
Si te detienes a observar sus pies te darás cuenta de que son anchos, que están hechos para andar por las veredas, sobre piedras, sobre tierra, pies que han recorrido innumerables caminos pero un solo destino.
De exquisita forma sus voluptuosas pantorrillas se encuentran acompañadas por la fortaleza de sus pequeñas rodillas, majestuosos muslos encuentran su sexo, sexo consumido, agotado.
Vientre abultado, testigo de cada una de sus luchas, por conservar el maravilloso milagro de la vida... este milagro que día a día le da un por qué a la suya. De abdomen ancho debido a que si algo está seguro es la tortilla.
El busto dejó de ser firme, sus mejores momentos han pasado y sólo queda el reflejo de las más de ocho criaturas alimentadas por sus senos.
Sube un poco más la mirada y encontrarás la piel hundida sobre la clavícula. Y después de este asombroso recurrido observa la expresión facial que te regala, sus pequeños ojos te abren las puertas mientras que una sonrisa ocasiona que se remarquen sus sabias arrugas en los ojos.
A cada palabra pronunciada verás la escasa dentadura que aún mantiene y si preguntas donde han quedado sus dientes sólo basta dirigir la mirada hacia alguno de los niños que te rodean.
Finalmente estrecharás sus manos, entrarás en contacto con las manos suaves y recias al mismo tiempo.
Sí, todas ellas son la que hacen presencia en el olvido... ellas, que muelen a diario y que a cada desliz del metapili sabe a metate entregan lo único que puede ser suyo... el alma. Las que transmiten el calor de un comal en el fogón en cada saludo o abrazo. Ellas, las de pies descalzos, falda blanca, taja roja y blusa de jornada. Las que hacen presencia en el olvido.