lunes 26 de agosto de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
Perfil

Alfabetización BUAP 2002

Los alfabetizadores: aprendiendo a aprender

Jorge Machuca Luna n


Desde junio, San Antonio Rayón ya no es el mismo lugar. La vida de muchos de sus pobladores cambió tras la estancia de 70 huéspedes inusuales que permanecieron en esa comunidad por dos meses para enseñar a leer y escribir y aprender más de la naturaleza y entender lo duro de la vida en el campo.
Rayón, junta auxiliar del municipio de Jonotla, fue el centro de operaciones de la labor alfabetizadora que por segundo año consecutivo realizaron miembros de la Universidad Autónoma de Puebla (UAP); por nueve semanas, el pueblo los acogió y las letras fueron el pretexto para que se desarrollara un intenso aprendizaje por parte de alfabetizadores y alfabetizandos.
Unos aprendieron a leer palabras; otros, a "leer el tiempo"; unos escribieron sus nombres en cuadernos, y luego lo hicieron en las vidas de sus jóvenes y no menos entusiastas maestros.
Las jornadas en 14 de las comunidades más pobres de la Sierra Norte fueron extenuantes, y la labor, fructífera. Los obstáculos fueron muchos: el calor, la falta de agua, la duda de los alfabetizadores, la rudeza inicial de unos lugareños y el cansancio.
Las lecciones no sólo fueron impartidas en un salón de clases ni en la casa de Pedro, Juana o María, ni con libros o ábacos de por medio; el aprendizaje también fue intenso en las milpas, caminando bajo el sol y cortando pimienta, echando tortillas y chapeando el patio mientras se hablaba el náhuatl.
Los maestros urbanos comenzaron a entender los claroscuros de la vida campirana y el verdadero valor de un plato de frijoles luego de trabajar desde la madrugada; dejaron mucho y se llevaron más, insistieron ellos.
Las tierras que recibieron a los educandos en la víspera de la alfabetización fueron vapuleadas por la peor sequía en varias décadas, lo cual, sumado a los bajos precios de la pimienta y el café, ha ocasionado la desesperanza de los labriegos de la zona, que aun así mostraron empeño en aprender sus primeras letras.
El esfuerzo por aprender
La escena cotidiana de las lecciones es muy similar en el patio o la entrada de muchas casas del Jayal, Xiloxóchitl o Buenavista: el paciente maestro, en cuclillas, muestra al alumno nuevas sílabas: pa-la, va-cu-na, ba-su-ra, me-di-ci-na.
Escribir por primera vez con un lápiz es un esfuerzo que al principio quita el sueño a muchos alfabetizandos que se esfuerzan por no quedar mal con su maestro, a quien le ofrecen un cafecito o un tamal.
Con el paso del tiempo, la relación se vuelve más estrecha; entre risas, con unas tarjetas con ilustraciones de personas, animales y otros objetos, y valiéndose de las primeras sílabas y palabras aprendidas, comienzan a contar historias y discuten sobre la importancia de las vacunas o de cómo se amasa las tortillas. El "círculo de cultura" está en marcha.
Uno de los hechos más importantes que tuvo lugar en esta segunda campaña de alfabetización fue que los propios preparatorianos adquirieron una vasta serie de conocimientos acerca de la vida en el medio rural, empezando por la preparación y siembra de la tierra, hasta la manera de hacer tortillas e incluso donas y hablar náhuatl.
Al igual que el año pasado, los encargados de alfabetizar en la Sierra Norte utilizaron, para lograr su cometido, el método conocido como "palabra generadora", de la autoría del pedagogo brasileño Paulo Freire, a través del cual se consigue que los adultos sepan leer y escribir en 45 días.
Los bachilleres fueron capacitados para utilizar el citado sistema de enseñanza desde diciembre de 2001 hasta poco antes de su incursión en cinco municipios; desde esa época comenzaron a recibir sus primeras lecciones de cómo darles a conocer las primeras letras a los labriegos, cuyas edades iban de los 15 a los 94 años.
Jonotla, Tuzamapan de Galeana, Zoquiapan, Tenampulco y Ayotoxco de Guerrero fueron las alcaldías donde se realizó la segunda campaña alfabetizadora; las dos últimas fueron incluidas también en la campaña realizada un año atrás.
Los jóvenes instructores utilizaron todo el tiempo de sus vacaciones en la labor de enseñar a otros; por ello no recibieron ninguna canonjía académica ni dinero alguno; todos lo hicieron de manera voluntaria, y en muchos casos la condicionados a no tener problemas académicos.
Como su estadía coincidió con la víspera del examen de admisión de la UAP, muchos aspirantes a estudiar una licenciatura se dieron tiempo para prepararse mientras desarrollaban su labor en las comunidades. Otros recibieron clases de matemáticas para regularizar su situación académica antes del inicio del próximo ciclo.

La vida en comunidad

Todos los preparatorianos coincidieron en señalar que la primera semana de su estancia en San Antonio Rayón fue la más dura; de hecho, en ese lapso se registraron seis deserciones por problemas cutáneos.
Uno de los primeros problemas al que se enfrentaron los alfabetizadores fue la escasez de agua para bañarse; primero fueron albergados en una escuela primaria en la que no había suficiente líquido, por lo que algunos optaron por bañarse en una caída de agua que los lugareños conocen como "el chorrito".
Luego se mudaron a la telesecundaria de San Antonio Rayón, donde acondicionaron regaderas sobre los muros que dividen a los inodoros, y lograron bañarse cada tercer día con el afán de no gastar demasiada agua.
La cocina fue improvisada en el laboratorio de química: las instalaciones de gas facilitaron la colocación de parrillas; también se puso refrigeradores y se usó el fregadero para lavar diariamente las decenas de platos, vasos y cubiertos.
En muchas ocasiones hubo fallas de energía eléctrica que duraron toda la noche y parte del siguiente día, por lo que al irse el sol la vida en el cuartel general de los alfabetizadores se desarrolló a la luz de las velas y lámparas de mano, así como una lámpara de gas. En los últimos días los organizadores lograron proporcionarles una planta portátil generadora de energía eléctrica.
Separados por sexo en salones diferentes, dormían sobre colchonetas y bolsas de dormir en el piso, lugares donde varios fueron sorprendidos por las hormigas, alacranes y otros miembros de la fauna regional.
Para realizar las labores elementales de una casa, los muchachos se organizaron en brigadas para lavar los platos de cada comida, barrer y recoger la basura, ordenar la bodega, surtir de agua los baños y cocinar.
El transporte, al igual que el año pasado, fue proporcionado por la fábrica automotriz Volkswagen, que prestó cuatro vehículos tipo van.
En las camionetas, que están diseñadas para que viajen con comodidad nueve pasajeros, llegaron a viajar hasta 16 personas "y una bicicleta", recordó con risa Adriana, una preparatoriana que viajó en la parte de atrás de uno de los vehículos muchas veces, entre la bicicleta y otros cuatro de sus compañeros.
Paula González Arellano, alumna de 19 años de la Escuela de Antropología de la UAP, narra lo que llama "un día normal" en la vida de un alfabetizador en Rayón: "El desayuno empieza a las 8 de la mañana; a esa hora tienen que estar todos los cuartos levantados".
Luego, continuó, "nos vamos a la presidencia a preparar clase", de 9 a 12:30 comienza la labor de las comisiones; a mí me tocó en la de (trabajo) académico, por lo que tenemos que actualizar el historial de los alumnos, las clases que se ha dado y cuántas palabras generadoras se lleva".
Durante los lunes, miércoles y viernes, salían a una comunidad antes de comenzar clases a las 4 de la tarde; ahí, refirió Paula, algunos alfabetizadores lograron dar algunas lecciones matitunas, otros pasaban el tiempo con sus alumnos y preparaban juntos sus clases.
Poco antes, previa comida, iniciaba el reparto de alfabetizadores en los cuatro vehículos en los que se hacía recorridos de hasta 45 minutos, como la ruta entre las comunidades Paso de Jardín, El Jayal y Junta Poza Larga.
Todos daban clases hasta las 8 o las 10 de la noche; luego preparaban su cena e iniciaba la asamblea a las 12 de la noche; más adelante llenaban las gráficas destinadas a registrar el avance de los alumnos.

Aprendiendo a aprender

Pasan de la 6 de la tarde; el calor en Buenavista -comunidad perteneciente a Ayotoxco- está cerca de los 37 grados; en una casa de block y piso de cemento -de las pocas con esa características- Metztli, con paciencia, ayuda a su alumna Juana: ga-lli-na fi-na; le pide que repita sus palabras, y ella, con un gran esfuerzo, logra leerlas.
Dispuestas en círculo, otras tres mujeres han dejado sus labores domésticas para sentarse en sillas y sobre sus piernas comenzar a trazar sus primeras letras; valiéndose de tarjetas con coloridas ilustraciones, inventan una historia para luego aprender a escribir algunos vocablos que utilizan.
En Ranchería Morelos, en Tuzamapan, se repite una escena similar: en el penúltimo día de clases, a la sombra de un par de pimientos, frente a Pilar Lara, alfabetizadora de 19 años, la callosa mano de doña Flora Ocampo, una delgada campesina de 71 años, traza palabras como maíz, mazorca, olla, pepe y pelusa, además de su propio nombre.
En una imprenta improvisada, doña Flora ve con satisfacción cómo se realiza varias copias de lo que ha escrito en hojas tamaño carta; entiende ahora la forma en que se elabora los libros, y sonríe con un dejo de timidez.
Por ahí, por las casas de Juana y doña Flora, por las del Jayal y Buenavista, pasó un tren al que los 70 bachilleres llamaron "alfabetización", como lo recordó Paula González durante la ceremonia de clausura.
Este tren, dijo, "ha recorrido veredas de muchos lugares, paisajes hermosos; sitios recónditos donde vive gente trabajadora y dispuesta a aprender; nos llama la atención lo contradictorio de lo que hemos aprendido en este recorrido: comunidades hermosas y una pobreza lacerante; comunidades llenas de aprendizaje que no figuran siquiera en los mapas oficiales".
El tren, continuó, visitó Amatlán, Buenavista, El Jayal, Paso de Jardín, Tecpanzingo, Xiloxóchitl, San Antonio Rayón, Ejido Flores Magón y las colonias El Arenal, Morelos y Pochotita.
"Recorrimos 60 mil kilómetros durante los cinco meses de preparación y los 70 días de trabajo efectivo en las comunidades; alrededor de 140 universitarios entre alfabetizadores, coordinadores, grupos de apoyo, médicos, dentistas y biólogos".
Al inicio de la campaña alfabetizadora, sólo 140 alumnos tomaban clases, pero con el paso del tiempo el número de éstos llegó a 470 adultos repartidos en 180 grupos, los cuales recibieron 18 mil 20 horas de clases.
"Se organizó talleres de pesca, donas y panadería, comales de barro y 20 talleres para niños, en las imprentas portátiles se produjo más de 300 textos para formar libros; estos libros y estas letras son parte de su vida, como el campo de la nuestra".
"Hoy entendemos el significado de un fuerte apretón de manos, de una sonrisa sin límites y de una mirada que ya nos ve como a su gente, como a nuestra gente, porque ya hemos recorrido los mismos caminos que ustedes a diario recorren y que ustedes alimentan de sabiduría a cada paso.
"Cada respiro llega a nuestros pulmones y cada palpitar recorre nuestro cuerpo, finalmente ha llegado a nuestro corazón que, a pesar de ser un corazón joven, ha despertado, porque hemos encontrado un nuevo significado, el que ustedes nos han enseñado y el que hemos vivido en cada tortilla que nos llevamos a la boca. Pues nos llevamos más que eso, nos llevamos su sudor, su cansancio, su ardor en la piel por el sol, sus llagas en las manos por limpiar la milpa, sus reumas por el corte de la pimienta y su amor hacia la tierra.
"Y es por eso que cada plato de frijolitos nos sabía a gloria, y son estos olores y los sabores que nunca se olvidan y cada letra que escribamos, la tinta será de la masa que te queda en las manos después de moler en el metate.
"Es un compromiso de todos aprender y enseñar algo; nosotros lo hemos vivido; hemos aprendido a sembrar, a hablar mexicano, a enseñar, a observar, a escuchar, a leer en los ojos y escribir en la tierra, y sobre todo, hemos aprendido a aprender".