Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 26 de agosto de 2002
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Política

Armando Labra M.

Razones: campo, luz

Varios temas se agolpan para amedrentar a los pobres mexicanos que regresamos de vacaciones pensando que todo estaba ya resuelto, y no. Dos son los más preocupantes, después de que Francisco Toledo ojalá salve al centro histórico de Oaxaca de padecer un ominoso Mac Donald's, y son: la comida y la luz de los mexicanos.

Apenas comienza la discusión fuerte en torno al destino del sector eléctrico, al borde del descalabro por la presumible y suicida alianza PAN-PRI para aprobar la iniciativa presidencial que no es otra sino una calca de la que presentó el gobierno zedillista y que el Senado descartó por deficiente y entreguista. La de Zedillo fue a su vez calca de la legislación inglesa, famosa por su estrepitoso fracaso operativo y financiero, como en todos los casos privatizadores del sector eléctrico en el mundo.

ƑLas razones de insistir? Habrá que averiguar en Washington. Aquí todos se hacen bolas. El hecho es que, si el servicio eléctrico promete ser tan atractivo para inversionistas extranjeros, Ƒpor qué no lo realiza la actual Comisión Federal de Electricidad (CFE)? No es por falta de recursos.

Todos los ingresos tanto de CFE como de Pemex son de hecho confiscados por el erario, pero resultan ampliamente suficientes para cubrir los planes de expansión de ambas empresas. La iniciativa presidencial es mal negocio para Hacienda porque no contará con los ingresos que genere el sector privado y peor negocio para México, como sucedió repetidamente en otros países. Así de simple y dramático.

Aun si se persiste en descremar las utilidades de la CFE, las inversiones requeridas, que según su director ascienden a 56 mil millones de pesos por año, no significan demasiado para presupuestos gubernamentales que rebasan el millón de millones de pesos. Además, se trata de inversiones recuperables para el erario, no gastos. Razón no hay, financiera, técnica, política o moral, en la iniciativa presidencial.

"El campo no puede esperar", arguyen, y con razón, los campesinos de la Confederación Nacional Campesian (CNC). En efecto, la falta de iniciativa y de visión de ya demasiados gobiernos amenaza con dejar sin agua a los productores agropecuarios, sin abasto a los mercados internos, sin empleo a uno de cada cinco mexicanos que en proporción decreciente se ocupan en la agricultura, la ganadería, la silvicultura y la pesca en México.

En 1995, 23 por ciento de la población se ocupaba en el sector agropecuario; hoy sólo 18 por ciento. Cada punto porcentual significa 400 mil campesinos y campesinas forzados a abandonar los campos, las praderas, los bosques, los mares de la nación.

Hoy, 7 millones de campesinos, de los cuales un millón son mujeres, trabajan el campo. Cuatro de cada 10 son productores, pero seis son jornaleros que laboran sin pago alguno, tantos, que representan una tercera parte del total, es decir, más de 2 millones de mexicanos.

Por ello, de 1995 a 2000 más de 2 millones de campesinos y campesinas, 28 por ciento del total, abandonaron el campo o, más probablemente, el país.

Estados Unidos acaba de aprobar la asignación de subsidios a sus productores de 18 mil millones de dólares al año durante un decenio, violando flagrantemente el TLC. Frente a ello, aquí se ha esbozado un "blindaje agropecuario" que plantea defender el caso en la Organización Mundial de Comercio (OMC) con la ley en la mano.

Está bien, pero no basta. Es necesario equiparar los niveles de subsidio a los que se otorgan en el extranjero. No hay de otra, cueste lo que cueste. O subsidiamos a los campesinos mexicanos o acabamos subvencionando a los farmers, comprando con dólares sus productos que importaremos.

Las cifras oficiales indican que es negativa la balanza comercial agropecuaria. Compramos más de lo que vendemos, sobre todo carnes, lácteos, cereales, frutas y semillas, grasas y aceites vegetales, entre otros; que el crecimiento de algunos productos no compensa los rezagos anteriores ni el decrecimiento de otros, de manera que, de 1995 a la fecha, de haber contribuido con 5.5 por ciento de la producción nacional, ahora el campo aporta sólo 4.4 por ciento.

Ese punto porcentual vale muchos millones de pesos, más de 65 mil millones, que también perdimos como consumidores, ya que del consumo total de los mexicanos los productos de nuestro campo pasaron a representar de 7 a 6 por ciento de 1995 a la fecha. Es muy grave porque cuatro de cada 10 mexicanos viven del campo y en el campo.

Los precios agropecuarios siempre crecen menos que los demás y por eso no es posible capitalizar el campo sin apoyo gubernamental, lo mismo que en cualquier parte del mundo. Sólo que en el resto del mundo los gobiernos sí apoyan a sus campesinos. Hasta violan el TLC.

Si no reaccionamos en serio y oportunamente, el año entrante comenzará la debacle agropecuaria del país y entonces si, adiós seguridad alimentaria, adiós campesinos, adiós soberanía, adiós independencia. Hay razón en los campesinos, el campo no puede esperar. México tampoco.

 

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