La Jornada Semanal, 17 de marzo del 2002                           367
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EL IRACUNDO SEÑOR DE LAS HEMEROTECAS

JORGE MOCH

Huberto Batis,
Por sus comas los conoceréis,
Conaculta,
México, 2001.

Hay para quienes el periodismo cultural, más que un ramal del oficio de las páginas efímeras, es una forma de vida: en el extremo de un enamoramiento y una entrega que algo deben tener de obsesión, hacen obsequiosos el trueque y sacrifican la vida personal en aras de un proyecto editorial (hay obsesos de éstos en todos lados, pero nos interesan los metidos al negocio de las letras y el papel) y hay aquéllos, como Huberto Batis, que llegan además al extremo de posponer con premura cíclica los propios trabajos literarios para que los demás, usted, yo, todos, recibamos periódicamente el producto de sus desvelos de difusor, de promotor, no siempre deliberado, del tráfago artístico y cultural y de algunas expresiones deliciosamente provocadoras, decadentes y hasta mórbidas, porque no hay que olvidar que Batis es un consumado erotógrafo: recuérdese su Estética de lo obsceno (y otras exploraciones pornotópicas) (Universidad Autónoma del Estado de México; Universidad Autónoma de Querétaro, 1983), a la que habría que dedicarle páginas enteras de alborozada conjetura y tal vez algunos masturbatorios sofocos.

El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a través de la Dirección General de Publicaciones ha publicado en la colección Periodismo Cultural Por sus comas los conoceréis (Conaculta, 2001), libro que reúne una multitud de textos acerca del oficio al que gozosamente decidió dedicarse el pornógrafo erudito Batis. Textos suyos y de varios de sus colegas y colaboradores entre los que destacan Carlos Valdés, Juan García Ponce, Inés Arredondo, Roberto Vallarino, Juan José Gurrola, Carmen Boullosa, Alberto Ruy Sánchez y otros que lo mismo han hecho literatura tanto como su pormenorización y difusión. Por sus comas los conoceréis, escrito por Huberto Batis et al., sintetiza su trayectoria como reseñista, columnista editorial, editor y director de varias publicaciones, incluyendo el magnífico trabajo que hizo junto con Carlos Valdés cuando editaban aquellos ya legendarios Cuadernos del Viento.

Batis, nacido en Guadalajara en 1934, es uno de los periodistas culturales, pocos, por cierto, cuyo trabajo proporciona basamento toral a la cultura del país, particularmente del quehacer literario. Como colaborador primero, reseñando libros en México en la Cultura, del diario Novedades o trabajando en un suplemento de El Heraldo que dirigió Luis Spota, y luego como segundo de a bordo de Fernando Benítez en La Cultura en México de la revista Siempre! para terminar en la dirección del suplemento Sábado del rotativo unomásuno, Batis hubo de hacer mancuerna con el entrañable don Fernando para enfrentar y después heredar una vasta colección de situaciones, anécdotas, broncas y contadas satisfacciones que por alguna razón sibilina lo conminaron a seguir haciendo eso que tan maravillosamente supo hacer durante la friolera de cuatro décadas, meses más, meses menos, para fortuna de los miles de lectores que somos, seremos siempre deudores obligados suyos. Esas son precisamente las vivencias de que se nutre Por sus comas los conoceréis, obsequiando al lector un panorama completo –no exento de sesgos, de tomas de partido, de encendidas posturas cuando la cosa se vuelve política– del periodismo cultural en México.

La lista de colaboraciones y empresas editoriales que Batis ha abordado durante su vida resume elocuentemente por qué se lo considera uno de los más importantes periodistas culturales que tenemos y hemos tenido, situándose en el mismo peldaño que Benítez o el reverenciado vate de Tixtla, don Ignacio Manuel Altamirano, sobre cuyo trabajo como editor y periodista cultural el mismo Batis realizó su tesis de maestría, indizando y dando cuerpo a una edición facsimilar del periódico cultural de Altamirano, El Renacimiento (Índices de El Renacimiento, Semanario Literario Mexicano 1869, unam, 1963). De no ser por aquel maravilloso –y agotador, sin duda– trabajo de Batis, editado en 1979 en el cincuenta aniversario de la unam y reeditado exactamente treinta años después en el centenario de la muerte de Ignacio Manuel, las magníficas páginas de El Renacimiento, que amalgamaban plumas de los más diversos –y hasta antagónicos– orígenes y estilos dejando de lado las ideologías en pos de una riqueza literaria prácticamente única hasta nuestros días, habrían seguramente volado en el lépero vendaval de los vientos hacia el olvido que estigmatiza a las empresas culturales mexicanas.

Batis atrae lo mismo por su erudición que por el morbo de quien quiere ver al ogro. Quede el registro como mero resabio de la eutrapelia ajena, porque a este escribidor no le consta ninguna de las facetas cambiantes que sus íntimos le achacan. Mejor que lo retrate Juan José Gurrola, que sí le conoce: "…sacatrapos, sonsacador irredento, provojoker, incautando artilugios, artifugios y artillería pesada cuando de nalgas se trata. Insigne su vocación, insondable su pensamiento".

Enemigo cuasi antonomástico de las buenas conciencias, Batis se hizo cargo de la desacralización de la cultura cuando haló las riendas de Sábado: allí logró, como su maestro Altamirano y el Hermanito Benítez, aglutinar las mejores plumas nacionales e internacionales del momento. Pero allí nacieron, también, las poesías dedicadas a Bibi Gaytán, la Denisse del caricaturista Héctor de la Garza, Eko, y el infaltable Diván, que empezó como una foto tomada al azar de una piernuda anónima y terminó siendo un espacio anhelado por muchos con mero afán exhibicionista y por otros para dejar valientemente en claro sus muy personales preferencias en cuestión de amorosas secreciones. El Diván, que para efectos definitorios no era más que un sillón en la oficina de Batis, terminó siendo una sección fija que muchos buscábamos en Sábado por divertimento, por puro morbo o para hacer corajes. Allí publicáronse, también, los renglones cargados de veneno y mala y buena leche del Desolladero, que era como una arena pública en que los intelectuales se hacían pedazos mutuamente para solaz esparcimiento de la plebe. Herencia de las romanas barbaries, tal vez, de la que afortunadamente no se cuentan pérdidas humanas ni fue necesario después barrer linfa con aserrín.

Hay en Por sus comas los conoceréis un poco de todo, desde la sórdida explicación que el mismo Batis hace del alcoholismo de Juan Vicente Melo y su injusta expulsión de la Casa del Lago hasta los detallados periplos de Manuel Becerra Acosta, propietario de unomásuno, y las consecuencias de su áspera relación con el reyezuelo Salinas. En medio de todo ello Batis observaba y registraba, regodeándose ante el baile de máscaras, las dobles, triples morales, las hipócritas mojigaterías que no son cosa solamente de ahora que la derecha se desnuda en el trono, con sorna que quienes leímos sus columnas y editoriales llegamos a probar haciendo muecas.

Fernando Benítez resumió una vez la explosiva energía, la disciplina, el denuedo con que Batis impulsaba desde la redacción ese imprescindible ejemplo de periodismo cultural que marcó la pauta para todo lo que vendría después: "Para hacer Sábado necesitas un Batis…"

Iracundo, sereno, contestatario, lépero, erudito, socarrón o generoso, Batis estuvo, está, estará siempre allí para los lectores de México. Su huella pervive desde la propia pluma en sus notas, artículos, columnas y libros hasta un montón de publicaciones por las que ha dejado sentir su marca numinosa: los Cuadernos del Viento; la Revista Mexicana de Literatura; la Revista de Bellas Artes; el Boletín de Filosofía y Letras; la Revista de la Universidad (donde fue corrector de pruebas cuando la dirigía Jaime García Terrés); la revista La Capital; México en la Cultura de Novedades, La Cultura en México de la revista Siempre!, el suplemento cultural de El Heraldo y en unomásuno y su magnífico suplemento, Sábado. Ahora reaparece en Por sus comas los conoceréis, imprescindible lectura para entender el intrincado mundo de las letras mexicanas. Ahí está Huberto, el señor de las hemerotecas •


 R E L A T O


 

 



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