Jornada Semanal,  25 de agosto de 2002           núm. 390 

JAVIER SICILIA

La geografía de lo invisible

Después de tres años me tomé por fin unas vacaciones. Me fui con mi familia y el poeta Tomás Calvillo y sus hijos a Real de Catorce, en San Luis Potosí. 

Ese pequeño pueblo, enclavado en el desierto potosino, no es el antiguo poblado minero fundado en el siglo XVIII; tampoco el lugar del peyote, que en los años setenta fue un remanso espiritual para quienes, hartos del materialismo moderno, encontraban en el zumo de esa cactácea una manera de visitar su interior. Por el contrario, es el lugar en el que se localizan los sitios de purificación de los pueblos huicholes, que desde hace siglos viajan desde Nayarit y Jalisco hasta el Wirikuta, su montaña sagrada.

Lo que inquieta de ese lugar es la persistencia de ese largo viaje. Mientras el mundo minero del siglo XVIII se desmoronó para dejar sólo los maravillosos vestigios de sus ruinas; mientras el remanso espiritual de los modernos queda como un viejo recuerdo, la ancestral peregrinación de los huicholes persiste. 

¿Por qué, mientras los límites de las geografía nacionales se desmoronan, los límites de la geografía huichol permanecen? ¿Qué es lo que hace que desde tiempos inmemoriales ese pueblo se mueva por las mismas regiones, sin variar un ápice el camino y la dirección de su peregrinación sagrada? ¿Qué es lo que permite que el mundo de su localidad, que se encuentra en Nayarit y Jalisco, continúe existiendo cientos de kilómetros más lejos, en San Luis Potosí?

No encuentro otra palabra para definirlo que la frase que Tomás Calvillo utiliza en un magnífico ensayo que pronto publicaremos en la revista Ixtus para definir el sentido espiritual de un pueblo: "la región del alma". Lo que sostiene esa realidad geográfica es la realidad invisible del alma, esa región, dice Tomás Calvillo, "que implica voltear el referente espacial y mostrar que sus límites están paradójicamente en lo ilimitado" dentro de lo limitado. "Es la construcción de una espacialidad cuyos ‘puntos de referencia’ no están –como suele suceder con las geografías nacionales– en los condicionamientos económicos [...] Su rostro, o ese llamado espacio de identidad, se puede reconocer a través de sus experiencias y prácticas."

En todas las grandes tradiciones espirituales esa "región del alma" es una presencia constante. Los sitios sagrados, en donde se edifican templos que encarnan el misterio, son la expresión más acabada de esa región o de esa geografía de lo invisible. 

La Basílica de Guadalupe, en el mundo católico, tiene su región no sólo en la basílica de San Pedro, sino en Chalma, en la gruta de Lourdes, en la iglesia de Real de Catorce, donde se venera a San Francisco, en cada ermita edificada antes de la existencia de las imprecisas geografías de los Estados nacionales. 

La antiquísima peregrinación que parte de Saint-Denis y llega hasta Santiago de Compostela está poblada de tumbas, pequeños ermitorios que recuerdan la comunión de los santos, es decir, la solidaridad que hay entre el reino visible y el invisible: sitios sagrados donde el misterio vuelve a encarnarse en el flujo fugitivo de la historia humana. Para esos peregrinos, los límites nacionales no existen. Entre Saint-Denis y Compostela no está Francia y España, sino la geografía invisible que se encarna en la sacralidad de un camino y de un territorio. Cristo y su Evangelio son la piedra angular desde la cual se edifica y a través de los cuales las culturas y las diversas formas regionales del mundo católico se reconocen.

Lo mismo sucede con el mundo islámico, con el mudo hindú, el mundo sikh o el mundo budista. Sus libros y sus sitios sagrados son el territorio donde se reconocen. "Muchas comunidades en el mundo –como señala Tomás Calvillo– entienden su pertenencia religiosa de esa forma; sus textos y sus sitios sagrados son sus constituciones espirituales [que] tienen una autoridad que suele tener implicaciones éticas, pero sobre todo subrayan el concepto de trascendencia en un mundo fugaz." La lectura de sus textos, la vida de sus templos y sus peregrinaciones de la sacralidad de su localidad a la sacralidad de un sitio son una afirmación de la geografía espiritual en la geografía física de la palabra, de la tierra y de la piedra.

Después de visitar el templo de Real de Catorce, mis hijos y los de Tomás viajan al Wirikuta. Mientras los espero miro las montañas del desierto por donde van nuestros hijos y que los huicholes han cruzado año tras años, desde hace siglos. Rezo al lado de mi mujer y de Tomás. Estamos en paz. Pienso en las ciudades de donde venimos. Ahí las diferencias sociales son terribles, las luchas políticas encarnizadas, la miseria, la hipocresía, la competencia y la suciedad son lacerantes. Aquí, en el templo de San Francisco y en los sitios sagrados que llevan al Wirikuta, donde dos traiciones se reúnen y coexisten en una profunda inculturación, todos somos iguales a los pies del misterio. Frente a la oración, al templo, a la vista de las montañas y a las ancestrales peregrinaciones de los huicholes, recuerdo las últimas palabras del ensayo de Tomás: estas prácticas ancestrales son "las que delinean los contornos de una región, prácticas y creencias que en lo fundamental, al paso de los siglos, poco han variado, no así su entorno: pueblos, reinos, imperios, Estados nacionales". 

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar todos los zapatistas presos y evitar que Costco se construya en el Casino de la Selva.