Jornada Semanal, domingo 25  de agosto de 2002                 núm. 390
Placeres permitidos
EVODIO ESCALANTE.

LA LUCIDEZ DE VILLAURRUTIA

Uno de los poemas de Villaurrutia que más me fascina, el que condensa lo mismo el temple de su búsqueda que la naturaleza mercurial de su genio, es "Poesía". ¿Qué encuentro en él? Lucidez, una inteligencia despierta hasta los límites del delirio, una equilibrada combinación de cultura libresca e imaginación surrealista, los característicos juegos de palabras a que era tan dado su autor, y sobre todo, la desnudez, la intemperie como destino inevitable de la criatura. El poema comienza con una sencillez engañosa, con una tranquila coloquialidad que evoca el tono íntimo de una confesión: "Eres la compañía con quien hablo/ de pronto, a solas." ¡Qué manera de indicar la soledad en que se encuentra el hombre contemporáneo! Una soledad que sólo interrumpe en este caso el diálogo entablado con la poesía. A uno le gustaría saber quién y cómo es ese personaje con el que conversa el poeta. Y lo sabemos en seguida: "Te forman las palabras/ que salen del silencio/ y del tanque de sueño en que me ahogo/ libre hasta despertar." La noche de los románticos y de los surrealistas está aquí de pleno derecho. El que escribe no sólo se siente verdaderamente libre en el sueño, sino que de él surgen esas palabras que consolidan la trama de su existencia, y que le permiten escribir el poema.

Esta estrofa nos proporciona una de las escasas oportunidades de asomarnos al taller del poeta, e inquirir en el proceso de corrección de sus borradores. En la primera versión del poema, la que recoge Jorge Cuesta en su Antología de la poesía mexicana moderna, el verso final indica: "ciego hasta despertar". La devoción romántica por el sueño y sus poderes incognoscibles, por el sueño entendido como el territorio de lo irracional y de lo francamente inexplicable, choca por supuesto con la poética de la lucidez desarrollada por el poeta. Un poeta vanguardista como Villaurrutia no navega ciego en los mares del sueño, esto sería conceder demasiado a la tenebrosidad. De aquí que retoque el verso y encuentre una expresión más acorde con su noción madura de la poesía como forma de conocimiento. Sustituye "ciego" por "libre", con lo que no sólo triunfa la inteligencia sino que se indica que el hombre contemporáneo, encarcelado en su cotidianidad, sólo alcanza a sentirse libre en los territorios del onirismo.

Resonando acaso con las enseñanzas acerca de la "escritura automática" de los surrealistas, con las que nunca comulgó del todo, Villaurrutia concibe a la poesía como un dictado, como una forma de la obediencia y hasta de la libre asociación: "Tu mano metálica endurece la prisa de mi mano..." Pero esta obediencia no tiene nada que ver con el abandono, la fuga irresponsable o la logomaquia del inconsciente freudiano, sino que conduce a formas extremas por no decir que pasmosas de la lucidez. El tono conversacional del arranque resulta engañoso ante los hallazgos de lo siniestro, ante lo extraordinario de esa inteligencia que se contempla a sí misma en el espejo... y que lo que encuentra es un monstruo. A la letra. Nada más lejos de la coquetería narcisista que la visión que tiene Villaurrutia al contemplarse a sí mismo: "y en tu piel de espejo/ me estoy mirando mirarme por mil Argos,/ por mí largos segundos". Tengo para mí que este es uno de los pasajes no sólo más originales sino más intensos de la poesía mexicana. Miro que me miro: es la exaltación de la autoconciencia, sí, pero lo que el personaje encuentra es la mirada siniestra de un otro absoluto, de un ser alienado y alienante, de un otro totalmente extraño que no es sino la forma potenciada al infinito de la lucidez. La más espantosa de las vigilias aparece encarnada en ese mitológico perro cubierto de ojos que mira al poeta desde la superficie del espejo en que éste se mira.

Si este verso parece ubicado en el límite del delirio, el que sigue va más lejos aún. Confirma la radicalidad subjetiva de la visión, que no por ser subjetiva deja de ser cierta, y otorga el beneficio de la responsabilidad. "Por mí largos segundos" quiere decir: no sólo ese monstruo que me mira desde el espejo es una creación mía, una objetivación (una cosificación) de lo que yo mismo soy, sino que el tiempo mismo, la duración de este portento, es obra también de mí. ¿De mi aburrimiento o mi aturdimiento? ¿De mi modorra existencial? Puede ser. El sujeto Villaurrutia no sólo genera el tiempo, sino que indica que se trata de un tiempo largo, que se prolonga. ¿Lo que Villaurrutia ha transfigurado aquí será acaso el ennui baudeleriano?

Lo que se puede saber es que este arduo proceso de autoconciencia desemboca en una desnudez que deja al sujeto poético en su pura piel. Sí, el menor ruido ahuyenta la presencia mágica de la poesía, y ésta escapa por cualquier rendija disponible. El resultado es que el poeta se queda esta vez más solo que lo que había declarado al principio, y no sólo esto, sino descubierto y a la intemperie. En un viejo artículo publicado en Revista de Revistas, el joven Xavier Villaurrutia había escrito: "La fuga del rostro hacia la máscara es un síntoma de pura sangre estética." Nietzsche podría haber dicho: la creatividad se inventa máscaras, muchos yo superpuestos. Lo extraordinario en este poema es que exhibe al final el desplome (y la irrisión) de las máscaras. Nada protege la desnudez del personaje, el cual se queda: "sin más pulso ni voz y sin más cara,/ sin máscara como un hombre desnudo/ en medio de una calle de miradas".

El juego de palabras no tiene desperdicio: sin cara y además sin máscara. Desnudo y a la intemperie.... Atormentado ahora no por los infinitos ojos de un Argos mitológico, sino ­lo que de seguro es todavía peor­ por los ojos anónimos de la urbe contemporánea. El poema está obligado a ir de un menos a un más... Hasta llegar a lo insoportable. Creo que este poema de Villaurrutia cumple a la perfección con este proceso de intensificación. Por eso resulta inolvidable.