Jornada Semanal,  25 de agosto de 2002           núm. 390 

ANA GARCÍA BERGUA

EL TEATRO DE LA CARNE 

Para Adriana 

La colección de cuentos de Edgar Allan Poe cuya primera edición publicó Alianza Editorial hace unas décadas es un clásico, no sólo porque reúne todos los relatos de este gran creador de dos géneros: el cuento policiaco y elcuento de terror. Lo es, además, por la traducción espléndida que Julio Cortázar hizo de ellos y la biografía de Poe escrita por aquel gran escritor argentino (en todos los sentidos). En estos días, llevada un poco por las circunstancias y otro por la necesidad misteriosa que uno tiene de retornar a ciertas lecturas a lo largo de la vida, al margen de celebraciones y centenarios, releí aquella edición que de adolescente me proporcionó terror e inspiración sin límites y, espero, alguna semilla de vocación. 

En muchos de los cuentos de terror de Poe lo que espanta, además de la locura, es la carne misma, los cadáveres. Incluso sus cuentos policiacos más famosos, "Los crímenes de la calle Morgue" y "El misterio de Marie Roget", abundan en detalles muy escabrosos, como si el escritor hubiese querido poner el acento en aquello contra lo que el excéntrico Auguste Dupin esgrime su somnolienta inteligencia analítica, para formar un violento contraste entre el cuerpo animal y la capacidad de razonar. De por sí Poe tenía un carácter mórbido, al que la vida no parecía hacer otra cosa que justificar: sus padres, una pareja de actores, murieron en la miseria y Edgar quedó a merced de la generosidad del señor Allan, que al final no resultó ser mucha. Víctima de la enfermedad del alcoholismo en una época en que no existía Alcohólicos Anónimos, Poe perdió muy pronto a su núbil esposa, su prima Virginia a la que idealizaba. La escena en la que se le declaró a ella la tuberculosis, narrada por Cortázar, parece un cuento de Edgar Allan Poe: "A fines de enero de 1842, Poe y los suyos tomaban el té en su casa, en compañía de algunos amigos. Virginia, que había aprendido a acompañarse con el arpa, cantaba con gracia infantil las melodías que más le gustaban a ‘Eddie’. Súbitamente, su voz se cortó en una nota aguda, mientras la sangre manaba de su boca." Yo no sé quién hubiera podido resistir una escena así; con ella comenzó la enfermedad que dejó a Poe viudo y trastornado –más de lo que ya estaba– hasta su muerte. 

Muchos de los cuentos de Edgar Allan Poe, y en general la literatura de horror que le es heredera, funcionan como una especie de meditación pagana sobre la naturaleza del cuerpo humano, aquello que al ser despojado de su alma al momento de la muerte se convierte en un Otro abismal y atroz, en un animal misterioso y ciego como el mono asesino de "Los crímenes de la calle Morgue". De él se derivan, me imagino, todas las criaturas monstruosas cuyas máscaras vemos en los altos el día de muertos, o los curiosos zombies de las películas americanas. Pero decía que es una especie de meditación pagana, de una pregunta un poco fuera de la religión, es decir, desde el punto de vista de quien siempre está aquí abajo, en la Tierra, y no conoce otra alma que su mente atormentada. Por alguna razón se me ha pasado por la cabeza comparar a Ambrose Bierce con Poe, pues hay algunos paralelismos en sus vidas: ambos norteamericanos subsistieron del periodismo, viajaron a Inglaterra en busca de un mundo al que sentían pertenecer, ambos escribieron literatura de terror y la misteriosa desaparición de Bierce se puede comparar, aunque sea metafóricamente, con la desaparición de Poe en las tabernas días antes de su muerte. Pero la sombra de Poe abarca demasiado; la abismal pregunta sobre quiénes somos, quién habita esta máquina fascinante y a la vez aterradora que es nuestro cuerpo sólo la pudo haber hecho alguien que tuvo que viajar muy lejos adentro de sí. Dice Córtázar que las últimas palabras de Poe fueron: "Quiero saber si hay alguna esperanza para un miserable como yo." Se refería a su alma. 

En estas jornadas de mochería mexicana, de ver al Papa paseando su miseria corporal para repartir bendiciones comerciales, o de escuchar a Britney Spears decir que es virgen, cada día me pregunto cuál es el sentido de indagar en nuestra naturaleza, en el paraíso y el infierno que representan para nosotros alma y cuerpo. Quizá ando así por carecer de religión. Quizá, también, porque les escribo desde la hermosa provincia mexicana. En el hotel de chinos donde me alojo me han asignado una habitación tras cuya ventana luce, contundente, un infausto muro de ladrillos. Así se ha de haber sentido el gato negro de Edgar Allan Poe.

Pero mejor ya me despido. Voy a ponerme a maullar, a ver si me escuchan en la gerencia.