Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 25 de agosto de 2002
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Cultura

Carlos Bonfil

La seducción

El hombre equivocado. Frank Sangster, un exitoso cirujano dentista, se descubre paulatinamente atrapado en una complicadísima relación de dependencia sexual, vagamente amorosa, con una de sus pacientes, Susan Ivey, a su vez narcodependiente. El primer personaje lo interpreta con solvencia y carisma, Steve Martín; el segundo, la notable Helena Bonham Carter. La tensión entre ambos protagonistas y el involucramiento involuntario del dentista en una historia de tráfico de drogas y una pasión adúltera, es el asunto central del largometraje de David Atkins, La seducción (Novocaine), homenaje apenas disimulado al cine de Hitchcock y, sin muchos aspavientos, una buena comedia de suspenso. Anteriormente el realizador había destacado como guionista en Sueño de Arizona (1993), cinta que el yugoslavo Emir Kusturica rodara para Hollywood y para el lucimiento memorable de Johnny Depp, Faye Dunaway, y Jerry Lewis. Algo del espíritu lúdico y fantasioso de aquella cinta se afirma en este thriller rápidamente vuelto comedia.

Atkins muestra divertido la sucesión de desgracias que se acumulan sobre el doctor Sangster. Su prometida es Jean Noble, una Laura Dern (Salvaje de corazón) realmente delirante, experta en artes marciales, asistente odontóloga, de figura esbelta, agilísima, y un simpático porte de pandillero adecentado. Su intento por defender a Frank de la agresión física de otro hombre es un estupendo momento cómico. Susan, la calculadora junkie, menuda "atracción fatal" del protagonista, es todo un catálogo de mohínes de desdén y coquetería. A este trío pasional se añade Harlan Sangster, hermano menor de Frank, verdadero lastre familiar y nulidad redonda en todos los campos de la actividad humana, interpretado con brío por Elias Koteas (Crash). Añádase al conjunto el desparpajo de Kevin Bacon en el papel de un actor muy popular que se improvisa detective para darle mayor credibilidad a su personaje en un reality show televisivo. Con el doble de personajes, y un guión un poco más intricado, tendríamos una comedia de Robert Altman. Lo que Atkins desarrolla, sin embargo, es un ejercicio de estilo, muy hitchcockiano, con un buen número de claves narrativas que el espectador puede ir descifrando placenteramente. Una Intriga internacional (North by northwest) reducida a las cuatro paredes de un cuarto de motel o de un consultorio, con Steve Martín emulando a un Cary Grant atribulado e involuntariamente jocoso.

Pero hay un tema más, el motivo que recorre toda la cinta: la mentira como un tejido enfermo, como una infección insidiosa que poco a poco gana todo el organismo hasta derrotarlo. Atkins compara la mentira con una caries dental, y desde la secuencia inicial de créditos los personajes aparecen, no al desnudo, sino en radiografías. El realizador juega con esta metáfora (decadencia moral igual a deterioro físico) y conduce al protagonista, un atribulado doctor Sangster, por un laberinto de simulaciones y verdades a medias que, una a una, adicionándose perversamente, terminan por confundirlo y volverlo casi loco.

David Atkins incursiona en un terreno delicado, lleno de trampas y lugares comunes, al mostrar cómo sucumbe Sangster a la tentación carnal que representa la joven que sólo busca dotarse de narcóticos. No hay por suerte aquí espacio para la moralina en el tratamiento del tema: no hay un hogar destruido ni una familia a la deriva; tampoco expiación de culpas ni las flagelaciones lacrimosas con las que Hollywood trata últimamente el tema de la infidelidad. Atkins elige la comedia con toques de cine negro, un poco al estilo de los hermanos Coen (El hombre que no estuvo), con toda la ligereza y buen humor Steve Martín que le imprime a la historia.

Un encadenamiento de adversidades: una mentira inicial -una omisión por torpeza--trastorna la vida profesional y afectiva del protagonista, lo hace transitar de golpe de la respetabilidad a la condición de paria, y muy pronto a la de delincuente prófugo, sospechoso de asesinato, y de cosas aún más inconfesables. Es inútil sin embargo buscar en la cinta verosimilitud o verdaderas sorpresas. Muy pronto la trama expone sus hilos y sus misterios, como una de las radiografías tan socorridas, y todo se vuelve previsible, demasiado obvio. La vuelta de tuerca del desenlace es enorme como una montaña, pero ya poco importa después de haber visto a Stagner sortear tantos obstáculos y burlar con facilidad a la policía en escenas de un absurdo total. David Atkins tiene la destreza humorística suficiente para hacer de este marasmo algo sumamente atractivo, aunque deja pendiente una película de narración más consistente y elaboración visual más fina. Una comedia, por ejemplo: el género que mejor se ajusta a su fantasía.

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