La Jornada Semanal, 18 de agosto del 2002            389

 N O V E L A


EL INSOMNIO Y LA CAÍDA


ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Vladimiro Rivas Iturralde,
La caída y la noche,
Verdehalago /Universidad Autónoma de Puebla,
México, 2000.

Vladimiro Rivas Iturralde es un autor al que le importan las sombras de Jorge Luis Borges, de Joseph Conrad, de Herman Melville, de Hermann Broch, lo cual ha repercutido en su búsqueda de un lenguaje exacto y elegante, tanto en Los bienes (1981) como en Vivir del cuento (1993), cuentarios en los que se aprecia una voluntad de estilo y el encuentro con una forma narrativa constreñida a las exigentes dimensiones del género. En su primera novela, El legado del tigre (1997), apareció en la tesitura del autor una vertiente que lo acercaba a algunas de las búsquedas de Mario Vargas Llosa y José María Arguedas, sobre todo en lo concerniente al encuentro con el universo andino y las historias rememoradoras de la juventud lejana, de la preparatoria, de las primeras novias, de la ruptura con la figura del padre. He mencionado, hasta aquí, a seis autores que, de alguna manera, merodean a Vladimiro Rivas; no quiero sugerir que él sea la suma de esas seis personalidades, sino reconstruir parte de la genealogía vladimiriana, de las fascinaciones que lo han recorrido hasta el punto de edificar una obra personal presidida por dioses tutelares que él mismo ha elegido.

La caída y la noche, la más reciente entrega narrativa de Vladimiro Rivas, algo entre novela corta y relato extenso, me sorprende respecto a su obra precedente. Por la parte de la nocturnidad y del insomnio me remite a ese Borges que se deja ver en "Funes, el memorioso" y en "Las ruinas circulares", a los Himnos de la noche, de Novalis, al Poe de "El corazón delator", y al Sábato de El túnel: la noche, amiga y enemiga, flor del desvelo y cactus del sueño, es el lapso mediante el que se conoce y explora la perturbación producida por el otro: gracias a la impertinencia de Arturo Landázuri (quien realiza una llamada telefónica de larga distancia en la madrugada, desde Ecuador), el ecuatoriano Patricio, radicado en México, decide buscar al ecuatoriano Bernardo Valdivieso, cuñado del primero y aparentemente desaparecido en este país desde siete años antes del comienzo de la narración. La noche, cobijo y destierro, es el momento en que se dirime un relativo cuanto inexplicable y contundente exilio ocurrido entre Sofía y el narrador protagonista (como quiera que sea, para quienes no forman parte de ella, ¿no resulta inexplicable lo transcurrido en ese altísimo misterio que es una pareja?). Vista la noche como esclavitud y miseria, ésta resulta el país del sueño y el sonambulismo, de la revelación y las confusiones: no es el tiempo exclusivo en el que transcurren los actos de la narración de Vladimiro Rivas, pero simbólicamente es el más importante, tanto por su valor temporal como porque, en su intimimismo, se debate la obnubilada conciencia de Patricio, habitante de una dilatada nocturnidad en la que, por momentos, pareciera que las actividades de los sueños alcanzan a trasladarse al mundo de la vigilia.

La noche del relato prohíja la duplicación: de una manera perversa, Patricio se busca en el buscado Bernardo Valdivieso y asume como propia la necesidad de su encuentro, tal vez porque es el padre de Bernardo quien encarga la pesquisa y porque Patricio es el reciente padre del flamante Pablito, quien en casi toda la novela es conocido escueta y oblicuamente como "el bebé" (esa higiénica manera de ponerle guantes a las palabras contamina eficazmente al relato con los ambiguos sentimientos del protagonista hacia la paternidad): pareciera que los hijos no importaran tanto como los padres, los engendradores que proveen de sentido o sinsentido a la existencia: no sólo son los que buscan sino los verdaderos buscados, los (re)partidores de vida, como en El legado del tigre. Así, Patricio no sólo se reconoce en Bernardo (su hermano en el espejo, su doble), sino también en el padre de éste, de manera que su búsqueda es dual, pues pretende reconocerse en el hijo pródigo y en el amante progenitor que aguarda. Si se agrega la necesidad de recuperar el paraíso casi perdido que el protagonista habitaba con Sofía, La caída y la noche expone a Patricio como un profundo y desesperado buscador, como un viajero que no parece acabar de hallarse en su viaje hacia el fin de la noche.

En la oscuridad del alma de Patricio, el momento de la epifanía tarda mucho en alcanzarse, pues a los insomnios que padece y las búsquedas personales que emprende suma la responsabilidad de la caída física de su bebé, hecho central que se narra en el capítulo iii: así, a su condición de insomne explorador nocturno, agrega el hecho de convertirse en un descuidado padre que exilia a su hijo, de manera parecida al exilio que produce el de Bernardo, y en un padre amoroso que provoca la involuntaria ruptura con el hijo y la esposa. Desde las paradojas simbólicas de esta obra narrativa de Vladimiro Rivas, el padre es acogedor y exiliador, un ser que protege y excluye, simultáneo Dios Padre y Dios Hijo cuyo único Paráclito es la oscuridad de la noche. En ese sentido, el personaje de Patricio parece resolver las contradicciones vladimirianas en términos de una compleja experiencia donde el padre que busca y es buscado revela ante el lector los procesos de su propia incertidumbre, de su condición ambigua: no sólo el buscado es el buscador, sino que las verdaderas respuestas del individuo se hallan en un súbito doble.

El relato de Vladimiro Rivas cuenta una historia de hombres. Es cierto que la pareja de Patricio, Sofía, siempre responde con sensatez y agudeza ante las múltiples situaciones que la historia le va proponiendo al narrador; es cierto que también están por ahí Berenice, cuñada de Patricio, y una borrosa Roxana, quienes más bien parecen contrapuntos que ayudan a dar variedad al entorno del protagonista, aunque el personaje femenino mejor trazado sea Sofía (la "sabiduría"). Así, como un relato de cámara casi sonatístico, La caída y la noche pareciera querer inscribirse dentro de un universo bíblico en el que el viejo patriarca que busca a su hijo extraviado advierte tardíamente al joven padre acerca de los errores que puede cometer contra su hijo; Bernardo, el hijo del patriarca, es un imprevisto hermano y espejo de Patricio, el joven padre, así como de Pablito, hijo de éste. La historia, entonces, es sencilla pero laberíntica: Patricio, el joven padre, busca a Pablito, su hijo, y a Bernardo, su doble fraternal, para cumplir con la voluntad del patriarca distante; simultáneamente, ese joven padre, como el patriarca, busca al otro hijo, que es su hermano simbólico: el hijo del patriarca es también un hermano pródigo; por otro lado, el joven padre también es un alter ego del patriarca moribundo que busca al hijo, pero éste resulta ser su doble; el hombre, que secretamente es todos los demás, busca reconocerse en las imágenes del patriarca, del padre joven, del hermano, del hijo pródigo y del hijo accidentado; ese hombre, eventualmente, pareciera más dispuesto a la resignación de perder a Sofía, su pareja, que a todos los demás hombres de la historia, salvo a Sanabria, el detective contratado para buscar a Bernardo: el verdadero sentido de la búsqueda de Patricio está en él mismo, sólo que él requiere del espejo de los otros (no tanto de su compañera) para descifrar su verdadera esencia.

Como en "La muerte y la brújula", de Borges, La caída y la noche aprovecha los recursos del relato policiaco para proponer una búsqueda metafísica de mayor envergadura; para ello, es necesario que la parte detectivesca se cumpla cabalmente, pues debe soportar a la otra. El relato de Vladimiro cuenta la historia de dos averiguaciones: el rastreamiento de Bernardo, perdido en México, y el de Patricio, perdido en sí mismo. La manera como ambas se desenvuelven es la verdadera esencia del relato y configura el complejo soporte de una arquitectura narrativa que parece mucho más simple: éste es uno de los méritos de la obra y una de las dificultades que, como escritor, debió sortear Vladimiro Rivas: el abigarramiento de los conceptos traducido en un transparente edificio verbal.

Al principio dije que La caída y la noche me había sorprendido respecto a la obra precedente de Vladimiro Rivas: una cierta tonalidad psicoanalítica permea las ambivalencias de Patricio y del narrador; una cierta brutalidad expositiva muestra sin velos aquellos abismos en los que está a punto de caer el protagonista; un tono narrativo directo y filoso se despoja de muchas de las tensiones poéticas que abundaban en El legado del tigre. Visto así, La caída y la noche pareciera un parteaguas conceptual y estilístico en el desarrollo del autor, el encuentro con nuevas máscaras narrativas, el descubrimiento de nuevos continentes en alguien naturalmente navegante. Corresponde a los lectores completar las pesquisas de Sanabria, el detective, para saber si las búsquedas de Patricio y el patriarca se cumplen en la terrible precisión de ese universo entrevisto por Vladimiro Rivas•