La Jornada Semanal,   domingo 18 de agosto del 2002        núm. 389
Germaine Gómez Haro

Desde la trinchera del humanismo

“Desde muy joven Leopoldo Méndez se definió como luchador social y eligió el camino de la protesta y la denuncia a través de su arte”: así explica Germaine Gómez Haro las razones que llevaron a Méndez a ser fundador, colaborador o miembro activo de cuanto movimiento, publicación o institución le fuera útil para desplegar “su bondad y generosidad inconmensurables”. Con este ensayo, escrito a partir de la admiración y el necesario recuento, completamos nuestro homenaje a Leopoldo Méndez en el centenario de su nacimiento.

Pocos artistas han logrado captar y expresar la esencia de nuestro México profundo en imágenes tan directas, vehementes y sobrecogedoras como las de Leopoldo Méndez. Imágenes apasionadas que abarcan de la épica a la metáfora poética y de la denuncia a la sátira; estampas monumentales por la sencillez de su concepción, por lo diáfano de su mensaje, y reveladoras del corazón de un artista que amó a su pueblo y luchó sin tregua por la construcción de una sociedad más justa. Considerado el heredero directo de la tradición de José Guadalupe Posada, Méndez fue el cronista gráfico de su época que consiguió plasmar, como ninguno de sus contemporáneos, las tribulaciones y el sufrimiento de las clases marginadas. 

Leopoldo Méndez fue parte medular del grupo de creadores progresistas que, con una visión revolucionaria de la estética y de la vida social, se alejaron del "arte por el arte" para concentrarse en el rescate de los valores culturales nacionales y en la dignificación del pueblo mexicano. Nació en la Ciudad de México el 30 de junio de 1902, hijo de un modesto zapatero y una campesina. Perteneciente a la generación inmediata a la llamada Escuela Mexicana de Pintura, inició su formación en la Academia de San Carlos en 1917, con los prestigiados maestros Leandro Izaguirre, Saturnino Herrán, Germán Gedovius, Francisco de la Torre e Ignacio Rosas. Asfixiado por la rigidez del trasnochado sistema pedagógico académico, en 1920 se incorporó a la Escuela de Pintura al Aire Libre de Chimalistac, donde alcanzó el impulso necesario para romper con lo "aprendido" e iniciar la disidencia artística que lo caracterizó toda su vida. Ahí permaneció hasta 1922 y poco después pasó a formar parte del movimiento Estridentista, creado un año antes por el poeta Manuel Maples Arce, junto con Germán List Arzubide y Arqueles Vela. 

Entre los creadores plásticos que se unieron a este movimiento de ecos dadaístas y futuristas, se encontraban Ramón Alva de la Canal, Fermín Revueltas y Germán Cueto. Con ellos viaja a Jalapa, donde recibieron el apoyo del gobernador Heriberto Jara para llevar a cabo su proyecto cultural que se pronunciaba contra todo lo que consideraban académico y convencional en el arte. Es en este periodo cuando realmente se avivó su ánimo de protesta y se exaltó su espíritu de luchador. Ahí realizó sus primeros grabados con intención modernista y muy pronto se convirtió en asiduo colaborador de la prensa cultural e ilustrador de innumerables libros y revistas, oficio que practicó a lo largo de toda su vida;1 fue entonces cuando decidió dejar la pintura para dedicarse de tiempo completo a la gráfica. "Conocía bien el costo de la renuncia y quizá le quedó cierta nostalgia –apunta Francisco Reyes Palma–; amargura, ninguna." Se conoce poco su obra pictórica desarrollada paralelamente al grabado; al parecer, pintaba cuadros de escenas campesinas inspirados en situaciones y vivencias de la infancia.

Méndez también incursionó en el muralismo, con la obra titulada La maternidad y la asistencia social (1946, hoy destruida), realizada en combinación con Pablo O’Higgins para el Hospital número 1 del Instituto Mexicano del Seguro Social. Este era un fresco de factura convencional, a diferencia de otros proyectos posteriores en los que se aventuró en técnicas más osadas, de carácter experimental, como sería el caso de sus grabados transportados a dimensiones murales. Si bien el resultado plástico de estas obras no fue del todo logrado, vale la pena resaltar su intento por traducir la experiencia gráfica a formatos monumentales. En contraste con este experimento, la tentativa de llevar la gráfica a la pantalla cinematográfica sí tuvo un feliz desenlace. Gabriel Figueroa tuvo la idea de introducir unos grabados de Méndez como telón de fondo para los titulares y créditos. La fusión plástica de ambos lenguajes resultó un éxito que lo llevó a colaborar en numerosas producciones con Emilio "El Indio" Fernández, Roberto Gavaldón y Benito Alazraki. 

Hombre de convicciones firmes y de una rectitud inquebrantable, desde muy joven Leopoldo Méndez se definió como luchador social y eligió el camino de la protesta y la denuncia a través de su arte, por lo que, a lo largo de toda su vida, se consideró más un trabajador al servicio de la sociedad que un creador plástico, en el sentido convencional del término. De ahí la coherencia y la congruencia de su temática a lo largo de casi cinco décadas: el obrero, el campesino y el revolucionario, víctimas de la represión oligárquica y de la corrupción, insensiblidad y ceguera de las clases dominantes. Asimismo, su mirada se volcó hacia los sucesos que conmovieron al mundo durante la guerra civil española y la segunda guerra mundial, cuando desarrolló toda una serie de estampas en contra del nazifascismo. Su exquisita sensibilidad le permitió conjugar magistralmente la tragedia y la belleza, la realidad más desgarradora y la melancolía, y la ternura y la irreverencia en escenas elocuentes que no rozan, en ningún momento, el melodrama. 

Su existencia transcurrió al filo de la navaja, sorteando estoicamente las dificultades económicas, las embestidas de sus adversarios y la censura del gobierno. Méndez conservó siempre una coraza de hierro que resguardó su bondad y generosidad inconmensurables. Era "un hombre bálsamo, un hombre remedio a todos los males", escribió Elena Poniatowska en una memorable entrevista publicada en Artes de México en 1963, con motivo del sexagésimo aniversario del artista . Ese hombre dulce, tierno y humilde, hizo suyo el dolor de los oprimidos y se solidarizó con las luchas campesinas y obreras. Sus grabados son fiel espejo de un alma noble desvelada por el devenir de la condición humana. 

Aunque siempre vivió "en la quinta chilla", a decir de Poniatowska, nunca se interesó por comercializar su obra, por lucrar con su arte. Su fervoroso deseo de forjar una sociedad más justa lo llevó a participar activamente en diversos grupos de militancia política: formó parte del Partido Comunista Mexicano, la Lucha Intelectual Proletaria, la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (de la que fue fundador con Pablo O’Higgins, Luis Arenal, Macedonio Garza y Juan de la Cabada)2 , el Grupo Insurgente José Carlos Mariátegui y el Partido Popular. En 1937 fundó –también con O’Higgins y Arenal– el Taller de la Gráfica Popular (tgp), cuartel general de los artistas revolucionarios que se inclinaban por un arte de contenido social. Méndez fue el principal artífice y promotor del Taller, y fue quien trazó los lineamientos de lo que ahí se iba a producir, adoptando un tipo de realismo socialista, de acuerdo a nuestra realidad nacional relacionada con la Revolución Mexicana y la tradición popular. En 1959 se vio obligado a retirarse de la dirección del tgp debido a discrepancias ideológicas con algunos de sus miembros. A partir de entonces se dedicó de lleno a la producción de libros de arte en el Fondo Editorial de la Plástica Mexicana que había creado el año anterior. 

Por las estampas de Leopoldo Méndez desfilan momentos culminantes del acontecer de su época que, en muchos sentidos, resultan atemporales, ya que la mayoría de sus imágenes conservan en la actualidad una contemporaneidad sorprendente. A décadas de distancia, sus denuncias –lamentablemente para nuestra realidad– siguen vigentes. ¿Acaso no persisten los mismos dilemas sociales, las mismas injusticias y rezagos? Peor aún: la desigualdad es mucho más dramática y nuestros gobernantes, más cínicos y sinvergüenzas. Un ejemplo fascinante de su agudeza crítica es Piñata política, una escena punzante en la que vemos a un obrero golpeando una piñata con la efigie del decrépito general Calles, quien empuña una daga con el símbolo nazi y un saco de dinero, ante la presencia jubilosa de otros personajes del pueblo. Del cuerpo destazado del general –clara alusión al Partido Constitucional Revolucionario– caen los restos de sus secuaces –Luis N. Morones y Luis Araisa, así como "los camisas doradas" del movimiento fascista, Alianza Revolucionaria Mexicanista. Otra escena sobrecogedora por la cruda representación de los personajes es la llamada Tertulia, en la que aparecen en una reunión insignes jerarcas de la alta esfera social –el obispo, el juez, el militar, las damas burguesas– cuyos rostros decadentes y arrogantes no difieren de los que vemos a diario retratados en los periódicos.

Lo "monstruoso" con que Méndez representa la psicología de ciertos personajes para expresar diferentes estatus de la condición humana, recuerda las imágenes más ácidas de Hogarth, Daumier o Goya, de cuyos Caprichos Baudelaire escribió con ironía: "Todas estas contorsiones, estas caras bestiales, estos escalofríos diabólicos están penetrados de humanidad." Con esto, el poeta francés, uno de los más agudos teóricos de la sátira moderna, resalta el uso de la caricaturización y la animalización de los personajes para representar su decrepitud espiritual. Leopoldo Méndez conocía estos recursos y supo hacer uso puntual de ellos. Otra imagen que resulta apabullante por su actualidad es Monopolio, retrato de un hombre elegantemente vestido –un pillo de "cuello blanco", llámese político, empresario o banquero– engullendo vorazmente una cascada de monedas, en alusión a la desmedida codicia del ser humano que lo lleva a cometer las bajezas más atroces. En el mismo tono, Mercado negro es una visión pesadillesca de la opresión, representada por un enorme murciélago vestido de traje y corbata que acapara con sus garras desmesuradas una montaña de sacos de alimento; bajo su descomunal figura, un grupo de mujeres de talante taciturno y apesadumbrado hace fila para entrar a un recinto, quizás en busca de un poco de ese alimento celosamente acaparado por el monstruo del poder. 

Las escenas en las que aparecen indios y campesinos resultan de una desolación estremecedora. Méndez supo imprimir muy bien la languidez y la desesperanza que son marca indeleble en los rostros de los marginados. En Lamentación asistimos a una escena de un profundo dolor, quizá de duelo, que nos remite a otros iconos emblemáticos de esa época como la Piedad de Manuel Rodríguez Lozano, o el Tata Jesucristo de Francisco Goitia. En contraposición a este género de imágenes doloridas, Méndez desarrolla una veta de humor sarcástico en un tono agridulce similar al de su admirado Posada. Las calaveras vivientes son las protagonistas de innumerables estampas críticas que se distribuían por millares, año con año, con motivo de la celebración del Día de Muertos. Una escena fabulosa, por su carácter visionario y premonitorio es la titulada Ora sí ya no hay tortillas, pero…¿qué tal televisión?, realizada en 1949, en los albores de las transmisiones televisivas en nuestro país. Con su notable sagacidad y capacidad crítica, el artista vislumbró el poder manipulador de la televisión, plasmado con ironía y humor negro en esta estampa que anuncia claramente el recurso de "pan y circo al pueblo" que ha sido el leitmotiv de los medios electrónicos de comunicación. 

Leopoldo Méndez recibió en vida el merecido reconocimiento tanto por su creación como por su labor social. En 1962, el inba organizó una retrospectiva de su obra en el Museo Nacional de Arte Moderno y un homenaje en el mismo Palacio de Bellas Artes, y en 1968 ingresó como miembro fundador a la Academia de Artes. Paul Westheim recogió en uno de sus libros las siguientes palabras de Siqueiros: "Méndez es el grabador potencialmente más representativo y valioso del movimiento moderno de las artes plásticas de nuestro país."

Víctima de cáncer, el artista muere en 1969. Leopoldo Méndez –el luchador, el maestro, el visionario, el activista social, el inconforme, el buen amigo, el artista indómito– fue, ante todo, un gran humanista desvelado por los infortunios de la otredad. Las batallas libradas desde su trinchera siguen vivas y resuenan en la voz estridente y en los gritos callados de sus personajes que son testimonio de un pueblo vejado que no ha conseguido aún que se le haga justicia.

1 Colaboró como ilustrador en los periódicos y revistas literarias, culturales y políticas más relevantes de su época: Irradiador, Horizonte, El Sembrador, El Maestro Rural, Llamada, Frente a Frente, El Máuser, Futuro, Documental, Tricolor, El Insurgente, etc.

2 La lear surgió en respuesta a los conflictos ocasionados por la pugna entre cardenistas y callistas, de ahí su lema -"Ni con Cárdenas ni con Calles"- y el título de su revista –Frente a Frente (frente a Cárdenas y frente a Calles). Ésta fue una de las agrupaciones más importantes de esos años, a cuya causa se unieron numerosas personalidades del mundo artístico e intelectual, mexicanos y extranjeros, entre éstos, Nicolás Guillen, Juan Marinello y Antonin Artaud.