Jornada Semanal,  domingo 18 de agosto del 2002                 núm. 389

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

PORNOGRAFÍA (I)

La palabra pornografía, de raíz griega pero que los griegos del siglo de Pericles ignoraron, significa, de acuerdo con la lección de Corominas, "el que estudia la prostitución" o, más bien, "la descripción gráfica de las actividades de la prostitución"; se compone con las formas pornh, "ramera", y grafein, "describir". La palabra está documentada en francés desde 1842 y en español, desde 1925, lo cual muestra la genealogía de esa serie de grecismos y latinismos impulsados por Francia entre la Ilustración y el siglo XIX para nombrar actividades o realidades que ya existían pero, aparentemente, sin nombre: cunninlingus, fellatio, clítoris, sicalipsis… Es interesante que, para la formación de la palabra, se haya preferido porné a hetaira, pues las primeras vendían caro su amor mientras que las segundas, aunque también lo hicieran, tenían un entrenamiento intelectual y conversacional semejante al de las geishas, lo cual las convertía en posibles buenas amigas de los hombres, en interlocutoras de un género que solía despreciar lo femenino en Grecia (recuérdese, si no, esa frase atribuida a Platón: "agradezco a los dioses no haber nacido bárbaro, ni animal, ni mujer", donde la colocación del último elemento enumerado connota que, en la escala platónica, la mujer ocupaba el último lugar); cabe aclarar que las actividades de las hetairas no culminaban necesariamente en encuentros de tipo sexual.

Aparte de la existencia de literatura erótica o más atrevidamente sexualizada desde la Antigüedad, debe considerarse que, tanto para la difusión escrita como gráfica de eso que ahora se llama pornografía, tuvo que contarse con los medios idóneos para tal fin: la pornografía, que es un fenómeno relativamente reciente en la cultura, debe asociarse con la invención de la imprenta de tipos móviles, por Gutenberg, y el avance de los conocimientos anatómicos, como el impulsado por Vesalius, así como el desarrollo de mejores técnicas de dibujo y grabado para reproducir figurativamente los cuerpos de hombres y mujeres durante la actividad sexual, como las alcanzadas por la pintura italiana del Renacimiento. Esto significa que la pornografía fue un fenómeno asociado con el desarrollo de la emergente burguesía renacentista, con la aparición de nuevas tecnologías, la masificación de productos editoriales como el libro y las hojas sueltas, y el perfeccionamiento técnico alcanzado por las artes visuales del siglo XVI. Sin la idea de una incipiente cultura de masas, así suene extraño para calificar al tránsito entre los siglos XV y XVI, no podría entenderse correctamente el fenómeno pornográfico, lo cual haría que, strictu sensu, las representaciones eróticas anteriores al Renacimiento no puedan calificarse de pornografía, pues se trataba de obras únicas, realizadas por calígrafos o miniaturistas.

Que pornografía se asocie con exhibir las actividades de las prostitutas no deja de mostrar el doble sesgo de una cultura moralista: por un lado, pareciera que es exclusivo de la prostitución el ejercicio de cuanto se despliega en esas representaciones gráficas; por otro, el adjetivo suena a un guiño mercadotécnico para atraer el morbo de los posibles compradores de productos pornográficos, concepto donde se hallaría una mejor relación entre las porné y las representaciones comentadas, pues en ambos casos debe pagarse por obtener cierta satisfacción sexual. Confundir mojigatamente el sexo con pornografía ha logrado que, erróneamente, se tache al erotismo de pornográfico pero, a la vez, corrobora que este fenómeno sea un hijo indeseado de la cultura judeocristiana, particularmente enfática con la condenación de la sexualidad y la mujer. Para una antropología de lo porno, bastaría constatar la floración de obras visuales y literarias con ese contenido en la represiva e hipócrita Inglaterra victoriana.

La pornografía, finalmente asociada con el voyeurismo y la intención de fisgonear en las actividades sexuales de otros, ha sido puesta en distintas picotas moralistas o señalada por el feminismo como un producto misógino… Se ha llegado a hablar de obras pornográficas que alcanzarían un verdadero nivel artístico y hay quienes niegan tal posibilidad, y lo mismo se dice de buena y mala pornografía. Es indudable que, herederos de siglos de represión en el terreno sexual, difícilmente se podría alcanzar en México un análisis objetivo del fenómeno desde todos los sectores sociales: el tema escandaliza o atiza oscuros objetos del deseo, indigna o es motivo de celebraciones y, desde luego, ahora ha tendido a convertirse en adjetivo predilecto para emplearse como caballito de batalla contra un sinfín de productos incómodos por los neomacarthistas, quienes incluyen ahí todo su malestar por la cultura bajo pretexto de dudosas renovaciones morales que pretenden imponer a la sociedad.
 

(Continuará.)