Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 12 de agosto de 2002
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Contra
Santifican a ''mártires'' de Al Qaeda

Miles de creyentes llegan a un cementerio en Kandahar en busca de polvos para curar sus males

ROBERT FISK THE INDEPENDENT

Se les adora como a santos. Bajo los grises montículos de tierra y lodo seco yacen los ''mártires'' de Al Qaeda.

Aquí, entre 150 tumbas, están los tres hombres que resistieron hasta el final en el hospital de Mirweis; que siguieron disparando contra los estadunidenses y sus aliados afganos hasta que murieron en medio de aguas negras y sus propios excrementos. Esta misma tierra oculta los cuerpos de los seguidores de Osama Bin Laden que libraron en el aeropuerto de Kandahar la última batalla antes de la caída del talibán.

Hay árabes, paquistaníes, chechenos, kazajos y cachemiros, y todos ellos -si se da crédito a la propaganda- eran odiados y despreciados por la población pashtún nativa de Kandahar.

No es verdad. Porque mientras las fuerzas especiales estadunidenses recorren en sus vehículos las calles de esta amargada y caliente ciudad, los pobladores de Kandahar visitan su sombrío cementerio con la reverencia de los creyentes. Cuidan los cientos de tumbas. Los viernes vienen por miles, que llegan después de haber viajado cientos de kilómetros.

Traen a sus enfermos y moribundos, porque se dice que visitar un cementerio de los muertos de Bin Laden cura las enfermedades y la peste. Como si se arrodillaran ante tumbas de santos, ancianas lavan cuidadosamente el lodo reseco al sol que cubre los sepulcros y besan esa tierra. Mientras rezan, miran las deshilachadas banderas que se sacuden en la tolvanera. El Kubrestan Kandahar, el lugar en que se encuentran las tumbas, es una lección tanto política como religiosa para cualquiera que venga aquí.

"Se aconseja a los extranjeros no acercarse al cementerio de Al Qaeda", me advierte ceremoniosamente un trabajador humanitario occidental: "podría usted estarse arriesgando."

Pero cuando visité el último lugar de reposo de los hombres de Al Qaeda, lo único temible era el viento cargado de arena rasposa. Se me metía en los ojos, en la nariz, en la boca, en las orejas. Muchos de los hombres que rodeaban las tumbas se cubrían la cara con pañoletas y sus ojos oscuros escudriñaban a este extranjero que se encontraba entre ellos.

Las autoridades afganas han asignado en este lugar a dos soldados para vigilar a las multitudes, pero lo único que hacen estos hombres es observar a los visitantes, que colocan tazones de sal sobre las tumbas, de las que después recogen trozos de lodo que tocan con la lengua.

Estaba ahí un hombre de Helmand. Colocaba piedras, sal y lodo sobre los sepulcros; me estrechó la mano y tenía sal en los dedos. Vino porque está enfermo. ''Tengo dolor en la rodilla y padezco polio. Oí que si venía aquí me curaría'', me dijo. ''Puse sal y grano sobre las tumbas. Después recogí el grano y me comí la sal. Voy a llevarme el lodo a mi casa.'' Los pashtunes llaman khurda a este rito de llevar sal a las tumbas de los santos.

Había otro hombre que vino desde Uruzgan con su madre. ''Mi madre sufre dolores en las piernas y la espalda y la traje a Kandahar para que la vieran los médicos. Pero después escuché las historias sobre las tumbas de estos mártires que podían curarla, y decidí traerla aquí. Ella es más feliz aquí que viendo a médicos."

Vi a su anciana madre arrodillada, rascando la tierra sobre las tumbas de lodo, rezando y llorando.

Los dos soldados parecen haber caído en el mismo trance visionario de quienes practican este culto. ''Yo mismo he sido testigo de personas que se han curado aquí'', me dice sonriente el joven sin barba que lleva un rifle Kalashnikov al hombro. ''Es verdad. La gente sana después de visitar las tumbas. He visto a sordos volver a oír y a mudos hablar. Se curaron.''.

No es el momento oportuno -y definitivamente no es el lugar apropiado- para contradecir esta convicción. La arena azota el cementerio con una crueldad digna de Osama Bin Laden. El camposanto de la ciudad es mucho mayor; lo conforman varios kilómetros cuadrados de panteones tribales. Pero son los muertos de Al Qaeda los que atraen al mayor número de dolientes. ¿Qué los atrae, se pregunta el extranjero? ¿Acaso los rumores y leyendas de la sanación? ¿O los atrae la idea de que estos hombres resistieron hasta el final a los extranjeros; que prefirieron morir antes que rendirse? ¿Que los ''mártires'' no afganos lucharon como afganos?

Tal vez sea mejor que los muchachos de las fuerzas especiales estadunidenses en Afganistán no visiten estos rumbos. Es posible que vieran algo que podría -y debería- preocuparlos.
 
 

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

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