Jornada Semanal, domingo 11  de agosto de 2002            núm. 388

MARCO ANTONIO CAMPOS

Martha Sahagún

No voté ni por Fox, ni por Labastida, ni por Cuauhtémoc, pero nadie duda que Fox llegó legítimamente a la presidencia a través del voto de los mexicanos; sin embargo, hasta donde sé, ni yo ni ningún mexicano votó por Martha Sahagún para ningún puesto, y menos, para convertirse en una suerte de copresidenta, vicepresidenta o superministra, que lo mismo invade terrenos de la Secretaría de Salud, que de la Secretaría de Relaciones Exteriores, de la Secretaría de Educación, de sedesol, de Conaculta o del dif. Es un ejemplo extremo de audacia: conoce de muy poco y no domina nada pero en todo mete la mano. Es increíble el ascenso: una mujer que perdió la contienda electoral para la alcaldía de Celaya, una plaza sin ninguna relevancia en el esquema político nacional, tiene más poder que los secretarios de Estado por la sola decisión o capricho de su marido. Una mujer, que hasta hace unos años era sólo una ama de casa provinciana, se cree capacitada, sin ninguna formación, para convivir política y protocolariamente con el Papa, reyes, presidentes y estadistas del orbe. En esto podemos decir que el gobierno del cambio ha realizado efectivamente un cambio: que la primera dama abuse de atribuciones que no debe tener y un exhibicionismo kitsch en nombre de la igualdad de las mujeres y la compasión desde arriba. México necesita empleos, no limosnas ni dádivas. Sin empleo, hombres y mujeres de cualquier país, en edad de trabajar, se sienten inútiles, o peor, cosas.

Para tratar de justificarse en su ilegitimidad, Martha Sahagún dice que la causa de los ataques contra ella provienen de la misoginia. Es querer engañarse. En la política mexicana brillan por su inteligencia y méritos ganados por sí mismas un buen número de mujeres. Cito al menos tres: Beatriz Paredes, Rosario Robles y Amalia García. Compárense los discursos lúcidos de Paredes, las respuestas rápidas y precisas de Robles y las frases claras y puntuales de García, con los discursos melcochados y sentimentalones de Sahagún. Entre las escritoras mexicanas del siglo que nos dijo adiós puedo citar rápidamente cuatro admirables casos: Rosario Castellanos, Josefina Vicens, Elena Garro e Inés Arredondo.

Si cree Martha Sahagún que los ataques a su labor provienen de un rechazo de los hombres, tengo la impresión de que ha llevado el autoengaño a límites de excelencia. He preguntado a numerosas mujeres universitarias o de clase media sobre qué piensan de ella. Salvo la excepción de la excepción, son mucho más lapidarios los juicios y críticas de ellas que de los hombres. El calificativo más recurrente de las entrevistadas para designarla son: oportunista, exhibicionista y cursi. Baste recordar que de lo primero incluso la acusó indirectamente la hija mayor del presidente (Ana Cristina), quien dijo, antes del matrimonio Fox-Sahagún, que esperaba que su padre se casara con una mujer que quisiera a Vicente Fox, y no al presidente Vicente Fox. De su exhibicionismo irremisible e invencible basta recordar recientemente su desesperada caza del Papa para ser vista junto a él. Si se hiciera con honradez una encuesta nacional con las mujeres preguntándoles sobre Martha Sahagún, (se) vería que la misoginia es sólo un piadoso engaño que se hace a sí misma o se lo hacen allegados que quieren sacar ventajas de su poder. De su cursilería baste recordar tres momentos dignos de una historieta de Yolanda Vargas Dulché: el beso que ella le pidió al presidente el día de su matrimonio para que la fotografía diera "la vuelta al mundo", el beso que ambos se dieron frente al Vaticano para demostrar que su matrimonio estaba más allá de los impedimentos de las leyes católicas y el ramo de flores que arrojó a las reporteras en el avión en uno de los viajes a Europa para oficializar su matrimonio. Pero ¿qué pero se le pone al nombre de su organización que parece una porra en un estadio mundialista: "Vamos México"? Pero ¿hay algo más cursi que estas líneas que dice en una entrevista a Katia D’Artigues?: "Lo único que te lleva adelante en un trabajo de esta naturaleza es el amor. Aquí hay amor de pareja, pero también un amor compartido que nos permite vibrar con la misma intensidad, trabajar entendiendo nuestras responsabilidades, pero luego también, como pareja vivir esos momentos de intimidad con enorme intensidad. Es un complemento maravilloso." ¿Quién le gana?

Es tal la inocencia de Martha Sahagún de Fox, que cuando periodistas, con buena o mala fe, le han preguntado si anhela ser como Eva Perón o Hillary Clinton, responde que las tres son "distintas". Uno no lo cree, se frota los ojos, vuelve a leer, pero la frase sigue allí.

De Eva Perón lo único que tiene es el recurso de elogiar en todos sus discursos al presidente y esposo, "a Vicente", y decir que lo quiere, lo admira, que es un hombre bueno, noble, con el que ha aprendido a entenderse en donde estén con sólo verse a los ojos, con quien ha experimentado tantas emociones "fuertes y profundas", que ambos hablan un "lenguaje desde el corazón", que el presidente es un hombre que sólo piensa en México, que está comprometido con nosotros, que por él y gracias a él vamos a ser un país grande. Pero a diferencia de Eva Perón, los interlocutores de la señora Sahagún no son la clase trabajadora o los desesperados del mundo, sino los ricos y los secretarios de estado de quienes busca allegarse recursos para ejercitar su filantropía dudosa. En 1951, en la Plaza de Mayo, cientos de miles de trabajadores, de mujeres y de marginados argentinos, pidieron a Evita que fuera la vicepresidenta; Perón, presionado por los militares, la hizo desistir. ¿Alguien imagina que las huestes de electricistas, de petroleros y de mineros, amén de los pobres de Neza, de Ecatepec y Naucalpan, pudieran aclamar a la señora Sahagún en la plaza del zócalo y calles adyacentes de Ciudad de México para pedirle que sustituya a su marido en la primera magistratura?

Compararla con Hillary Clinton, con el perdón de todos, me parece una boutade. Baste recordar que, además de una carrera brillante como abogada, Hillary, al menos en dos ocasiones, salvó con gran habilidad y con gran dignidad la presidencia al esposo, cuando todo parecía perdido para él. No en balde, en un estado republicano, como Nueva York, ganó un escaño en el Senado por votos ciudadanos y no por resolución de su marido. Un parangón de ésos, si me lo perdonan de nuevo, es como comparar la inteligencia y la cultura de Marguerite Yourcenar o de Virginia Woolf con las de una profesora de primaria de las provincias belga o francesa.

Su vida, contada a su gran amiga Sari Bermúdez, colmada de instantes de optimismo idílico y pastoril, podría, de no haberse retirado el libro de circulación, ocupar un lugar de privilegio en las mesas de las librerías al lado de los libros y videos de los dioses mexicanos que han perfeccionado el tema de la superación personal: Cuauhtémoc Sánchez y Miguel Ángel Cornejo.

Desde luego no aspiramos a que tenga la plausible discreción de primeras damas como Guadalupe Borja, Paloma Cordero y Cecilia Occelli, personas admirables pese a los esposos; pero si la señora Marta Sahagún tiene, como dice, un gran amor por México, haría un bien nacional si frenara o moderara su desaforado activismo cursi.

Cuando di clases un semestre a principios de los años noventa en la Universidad de Buenos Aires, los argentinos, ante la avalancha verbal de un presidente que opinaba de todo sólo por el gusto de escucharse, decían ruborizados que Menem era impresentable; cuando la pareja Fox sale del país, muchos mexicanos pasamos días de ansia y de angustia sólo de pensar las opiniones y el comportamiento que la pareja pueda tener. Para decirlo con el mismo rubor en el rostro que los argentinos: la pareja presidencial es impresentable.




MICHELLE SOLANO.
SOBRE EL TEATRO INFANTIL

Ya en otra ocasión la cronista había dedicado este espacio al teatro para niños, tema casi siempre soslayado por aquellos que tan poca importancia le otorgan. En el número más reciente de la revista Paso de Gato se incluye un dossier dedicado a dicho tema, al que han titulado El teatro para niños no es un juego. Las plumas que en él escriben (Xóchitl Medina, Maribel Carrasco, Luis Martín Solís, Larry Silberman, Rodrigo Johnson, Jesús Calzada, Hugo Salcedo, Elena Guiochíns y Denisse Zúñiga) realizan un agudo análisis de la situación del teatro para niños. Los temas que lo conforman escapan al típico discurso sobre teatro infantil; hay textos muy interesantes a los que vale la pena echar más de un ojo. Los distintos elementos que componen el teatro para niños se han puesto bajo una lupa muy clara y objetiva: antecedentes, censura, política teatral, el Programa Nacional de Teatro Escolar, la actividad teatral dedicada a los niños en el interior de la república, contenidos y dramaturgia, así como entrevistas y testimonios de quienes se han dedicado al teatro infantil. Todo lo anterior significa un material muy valioso y lo es más aún porque no han dejado fuera la opinión de los niños (primeros interesados del tema).

También se ha incluido la traducción de uno de los textos más originales que recientemente se han llevado a escena: El ogrito, de Suzanne Lebeau, que actualmente se presenta en el teatro El Galeón.

No es la primera vez que ante una obra de arte dedicada a los niños, se escucha decir: "Es más bien para adultos, ¿no?" Un ejemplo muy claro es El Principito, de Antoine de Saint Exupéry. Esto podría deberse a dos cosas, o estamos demasiado acostumbrados a tratar a los niños como verdaderos débiles mentales, o esa frase sobada del "niño que todos llevamos dentro" tiene bastante de verdadera. El ogrito provoca esa reacción y paradójicamente cuando se está ahí rodeado de público infantil (público que, por otro lado, nada perdona) resulta muy sencillo caer en la cuenta de que si alguien entendió, disfrutó y asimiló la obra no fuimos precisamente los adultos. La perspicacia del niño supera generalmente las intenciones de dramaturgos, directores y actores, por lo que es absolutamente necesario que quienes trabajan para los niños tomen plena conciencia de ello. El ogrito lo consigue, es uno de esos montajes que uno debe ver, sea niño o no, tenga hijos o no. Después de todo, Susanita (la de Mafalda) aún tiene razón: en el mundo todos somos o hijos o padres de alguien más.

Y vuelve la burra...

No constituye novedad alguna la situación de los teatros del imss, sobre todo después del atinado recuento que Noé Morales entregó la semana pasada. Quizá sólo queda agregar que sí es necesario defender los espacios teatrales de la burocracia y negligencia gubernamentales, que es imprescindible exigir claridad con respecto de los presupuestos y políticas culturales, y el ejercicio responsable de quienes ostentan cargos públicos; pero no debemos perder de vista que también de este lado se cuecen habas, y aunque no formen parte del gobierno o de alguna institución como inba, fonca o Conaculta, entre la comunidad teatral existen también cotos y grupos de poder que podrían aprovecharse de esta situación y exigir que los teatros les fueran otorgados en aras de una propuesta teatral que, aunque válida, también terminaría por excluir a todos aquellos grupos o individuos que no se adscribieran a su ideología, grupo de cuates, alumnos o adeptos.

Pareciera a veces que hemos extraviado la memoria, y cuando pedimos que el gobierno apoye y clarifique sus objetivos en cuanto a la instauración de mejores políticas culturales, olvidamos que siempre hay dos o o tres que resultan ser los beneficiarios de dichas enmiendas. Habría que hacer también una petición a estos mismos grupos o personas para que reconocieran la necesidad que el teatro tiene de más propuestas, de nuevos nombres y de menos soberbia y actitudes glam.