Jornada Semanal, domingo 4 de agosto del 2002                       núm. 387

LUIS TOVAR Y UN POCO DE MANTEQUILLA 

Escenas de la vida urbana, desconocidos que se acercan y, sin acrimonia alguna, se separan y nunca –ni les interesa– llegan a conocerse, pues sólo lo hacen físicamente y esto, en nuestras épocas de desconfianza y desasosiego, es una manera particularmente intensa y entrañable de conocerse. Para contar estos encuentros es necesaria una prosa muy especial, hecha de tocamientos, miradas, roces, penetraciones. Una prosa capaz de decirnos los misterios del organismo, de hacernos escuchar la voz de la carne, la que viene de los contactos, el intercambio de humedades y la comunión efímera y bella de las soledades. Todo esto y mucho más contiene el libro de cuentos de Luis Tovar, Amor que crece torcido.

Luis, hombre de cine, sabe de prosas rápidas y precisas que deben convertirse en imágenes y pasar de la gramática literaria a la cinematográfica por medio de un fascinante trabajo de traducción que, cuando es bueno y justo, se convierte en una categoría especial de esa complementación que es la esencia misma de los multidisciplinarios en la creación artística. Por eso, lo decía Ingmar Bergman, “un buen guión es un buen cuento y un buen cuento es un buen guión”. El ejemplo de esta teoría nos lo da un amante del cine que fue, además, uno de los escritores fundamentales de su generación, don Ramón María del Valle-Inclán. La lectura de su novela, la primera que se acercó al tema de los dictadores latinoamericanos, Tirano Banderas, nos lleva directamente a las formas y al lenguaje cinematográfico.

El cuento de Luis que puede considerarse como un homenaje al cine, tanto por la exacta celeridad de la prosa como por la manera de sugerir imágenes a través de un hábil juego con dos gramáticas diferentes y complementarias, es el de “Victoria”. Hay en este cuento, gozoso y triste a la vez, un eco de la película de Bertolucci, El último tango en París (tal vez con menos mantequilla). Así resuelve este cuentista lleno de autenticidad emotiva y de pericia formal, este complejo juego de soledades compartidas: “Julio se dio cuenta de que después de un orgasmo era todavía más difícil averiguar el nombre de ella, la mujer que ahora le daba la espalda y dormía o fingía dormir.” Por esta razón, utilizando a profundidad el lenguaje bíblico, Julio declara escuetamente: “Conocí a una chava. Se llama Victoria.”

El amor y el desamor, el encuentro y el desencuentro recorren y dan sentido a los cuentos de este libro que mantiene viva la aspiración a lograr una problemática perfección amorosa. Luis Tovar no teoriza sobre este tema, pues su actitud y su método son esencialmente líricos: “Así debes recordarme ahora, como me viste la última vez, con los pechos como torres después de la llovizna: limpios brillantes, mirando al cielo”, nos dice en su prosa poética titulada “De este lado”.

“El rostro inmóvil” sigue, en algunos aspectos, el complejo método de Manuel Puig. Lo coloquial presenta dificultades de gran magnitud que sólo se resuelven a través del dominio del artificio. Éste evita las tentaciones de la parodia o del folclore lingüístico. Oscila, además, en la cuerda floja de lo sentimental y no teme a los riesgos del melodrama. Un buen ejemplo de esta forma de narrar se encuentra en “El rostro inmóvil”. Veámoslo: “claro que vas a hacerme falta, quién crees que soy, no podría olvidarte así como así, de la noche a la mañana, si te estoy diciendo que es gracias a ti que me he dado cuenta de cosas muy grandes en la vida...”

La sorpresa del día viernes, derrotada por la horrible tarde del domingo, es el tema de un cuento que es, a la vez, melancólico y lleno de buenos augurios. La expectación que despierta el viernes (la sesta feira del Brasil enfiestado) de repente vacila ante el hecho incontrovertible de que vivimos para trabajar o mejor dicho, trabajamos para vivir. Esto instala la rutina y atenta contra la sorpresa. Sin embargo, el asombro sobrevive y la quiet desperation de Thoreau admite y enaltece la capacidad de admiración por todo lo terrenal y, en particular, por los frutos del arte y de la ciencia. En fin, en este cuento, Luis, ayudado por la sagaz Marcela nos entrega una apasionante teoría del día viernes.

Sabores, texturas, rumores, jadeos, frotaciones, roces, olores violentos o suaves aromas compuestos de mar y de sándalo. Con estas sustancias escribe su cuento “Para cuando te vayas” que es una reflexión lírica sobre la sensualidad y sus misterios que crean una comunicación clamorosa o esa incomunicación en blanco y negro que recorría las películas de Antonioni, hechas en el momento de los milagros económicos y los desastres humanos. Por encima de la tentación psicologizante, Luis coloca los emblemas misteriosos de la relación humana.

“Yeah” es un cuadro de costumbres en el cual nada pasa. Sólo las palabras y su impacto en las conductas y las conciencias de las mujeres y los hombres. Aquí aparece otra mujer importantísima para el proceso de formación sentimental (“educación sentimental”, decía Flaubert) de los personajes de Luis que son y no son el mismo autor, como Madame Bovary era y no era el mismo Flaubert. Esa mujer es Martha, quien hace un contrapunto a otra fémina, la mítica Marigel fumando un cigarrillo ligth muy cerca del escenario de la pequeña boite. En este cuento irrumpe el cine de la mano de la música de Morricone y es el humor el único capaz de describir “las peticiones marigelescas”, tan poderosas que sacan del juego a la indecisa Martha quien regresa hacia el final de una noche que se retira para dar paso a la madrugada lechosa de una nueva dolce vita fellinesca.

Joaquín Sabina y Rayuela, la novela emblemática de mi generación, constituyen la columna vertebral de un relato que implica un desafío a la forma, “La canción de Alicia”. Un gato “atigrado y perezoso” cruza con sus “secretas pisadas de resorte” (gracias a Gorostiza por la metáfora) y Alicia se va perdiendo en su propia sombra.

Siguiendo las técnicas de la narrativa de Estados Unidos, construye la frágil estructura de una “muñequita sensual” que, en mi fantaseo, tomó el rostro de gacela de Audrey Hepburn (más generosa de formas en este relato, por supuesto). Aquí, el monólogo antes del desayuno (O’Neill dixit) y en la azotea va dibujando poco a poco los perfiles del personaje y de su Sonia real e inventada. Este relato reúne todas las características de una short story y como tal funciona dentro de los rasgos esenciales de una forma que mezcla la condensación del relato breve con el amplio fluir de la novela. Algo parecido sucede con el relato titulado “Por la mañana” y con otra de las mujeres soñadas por el autor, Li, la china de puro marfil, enmarcada por los mundos y submundos del café, sus “bisquetes” y sus azucarados “lecheros”.

Estos amores crecieron torcidos, pero fueron o intentaron serlo. Luis Tovar nos los entrega con más preguntas que certezas, pues el autor y los lectores nos movemos en sus resbaladizos terrenos y para solucionar sus enigmas de poco nos sirve la experiencia. Cada uno tiene la originalidad del mundo en cada amanecida y por eso Luis nos dice que, aunque torcidos y maltratados por la realidad, esos amores al haber sido todavía lo son.
 

Hugo Gutiérrez Vega
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