Jornada Semanal, domingo 4 de agosto del 2002                 núm. 387
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS
ANA CASAS BRODA: ME MIRO PARA OLVIDARME

¿Mi casa es mi cuerpo o mi memoria? ¿Qué tanto de nosotros es olvido? ¿Cómo retratar las alucinaciones y los huecos de nuestra propia historia? ¿Pueden las fantasías materializarse en fotos? ¿Logrará la desnudez de la piel mantener intacto el misterio?

Desde niña, Ana Casas Broda (España, 1965) hojeaba el álbum de fotografías de su abuela y sin quererlo iba anotando las claves de varios secretos. Era la vida de Omama, su cómplice de ochenta y tantos que tomó la afición de fotografiarse como su vía de relación con el mundo. Pero las imágenes también eran el camino con el cual Ana podía construir su propio lazo construido entre Granada, Viena, Nueva York y la ciudad de México.

Hija única hasta los dieciocho años en que llegó Sarya, el dibujo fue su mejor compañía durante su infancia al lado de su abuela austriaca, el padre andaluz avecindado en Manhattan y su madre vienesa que la trajo a México al cumplir los ocho. Iba y regresaba de Viena y cuando hubo de escoger una profesión la persiguieron las indefiniciones. Pensó primero en Filosofía, luego en Historia pero logró dos años en la Escuela Nacional de Artes Plásticas sin concluir la carrera pues prefería ocuparse en el laboratorio de fotografía sin saber que sería su pasión de vida.

Descubría a artistas de la lente como Dwayne Michels y Josep Koudelka, sus amigas le posaban para retratos y hasta se convirtió en asistente de Manuel Álvarez Bravo durante seis meses para ayudarle a ordenar el acervo para el Museo de Fotografía que patrocinaría Televisa en los años ochenta. Sin embargo, Ana refrendó su placer por la foto cuando retrató a un pintor que devino en pareja y, sobre todo, en 1988 cuando materializó su complicidad con la abuela mediante un proyecto visual que llevaría catorce años de una relación de amor, ejercicio con la memoria y exploración del cuerpo.

Álbum se convirtió en una reflexión de la historia familiar y del tiempo, a través de exposiciones y un libro que marcaron su trayectoria. No sabe aún si ubicarse como fotógrafa pues además de que no toma su cámara para captar todo compulsivamente, tampoco circunscribe su interés a la técnica del medio sino en la vivencia al tomar una foto y la maravillosa posibilidad de que algo se transforme, sea en el retratado, en el responsable de hacer clic o en el escenario donde todo acontece. No se siente acompañada por otros colegas en su forma de hacer foto, sin embargo se identifica con Maya Goded y Katia Brailowsky a pesar de sus formas de ver tan distantes.

"Cuando vine a México me separaron de mis referencias. Necesitaba tender puentes sobre esa historia que mi madre había querido deshacer y a mí me tocó rastrear como tarea vital. Este álbum no es revivir el pasado o sufrir por haberlo perdido; es una mirada consciente a los cuerpos y a las vivencias que me anteceden y me conforman."

Fotos tomadas por su abuela desde adolescente; retratos, cartas de amigos y familiares (muertos en campos de concentración); películas, grabaciones y videos integran el acervo al que añadió tomas en los mismos sitios donde antes su abuela se autorretrató y la captó a ella; espacios llenos de olor a jardín y asilo, antes y después de la operación que le dejó a Omama un seno huérfano y esos ojos serenos, llenos de preguntas. Ana sumó a eso la propia exploración de su piel mediante los cuadernos de dieta y los desnudos en los que se ubica con los kilos de más o menos que han ocupado su estructura, siempre en cierta desaprobación.

"Lo padre es que nunca hice los cuadernos para enseñarlos; en este punto está el riesgo y la trasgresión. Fue la forma de construir mi identidad y de descubrirme en un acto íntimo que no refleja mi intimidad. Álbum es apenas una serie de claves que pueden servir de espejo para los demás", dice la artista fascinada con la cámara digital que usa hoy en bocetos visuales sin pretensión alguna.

Una vez la abuela le dijo (murió en enero de 2002): "Me siento mejor desde que recuerdo menos". Ella se conmovió por aquel estado donde algo se borra, reflexionó sobre la línea sutil de desmemoria/certeza y, con toda conciencia, continuó con su deseo de hilvanar esos retazos que desde niña había conocido de historias ajenas que se volvieron propias, enraizadas en su relación con Omama, sin intermediarios. Tras catorce años de buceo, algo ha fluido en ella. Pero más de cinco preguntas permanecen, a veces se mira con obsesión para olvidarse, y no descifra aún las claves que develen el secreto de su casa, construida de cuerpo y memoria.



LUISTOVAR

EL CINE AL PAPEL (II)

Estudios cinematográficos, de la que ya se habló aquí, es actualmente la única revista mexicana especializada en el tema que realiza un esfuerzo digno de tomar en cuenta, si pensamos en términos de un trabajo serio de investigación, análisis y reflexión en torno al cine. Muy otra cosa son las publicaciones mensuales existentes –Cine Premiere, Cinemanía y CineXS, si es que esta última no ha desaparecido–, así como las secciones dedicadas al cine en infinidad de revistas cuyo principal giro es otro.

En ambos casos el objetivo fundamental es consignar estrenos, sea en cartelera, en videocaset o en DVD. Las tres revistas mencionadas mezclan, a partes desiguales, el perpetramiento entusiasta y ya inconsciente de un panegirismo que da bochorno leer, con el ejercicio de una crítica siempre demasiado ligera. Además, el grueso de quienes publican en ellas (mal) entiende el ejercicio crítico y, cuando le da por ahí, lo traduce en el falso derecho a sorrajarle hachazos a la película que no les haya gustado.

LO MALO, SI BREVE, DOS VECES MALO

Debe ser una combinación de varios factores, entre los que destacan la analfabetizante moda editorial de privilegiar la iconografía en menoscabo del texto, así como la idea poco clara y pésimamente aplicada de que "la gente no quiere textos largos porque ya no tiene tiempo de leerlos", lo que ha llevado a estas revistas (lo mismo que a muchas otras publicaciones de todo tipo, pues los juicios apresurados y las decisiones erróneas no son patrimonio exclusivo de nadie) a empobrecer sus contenidos de un modo lamentable.

Eso sí, ninguna de las tres proclamó nunca haber nacido para rescatar el espíritu de la fenecida Nitrato de Plata, o para emular a los Cahiers du Cinema, por decir algo. Desde sus orígenes fueron claras, en el sentido de que su propósito no era analizar, reflexionar, y mucho menos investigar el fenómeno cinematográfico. Abocadas a registrar qué hay de nuevo en oferta, ocupadas en despertar el interés del público en esta o en aquella película, la imparcialidad y la objetividad en la emisión de un juicio les resulta impensable porque, según cierta lógica que nunca conseguí entender –hace tiempo trabajé en una de ellas–, si hablo mal de equis filme y, por ende, menos gente acude a verlo, terminaré por hacerle daño al cine, para no hablar de la posible disminución en mi tiraje, porque luego nadie me querrá leer. Es como recomendar el restaurante de un amigo para que no le falten clientes, aunque la comida y el servicio sean malísimos y mucha gente salga echando pestes; el verdadero favor sería decirle a nuestro cuate que cambie de meseros y de chef, o que barra su local de vez en cuando.

Para ilustrar, le cuento el único acto de censura que he sufrido: me tocó escribir un brevísimo texto para el lanzamiento de La momia (The Mummy, Stephen Summers, 1999) en video; expresé mi opinión de ese bodrio protagonizado por Brendan Fraser comparándolo con La momia azteca (Rafael Portillo, 1957). Empero, la cinta mexicana, tan involuntariamente cómica como aquélla, quedaba mejor parada. La sustitución de mis líneas por otras que me negué a suscribir fue defendida con este argumento: ¿cómo vamos a hablar mal de La momia cuando sale en video si ya habíamos hablado bien de ella cuando se estrenó en cartelera?

Evidentemente, ese día la libertad de criterio no fue a trabajar.

EDUCANDO A NADIE

Uno de los más graves problemas con esta situación es que los lectores –y muchos no-lectores– de este tipo de revistas creen honesta e ingenuamente que eso que están leyendo es crítica cinematográfica, cuando sólo se trata de un gato con orejas de liebre fabricadas con cartón muy, pero muy barato. Otro problema, que pisa los terrenos de la perversidad, es justificar tanta carencia y desatino diciendo: "Bueno, a fin de cuentas están dirigidas a un público joven, y por más que lo intentes no vas a poner a los chavos a leer una crítica muy sesuda." Pues claro que no, del mismo modo que si un niño no va a la escuela será bastante difícil que aprenda a interpretar un mapa o a sumar quebrados.

Estoy de acuerdo en que no se le puede pedir a una revista eminentemente comercial que contribuya a la formación de Nadie, pero lo que sí me parece exigible es que no contribuya a su deformación, sobre todo si a Nadie le da más tarde por estudiar, digamos, comunicación y dedicarse a la (pseudo) crítica cinematográfica, y lo hace a partir de bases peligrosamente endebles, y acaba escribiendo de modo que parece creer que el cine comenzó cuando Nadie se sentó por primera vez en una butaca, o que para hablar de una película es necesario que le haya gustado mucho para poder hablar bien de ella, o que una vez concluida la carrera y conseguida la chamba deja de ser necesario leer y basta con ir al cine.

(Continuará.)