Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 1 de agosto de 2002
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Cultura

Margo Glantz

ƑDe qué crimen se acusa al padre Amaro?

Estamos viviendo una época singular, una época de privatizaciones, machetes y santos, nuevos santos (Ƒindios o santos?, Ƒverdaderos o blancos?), nuevas formas de usar los machetes (no sé si lícitas o ilícitas), nuevas formas de democracia, nuevos Ƒcambios?, permítaseme el pleonasmo, Ƒes pleonasmo?, pero eso sí, una nueva época en la que nuestros políticos parecen haber retrocedido a épocas que creíamos sobrepasadas, esa época en la que la Iglesia y el Estado eran una sola sombra, una sola sombra larga como la del poema, no sé si armónica, pero eso sí, una sola sombra larga.

Y aquí estamos muy visitados, bien visitados; nuestras calles vuelven a ser escenario teatral, como esos escenarios en los que el pueblo -Ƒqué es el pueblo?- sacaba sus sillas de sus casas y se colocaba tranquilamente en primera fila para ver el espec-táculo, los resultados de un pronunciamiento o el paso de un nuevo ungido de la Iglesia o la coronación de un emperador ƑIturbide o Santa Anna? (Ƒ?) como tan perfectamente lo cuenta Guillermo Prieto.

Y mientras se denuncia que en México los modelos educativos se han vuelto comerciales, puramente comerciales, como en los países bien desarrollados; mientras más se anuncia que cada vez hay menos dinero para la educación y para la salud (lo reitero) y mientras más y mejor asistimos a las quiebras fraudulentas nacionales y trasnacionales, nos volvemos, con bombos y platillos, cada vez más guadalupanos (yo declaro orgullosa que lo soy) (declaro que en mi casa abundan las imágenes /populares/ de la guadalupana) (declaro que aún no tengo desgraciadamente ninguna imagen de san Juan Diego) (pero pronto la tendré, lo juro, una imagen bien popular) y qué bueno que lo seamos, eso, guadalupanos, de los males el mejor.

Y en medio de todo, en este festivo escenario, otra obsolescencia. O Ƒdebería decir una obligada consecuencia? Usando todos los métodos de la posmodernidad se hace una campaña no muy inocente de censura, una campaña que desde Internet y otros medios prohíbe (Ƒo sólo pospone?) la exhibición de una película basada nada menos que en una novela del maravilloso escritor portugués católico -si católico- José María Eça de Queiroz, El crimen del padre Amaro, película dirigida por un joven y muy talentoso director, Carlos Carrera, y actuada por nuestra ya gloria nacional, simplemente Gael. ƑY qué se aduce para prohibirla? Que es sacrílega, que atenta contra las buenas costumbres, que es pecaminosa. ƑNo es pecaminosa Cristina? (šY miren nomás qué nombre!) ƑNo lo es Big Brother y en general muchos otros programas de televisión, como por ejemplo casi todos los talk shows?

Y a todo esto, Ƒquién es Eça? ƑPor qué tanto escándalo contra una novela que hace más de cien años tuvo que soportar la censura hipócrita de sus contemporáneos y de la Iglesia portuguesa? ƑPor qué reanudar la polémica? ƑPorque es un ejemplo perfecto escrito de algo que se ha exhibido ampliamente y ha puesto en entredicho la moralidad de muchos sacerdotes católicos, aunque algunos ostenten en su apellido todas las letras de la Ley (mi alusión sería meridiana solamente en inglés, me refiero al Cardenal Law de Boston, ciudad desde hace meses envuelta en escándalos masivos que hacen que el crimen del padre Amaro sea un pecadillo menor)? ƑSe teme acaso que se aluda a acontecimientos recientes sucedidos en México y que no han podido ventilarse ampliamente por maniobras tortuosas de censura?

Respondo a la pregunta: Eça de Queiroz fue el mayor escritor portugués de su tiempo y uno de los mayores de esa época en la que también escribió Flaubert, de quien se le acusaba de ser imitador, un escritor que he leído desde adolescente con pasión, por efecto de un contagio: Eça era el escritor preferido de mi primer marido, Paco López Cámara, quien no sólo me hablaba entusiasta de sus obras sino que me las regaló todas y quien, cuando estuvimos en Portugal, me hizo acompañarlo a una muy devota peregrinación, la que seguía paso a paso las huellas de su escritor preferido, este hombre feo y satírico que hubiese necesitado una ortodoncia, este hombre que, además de haber escrito novelas que conmocionaron a sus lectores por su maravillosa escritura, pusieron el dedo en la llaga porque denunciaban las lacras de su sociedad: el adulterio, el incesto y los crímenes que sacerdotes como el padre Amaro cometían contra sus feligreses. Y no se puede tachar a Eça de irreligioso: para muestra bastan varios botones, sus numerosas y milagrosas, por lo bien escritas, Vidas de santos: San Fray Gil, San Cristóbal, San Onofre.

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