La Jornada Semanal,   domingo 21 de julio del 2002               núm. 385
Luis Rafael Sánchez

La poesía de Sylvia Rexach

“Dime qué harás cuando alguien sin querer me nombre” dice el poema-bolero de la compositora puertorriqueña Sylvia Rexach. Sobre las apuestas que Sylvia hizo en la ruleta del amor, sobre sus afinidades con María Grever, Isolina Carrillo, Consuelo Velázquez y Ema Elena Valdelamar, y sobre la comunidad bolerística latinoamericana que hace puertorriqueño a un bolero mexicano y a un mexicano lo hace cubano, mientras los cantan chilenos o ecuatorianos, escribe Luis Rafael Sánchez o, mejor dicho, tararea esta semblanza. Pongámosle la voz de Marco Antonio Muñiz o de Elena Burke y el requinto de Juanito Neri y la noche en el viejo San Juan será perfecta.

Hay amores que, como algunos medicamentos, tienen prevista la fecha de expiración. Otros aparecen donde no se los busca y cuando menos se los espera, sorpresivos e insospechados. Otros fenecen apenas nacen porque no se acoplaron los cuerpos ni las almas. Otros pasan como pasan las nubes.

En cambio, hay amores que calan hondo, a pesar de que se materializan durante un fugaz pedazo de mañana o un fugaz pedazo de tarde, breves pero luminosos, como los relámpagos. Otros amores se alimentan de silencio y de mirada y se estropean cuando tan rigurosa dieta se abandona. Y, desde luego, hay amores para toda una vida, amores que jamás se arrugan, fabricados con materiales resistentes como el deseo inextinguible, la admiración recíproca y la necesidad de acostarse en dulce compañía; amores que capean, con terca voluntad, el ciclón y las inundaciones, el aguacero con viento fuerte y la llovizna de verano; amores que sobreviven al apagamiento de la fogosidad carnal y su transformación en fogosa ternura; amores que causan, de continuo, una ilusión semejante a la que causa desenvolver un regalo.

Algunos versos entresacados a los poemas que Sylvia Rexach disfraza de boleros dan cuenta cabal de los amores mencionados. "Qué sutil magia tienen tus pasos." "Aquella noche oscura de su negra mirada." "Soy la arena que la ola nunca toca." "Qué difícil es entrar de lleno a una vida sin encanto." "Un instante que tuvo algo de eterno." "Recuerda que tan sólo de verme tú temblabas." "Dime qué harás cuando alguien, sin querer, me nombre." Dichos versos, imbuidos de conflicto y de problema, y cuál amor no se emproblema alguna vez y cuál no se expresa conflictivo en ocasiones, parecen escritos bajo el mando de la desolación. Con razón los boleros a que pertenecen, entre otros "Olas y arenas", "Alma adentro", "Es tarde ya", "Anochecer", "Tus pasos", "Y entonces", portan las confesiones de quien apuesta a la ruleta del amor, pierde hasta la camisa y, cuando gana, gana a duras penas.

¿Podrá extrañar, entonces, que la incertidumbre y la melancolía sean las emociones que frecuenta, con mayor insistencia, la bolerística de Sylvia Rexach? ¿Podrá extrañar que el beso, ese fósforo de la pasión carnal, jamás se mencione en la misma y que el abrazo se manifieste, según su propio decir, "a la luz de un recuerdo"? ¿Podrá extrañar, en fin, que la bolerística de Sylvia Rexach, una artista de temple profundo que, inexplicablemente, no alcanza la fama extrainsular que alcanzan sus compañeras de altura, María Grever, Isolina Carrillo y Consuelo Velázquez, frecuente, además de la incertidumbre y la desolación, la soledad que nunca amaina?

¡La soledad que nunca amaina!

La soledad entra y sale de la obra de Sylvia Rexach, sin el menor tropiezo, si bien pocas veces se la nombra y muchas solamente se la alude o se la insinúa. "Ojos que te buscan aún sabiendo que no estarás a mi lado", se oye lamentar en uno de sus boleros desgarrados. Y en otro se advierte: "Es tarde y yo no vuelvo, a brindarte tesoros a ti."

Sin embargo, dos boleros suyos de cuerpo breve y proporcionado encaran la soledad con una franqueza tajante. Se trata de "Olas y arenas" y "Nave sin rumbo". Ambos transcurren contra el fondo de interrogación y de enigma que el mar suele prestar a las divagaciones sentimentales. Ambos contienen unas imágenes que semejan la inquietud del pájaro de mar por tierra, esa criatura que en la zozobra halla el signo existencial. Ambos describen un nada fiable, un inconstante, un temible –"Eres tú la inmensa ola" y "Tú, lobo de mar". Ambos culminan con unos versos que enuncian las devastaciones de la soledad. El bolero "Olas y arenas" finaliza con el verso "alejándoteme más". El bolero "Nave sin rumbo" finaliza con el verso "un inmenso vacío entre mis brazos o tal vez un corazón hecho pedazos".

Pero, más allá de la lejanía y el vacío, la melancolía y la incertidumbre, la desolación y la soledad, se lleva a cabo el convenio entre la musicalidad secreta de las palabras y las notas que habitan el pentagrama. Sí, la musicalidad intrínseca de las palabras supone un acontecimiento en los poemas disfrazados de boleros que firma Sylvia Rexach, esa viajera incansable por los amores que, como algunos medicamentos, tienen prevista la fecha de expiración, los amores breves pero luminosos, los amores a ratos musicalizados por la satisfacción y los amores a ratos musicalizados por los sollozos y las lágrimas.

Sabiendo como sabe que cuando el verso suena música trae, la artista grande que es Sylvia Rexach escribe en abierta complicidad con las sonoridades, los ritmos, las asonancias. Desde luego, la música que trae el verso para nada se relaciona con la rima flagrante que ofende, por partida triple, al oído, a la inteligencia y al aire. El verso suena, el verso trae música, cuando la cadencia de las palabras halla el contrapunto ideal en la cadencia del silencio.

La gran poesía sintoniza con el silencio que, como una sombra delicada y misteriosa, se apareja a las palabras. Lo evidencia cualquier estrofa de Pablo Neruda: "Ya no la quiero, es cierto,/ pero tal vez la quiero./ Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido." Lo evidencia, igualmente, cualquier estrofa de Sylvia Rexach: "Allá en la pradera, hay flores que esperan, allí debe estar mi ruiseñor, con otra flor, como la flor que era yo."