Jornada Semanal, domingo 21 de julio del 2002                 núm. 385
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS
PERLA KRAUZE: CREER EN LA FRAGILIDAD

Su estudio parece un muestrario de excavaciones arqueológicas. Piedras, trozos de barro, placas de metal, ramas secas y fragmentos de yeso descansan en pequeños grupos expuestos como para la venta en un tianguis popular. Pero las piezas de Perla Krauze (df,1953) no tienen la carga del tiempo contado en siglos. Son fósiles de hoy. Sus objetos están hechos de resina, plomo, cera y azúcar, con los cuales transgrede a la naturaleza porque la preserva, la hace más perdurable sin buscar siquiera clonarla. "La naturaleza es tan maravillosa que no tiene sentido hacer una recreación. A lo más que aspiro es a concientizar sobre la necesidad de cuidarla."

Además de objetos que son escultura, Perla hace pintura. Entre ambos universos se mueve de tiempo completo desde hace veintidós años, tras descartar la antropología y la ortodoncia. "No me supe escuchar", acepta, pues si bien desde pequeña creció al amparo de la natura en El Pedregal y hacía esculturas de manera natural y gozosa, aquella facilidad se transformó en desconfianza sobre un camino creativo que "tal vez no valía la pena".

Todo fue tomando su curso cuando ingresó a la Academia de San Carlos para estudiar diseño gráfico. Empezó a tomar clases de perspectiva y dibujo constructivo, pero de pronto las artes visuales ocuparon mayormente su tiempo y estableció un nexo con la pintura que continúa hasta ahora.

Empezó entonces con la tela y el óleo como la forma más convencional de creación pictórica. Su trabajo era narrativo, con la figura humana cual elemento central; sin embargo, al poco tiempo vino la depuración. Su vida en pareja con el arquitecto Isaac Broid motivó que atendiera otros elementos: naturaleza, espacio, luz y tierra, hasta que comenzó a alternar su incursión en la pintura con el quehacer escultórico. Buscó ambientes y atmósferas, generó contemplación más que narración y trató de llamar la atención hacia lo insignificante y que dejamos pasar de lado, sea una piedra en el camino, la nieve que desaparece o el movimiento sutil de una mano al tocar una tela.

Influenciada por el desparpajo sabio de Gilberto Aceves Navarro, Perla quedó también marcada por los viajes. En el Goldsmith College de la Universidad de Londres tomó un curso de textiles aplicados a las artes plásticas (1980) y trece años después otro de pintura en el Chelsea College of Art (Londres). Su trabajo se ha mostrado en espacios privados y públicos de Nueva York, París, Los Ángeles y varias ciudades de México. Apenas hace un mes concluyó una residencia de siete semanas en el Banff Centre de Canadá, donde se enroló con el video como un ritual, casi la escritura en un diario para documentar el elemento tiempo.

Hoy, la artista encuentra difícil autodefinirse, de la misma manera que los críticos de arte y los curadores no la pueden anclar a ismos ni a escuelas. Para ella, cada lenguaje artístico se convierte en un fragmento de su manera de ver el mundo y tiene la esperanza de que en su obra se lea algo de lo que personalmente es. Tanto el video como la bi y la tridimensionalidad le otorgan elementos de gozo y efectividad en lo que quiere decir con su obra. No sólo hablar con y de la naturaleza; también plantear las dualidades intrínsecas en la vida: lo orgánico/inorgánico, racional/intuitivo, efímero/duradero, fragilidad/fortaleza.

Estos opuestos los valora complementarios. Y de ellos duda todo el tiempo, como se cuestiona a cada paso la experimentación en serie que efectúa para dar vida al molde de una piedra que transformará en objeto de resina amarilla o gris; un ámbar o piedra volcánica que no son tales.

¿Qué es real en tiempos de la virtualidad? ¿Sabemos mirar o sólo ver? ¿Alimentamos la curiosidad? ¿Qué es la sorpresa? Estas son algunas preguntas que Perla se hace y luego transforma en pinturas y en esculturas colocadas en galerías y museos para destantear al público con toda alevosía y ventaja. "Al rato vamos a tener piedritas de plástico y ni quien se percate", sonríe con cierto desencanto ante la evidencia.

Viajera, recolecta siempre los objetos que en algo la enamoran. Las piedras son sus preferidas y una que otra rama. Las carga cientos de kilómetros y luego las desempaca en su taller, las hace en moldes y les da otra vida en materiales ajenos que le ayudan a profundizar en sus reflexiones sobre la memoria, las relaciones humanas, la fragilidad del ser y las fragmentaciones del pensamiento y del alma.



LUIS TOVAR
LO MALO DE LO BUENO
Y VICEVERSA

El oxímoron, la figura retórica con la cual una cosa es calificada o definida precisamente atribuyéndole su característica antónima, es la clave única a partir de la cual el español Agustín Díaz Yañes, guionista y director, armó los ciento diez minutos que componen Bendito infierno.

Las primeras escenas corresponden a lo que ha de suceder dos meses después del arranque diegético de la historia que se narra. En ellas vemos a las protagonistas, Lola Nevado –una Victoria Abril que ya se dirige sola– y Carmen Ramos –una Penélope Cruz que sigue indigerible (perdón, quise decir indirigible)–, a punto de llevar a cabo un robo a mano armada. El cuadro se congela y la edición nos ubica en un idílico París sin transeúntes, basura ni ruido alguno. Siguiendo la vieja idea de que el Paraíso consiste en todo aquello que más nos gusta, así es el cielo según Lola, quien en realidad es un ángel al que de vez en cuando se le encargan misiones salva-almas. Pero antes de verla en su faceta de etérea cantante demodeé, vemos a la Encargada de los Asuntos Celestiales –Fanny Ardant–,reunirse con otros funcionarios de la divinidad para tomar medidas inmediatas ante la grave escasez de seres buenos. Por razones que, más adelante, sólo se explican aludiendo a Pascal y a la metáfora de la nariz de Cleopatra, la institución llamada Cielo se salvará del colapso si y sólo si Lola consigue ganar para su causa el alma de Many (un Demián Bichir que acaba siendo el mejor de todo el reparto), boxeador a punto del retiro gracias a su terquedad y a un derrame cerebral.

SUBIENDO PA BAJO
Y BAJANDO PA RRIBA

Como el maniqueísmo es aquí toda una declaración de principios, uno ya espera la estridencia visual y auditiva con los que se representa el infierno, de donde saldrá Carmen en calidad de agente opositor a Lola, desde luego con el objetivo de ganar para el averno el alma de Many. Lo único que salva a Bendito infierno de ser una rematada muestra de que el azul es azul y el rojo es rojo –ni siquiera en la última escena se dieron el lujo de prescindir de tan innecesaria redundancia–, es el giro que le da la intervención de míster Davenport –un Gael García bastante eficiente–, Consejero del infierno del que quieren deshacerse otros funcionarios luciferinos. Davenport conservará la chamba si sus oponentes internos pierden a Many, por lo cual transa con el enemigo. Así pues, Lola y Carmen, una como pareja y la otra como supuesta prima de Many, dejan de ser enemigas y se vuelven colegas para lograr dos cosas: que Many ponga en el buzón una carta donde pide perdón a su madre, con lo cual ganará el cielo; y que un par de policías más cabrones que Lola y Davenport juntos no lo maten antes de tiempo por los cinco millones de pesetas que le debe a un prestamista o gángster o algo.

Llegamos así al punto donde formalmente arrancó la cinta. El resto consiste en dos secuencias de acción que se añaden al muestrario –ya estaban la comedia, el drama, el homenaje formal a la nouvelle vague y el conceptual a Tarantino y, apenas de pasada, a Scorsese...– y que deberían resolver la trama: Carmen y Lola asaltan el supermercado en el que trabajaban; se arman los balazos y se supone que ellas mueren. Pero como no son mortales, de cualquier modo llegan con el dinero al departamento de Many, donde las esperan éste y los acreedores. A final de cuentas, y sin que el dañado boxeador haya enviado la carta de la que todo depende, Lola y Carmen se quedan con el dinero –que es falso, por lo cual van a dar a la cárcel, aunque ya para entonces todo había terminado y uno pensaría que podían volver a sus changarros–, y el asunto se resuelve en un tribunal cielo-infierno. Añádase, pues, el subgénero fílmico de las películas de cortes y jurados.

LA TRAGICOMEDIA QUE NO FUE

Lola, la buena, haciendo cosas malas para lograr el bien; Carmen, la mala, haciendo el bien para ganar un mejor estatus en el infierno; el malo Davenport y la Funcionaria Celestial como viejos conocidos que se saben complementarios como el ying y el yang, en virtud de lo cual no quieren destruirse sino conservar el equilibrio per secula seculorum... Y uno se queda pensando en que todo oxímoron lleva necesariamente implícita no sólo una síntesis sino también una negación, y que bien podría haberse explorado más allá en esta línea semántica, para no quedarnos con la sensación de estar frente a un planteamiento interesante que merecía alcanzar el nombre de tragicomedia, pero que sólo araña el de drama cómico de a ratos.