Alberto Aziz Nassif
Dos años después...
Las imágenes del 2 de julio del año 2000 han quedado en la memoria como una fecha inicial, el punto de partida hacia un nuevo régimen político. La derrota del PRI amalgamó a un país que fue testigo de un hecho histórico. Por supuesto que esa fecha no hubiera sido posible sin un gran conjunto de acciones, reformas y decisiones que durante dos décadas hizo posible que la competencia por el poder y la alternancia en el gobierno fueran una realidad. El primero de diciembre de 2000 las promesas de campaña volvieron a actualizar las expectativas de los votantes.
Sin embargo, desde el arranque la vida cotidiana de nuestra incipiente democracia ha estado poblada de problemas, la ruta ha sido accidentada y, a pesar de que en realidad tenemos una gama amplia de grises, las interpretaciones se han cargado al mundo del blanco y negro.
Evaluar el desempeño de un gobierno es una tarea complicada que supera el espacio de este texto, por lo que sólo se pueden apuntar algunos rasgos: en experiencias estatales de alternancia -previas a la llegada de Vicente Fox a la Presidencia de la República- ya estaban los problemas que hemos visto estos 19 meses en el país; ya conocemos las grandes reformas administrativas, los costosos aprendizajes y los torpes manejos políticos; los desgastes de un gobierno dividido y los enfrentamientos entre poderes; los pequeños avances en materia de combate a la corrupción, la caída de las expectativas porque los grandes cambios se diluyen; las luchas feroces por el regreso de las viejas prácticas, y la política de saboteo y golpes que se da de forma permanente a los gobiernos de alternancia; las mejoras casi invisibles en materia de ordenamiento fiscal, administración de recursos, junto con los escándalos de problemas construidos y agrandados. Y como la memoria es corta, los ciudadanos le pasan todas las cuentas al gobierno de alternancia y en la siguiente elección muchas veces regresan al PRI y con ello se inicia un proceso de reversa.
La dinámica de romper un régimen de partido de Estado llevó a la oposición a prometer grandes cambios, y al llegar la alternancia las promesas se transforman en incumplimientos, que prácticamente queman el capital político de forma importante. Al mismo tiempo la alternancia tiene incorporado un reloj que marca secuencias fatales; para hacer cualquier cambio importante se necesita tiempo, pero la ciudadanía no está dispuesta a concederlo y los partidos desplazados nunca dejan de trabajar para el regreso, por lo cual la alternancia siempre es frágil.
El gobierno de Fox se ha enfrentado a pruebas duras que no ha superado. La credibilidad se ha desgastado en el ir y venir de todos los días frente al micrófono y las promesas se han vuelto pesadas piedras de molino al cuello. La posibilidad de hacer reformas constitucionales estructurales prácticamente se ha suspendido porque los tiempos del acuerdo se han terminado, o nunca los hubo, y de nuevo los partidos afilan sus armas para ir a la elección intermedia de 2003. Por cierto, unos comicios que, además de costosos -5 mil millones de pesos de financiamiento público- no anuncian un Congreso de mayor calidad.
El ácido de la crítica que acompaña a cualquier gobierno democrático corroe de forma cotidiana al gobierno foxista porque la evaluación que se le aplica es de resultados contra promesas, y el efecto es devastador porque, en efecto, el crecimiento económico está muy por debajo del 7 por ciento prometido, al igual que la creación de empleos; el caso de Chiapas quedó como una solución que no sirve y que espera en silencio otra oportunidad; la reforma fiscal fue insatisfactoria y no resolvió el problema de fondo; falta mucha sensibilidad en el campo de la cultura; el gran equipo de trabajo, el famoso gabinetazo, está por debajo de las expectativas que crearon los cazadores de talentos. La lista de reclamos es larga, pero al mismo tiempo también hay logros, quizá no espectaculares, pero lo cierto es que un gobierno del PRI no los hubiera producido: la ley de acceso a la información pública puede ser un valioso instrumento para la transparencia; la apertura de los archivos del 68 y de la guerra sucia; el símbolo que representa ver a Echeverría indiciado no es algo menor, el combate al narcotráfico se ha profundizado; la lucha contra la corrupción muestra una política consistente; la política exterior avanza, a pesar de las resistencias y los tropiezos; el salario ha subido, todavía muy poco, pero ha dejado de caer; la macroeconomía mantiene la estabilidad, y la división de poderes es una realidad.
A dos años del 2 de julio esta complicada democracia apenas empieza...