Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 3 de julio de 2002
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Política

Luis Hernández Navarro

El fin del mercado como escuela de virtud

El dogma de la superioridad moral de la libre empresa sobre la esfera de lo público, la convicción de que en el mercado se encuentra una escuela de virtud ciudadana, se hunden hoy junto con los fraudes y quiebras que viven las grandes compañías trasnacionales con base en Estados Unidos.

Durante las dos décadas anteriores la nueva derecha emprendió una feroz ofensiva contra el Estado de bienestar y los derechos sociales. Según ella, las redes de protección social promueven la pasividad de los pobres, no han mejorado sus oportunidades y han creado una cultura de la dependencia. Lejos de solucionar el problema lo ha agravado al reducir a los ciudadanos a sujetos pasivos de la tutela burocrática. Su asalto al principio de ciudadanía se acompañó de una reivindicación de las supuestas virtudes cívicas del mercado y de las corporaciones. Según la nueva derecha, ser empresario es sinónimo de honestidad, eficacia y capacidad, tanto en el ámbito corporativo como en el público; en el libre mercado está el camino de la redención social.

Esta ideología se ha resquebrajado severamente ante los escándalos que sacuden el mundo empresarial desde la quiebra de Enron. Aunque no tiene que ver sólo con ello, los mercado bursátiles están de capa caída en Estados Unidos: el S&P ha perdido 10 por ciento y el Nasdaq 20 por ciento. La confianza de los inversionistas ha quedado severamente afectada. Las personas que creían firmemente en la integridad del sistema de mercados ahora desconfían de él. La corrupción que ha aflorado es síntoma de un mal profundo, no una excepción. Se trata de un problema sistémico. Lo que está podrido no son unas cuantas manzanas, sino la caja entera.

Tan sólo durante 2001 la Comisión de la Bolsa de Valores de Estados Unidos abrió 570 investigaciones. Más de 150 empresas tuvieron que reconocer haber malinformado a los inversionistas. Cada día aparecen nuevos escándalos. La semana pasada fue WorldCom. Este viernes Xerox reconoció que había sumado ingresos anticipados por 6 mil millones de dólares. Global Crossing, otro megagrupo de las telecomunicaciones, está en suspensión de pagos, mientras Qwest es investigada. Kmart está en quiebra y hay serias evidencias de manipulación contable en sus libros. La familia que fundó Adelpha tuvo que renunciar cuando se descubrió que utilizó la empresa como su banco personal. Los ejemplos sobran.

La crisis es severa. La concentración corporativa ha forjado un nuevo mundo en el que la economía y la política están hechos a su imagen y semejanza.

Al comenzar el nuevo milenio, las 200 principales compañías representaban 28 por ciento de la actividad económica global; las 500 mayores empresas manejaban 70 por ciento del comercio mundial y las mil mayores controlaban 80 por ciento de la producción industrial del mundo.

Hasta ahora la expansión de estas corporaciones se había topado con la acción de ciudadanos organizados y grupos industriales afectados, estados como Sudáfrica y Brasil (en el caso de los medicamentos contra el sida) o con lagunas legales sobre derechos de propiedad intelectual.

Demandas exitosas como la de los antiguos fumadores contra las tabacaleras, o la de agricultores en rechazo a las semillas transgénicas, o la de grupos ambientalistas que combaten empresas contaminantes (curtidurías, químicas, petroleras o generadoras de electricidad), o las que se oponen a la monopolización del mercado de los ordenadores por parte de Microsoft, atajaron la concentración corporativa y la ofensiva desreguladora.

La presión ética y la amenaza de boicot por parte de estudiantes y consumidores contra empresas como Nike o Starbucks forzó a algunas de estas compañías a modificar sus prácticas empresariales. Pero el reto que hoy enfrentan las grandes empresas tiene otra magnitud. Nace de sus entrañas y amenaza con trabar su desarrollo.

ƑPor qué aflora tanta corrupción ahora? La burbuja bursátil vivida en Estados Unidos hasta hace dos años magnificó los peores vicios del comportamiento empresarial. Todos los elementos de control corporativo existentes, tanto éticos como legales, fueron abandonados en favor de la ganancia fácil y rápida. Las instituciones creadas para supervisar posibles abusos fueron desmanteladas. Las auditorías de los informes empresariales se hicieron a modo, entre otras razones porque estas firmas fueron contratadas como consultoras. Los gerentes de los bancos fueron ablandados por acuerdos complementarios con las grandes compañías. Los funcionarios públicos y legisladores recibieron apoyos para campañas electorales a cambio de aprobar iniciativas legales que flexibilizaron los controles y debilitaron los organismos reguladores.

Además, un manejo gerencial basado en las opciones sobre acciones -que pretendía asociar los intereses de ejecutivos y accionistas- dio a los ejecutivos enormes incentivos para impulsar rápidamente el precio de las acciones, sin tener que considerar las consecuencias a largo plazo. Su filosofía consistió en el viejo dicho: vergüenza no da robar, sino que te cachen.

El mercado no es una escuela de virtud. Ha llegado nuevamente la hora de las regulaciones sobre el capital, es decir, la de la sociedad y el Estado.

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