Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 2 de julio de 2002
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Política

Marco Rascón

Test restaurantero a políticos

No todos los restauranteros deben ser políticos, pero sí todos los políticos deberían ser restauranteros. El restaurante debería ser prueba obligada para políticos, por las siguientes razones: Carl Clausewicz, el teórico de la guerra, diría: "el restaurante es una prolongación de la política en otras mesas". Servir de comer es una acción compleja, satisface necesidades y proporciona placer, genera comunicación y desarrolla al zoón politikón de Platón (patrono de los políticos-restauranteros), pues la gastronomía hace del hecho instintivo un acto político natural y cultural. Si el servicio es bueno, se olvidarán de los precios, pero de los sabores šnunca!

Un comensal asiduo es un voto duro, un comensal exigente es un ciudadano con criterio, un restaurantero que da la cara y enfrenta gustos diferentes y sale airoso es un político valiente. Un restaurantero, al igual que el político, pone a prueba su eficiencia, su ética, autocontrol, aptitudes y espíritu de servicio.

De las sobremesas de muchos se han recogido consideraciones que fortalecen la idea de que todo político debe tener un restaurante, así como exigírsele la calidad "H", que otorga la industria gastronómica a los servicios de excelencia.

Un político-restaurantero debe demostrar capacidad administrativa, ahorrar sin perder calidad en el servicio ni en los alimentos, enseñarse a desechar la tentación política de mandar lo descompuesto como "sugerencia del cheff", ser consecuente con la carta que se ofrece y cumplir con ella. No dar gato por liebre o tomar decisiones de derecha con argumentos de izquierda.

Lo peor que puede responder un restaurantero es "no hay"; lo peor del político es decir "te prometo". Toda promesa en el menú de campaña debe servirse hasta en 15 minutos, salvo que se especifique claramente el tiempo de preparación en la carta.

El político, principalmente el legislador, debe ser restaurantero para encontrar el punto justo entre ser víctima del terrorismo fiscal y no ser evasores, esto es, cómo apretar sin ahorcar. De esta manera los políticos harían buenos impuestos y por lo menos nos enseñarían a aplicar el impuesto suntuario de 5 por ciento o su idea de la simplificación administrativa.

Un político-restaurantero sabrá salir adelante de las presiones y contradicciones entre el poder fiscal de la Federación, la Tesorería del DF, las autoridades delegacionales o municipales, protección civil, los vecinos, el IMSS, el sindicato, las juntas de Conciliación y Arbitraje, los proveedores, los contadores y los clientes; para todos deberá tener respuestas prontas, tranquilidad y paciencia.

El político aprendería que su carta o programa se enfrenta a gustos diferentes, que no siempre serán coincidentes o dejarán satisfecho. Un político es como un cantinero: debe mediar y aceptar las confesiones de los ciudadanos y sus preocupaciones, deberá mediar entre las diversas opiniones, las necedades del que se pasó de copas, y actuar prudentemente con este último si se volvió intolerante.

Entre los comensales existen los propositivos, los que sugieren y los críticos de buena fe; también están los que critican por criticar para demostrar a sus invitados que tienen un gusto refinado, aunque no tengan razón y protesten por protestar exigiendo un gazpacho caliente. Los políticos deberán saber, al igual que los restauranteros, que los ciudadanos una vez dirán lo bueno, pero lo malo y los errores los repetirán nueve veces, y a los últimos se sumará la competencia. No obstante, el ciudadano- comensal siempre deberá tener la razón, pues es su gusto frente a la "sazón" de Estado.

El recetario del político deberá ser flexible, pero no al grado de que los platos sean distintos cada día y que culpe de ello a los cocineros. Las recetas, las decisiones, la operación del todo es responsabilidad del político-restaurantero y por ello debe dar la cara de pie frente a las mesas de los ciudadanos y asumir su verdad y su concepto.

Un político aprendería de relaciones laborales en un restaurante entendiendo lo básico del servicio público. Sabría del complejo mundo de los salarios y las propinas. De lo rutinario y obligatorio y de lo que se vuelve compromiso común entre lo político y lo administrativo, entre el modo personal de gobernar y lo que es responsabilidad.

"Detrás de cada receta hay una ideología", diría un gourmet argentino. En la forma de comer y lo que se come un país se puede establecer el grado de desarrollo cultural de la sociedad, condiciones de las clases sociales, sus gustos y costumbres. Cada fonda, puesto callejero o restaurante es un laboratorio de relaciones sociales que expresan el estado de ánimo de la sociedad, un termómetro natural del estado de ánimo. Por ello cada político debería tener un restaurante, fonda o cantina para saber, entre otras cosas, lo que significa el valor del dinero y para enfrentarse diariamente a su discurso, sus palabras y sus decisiones.

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