Jornada Semanal, domingo 30 de junio del 2002          núm. 382

LUISTOVAR

NUESTRO VIEJO FUTURO

Me inquieta pensar qué tan presentes habrá tenido Rodney Brooks, director del Laboratorio de Inteligencia Artificial del Instituto Tecnológico de Massachusetts, películas como Blade Runner (1982), El hombre bicentenario (1999) e Inteligencia artificial (2001) cuando a la pregunta "¿no teme a un mundo en el que los robots esclavizarán a una humanidad imperfecta?", responde diciendo que "esas son historias hollywoodenses. Los robots no esclavizarán al hombre porque ya no existirá un género humano, como hoy lo conocemos, que pueda ser esclavizado. Hombres y máquinas se integrarán. Esto ya está aconteciendo (cf. pág. 2 de este suplemento)".

La duda carcome sobre todo ahora que el futuro ha vuelto a alcanzarnos y muchas de las osadías de la ciencia ficción se han convertido ya en (¿simples?) proyectos concretos de laboratorios cibernéticos y biotecnológicos, y su puesta en práctica –o mejor dicho su lanzamiento al mercado– es cuestión de poco tiempo.

No parece probable que dentro de diecisiete años ya exista un Nexus 6 que vuelva a la tierra para encabezar una rebelión de réplicas humanas, como cuenta la mítica cinta de Ridley Scott, pero el camino está evidentemente trazado a partir de Dolly, la primera oveja clonada. Y si, como afirma Fukuyama (cf. pág. 3 de este suplemento), "todas las fases de la procreación corren el riesgo de ser industrializadas y puestas bajo control, gracias a la ingeniería genética y a la bioquímica", tal vez tendremos entre nosotros a un Nexus 1 en menos tiempo de lo que imaginamos.

La integración entre hombres y máquinas, establecida desde que se implantó la primera prótesis, también es una línea recta a la que resulta difícil imaginarle un punto final muy alejado de lo que propone Asimov en el cuento "El hombre bicentenario" que da base a la cinta homónima. De hecho, el autor de El fin de la eternidad va más allá, pues traza el camino inverso: en el año 2205, Andrew, un robot doméstico fabricado doscientos años antes, culmina un proceso de humanización consistente en irse haciendo de órganos biológicos que sustituyan al silicón y al metal originales.

Algo paralelo sucede en Inteligencia artificial, la cinta que Stanley Kubrick ya no pudo filmar. En esta historia, un futuro muy próximo ofrece sofisticados y fidelísimos modelos de ingeniería sustitutos de cualquier tipo de ser vivo, sin necesidad de recurrir a ningún expediente genital. Programados para cumplir sus funciones sin tregua y sin falla, ya se trate de un apuesto prostituto o de un amoroso niño, esta suerte de clones de robot pretenden ofrecer todas las ventajas y ningún inconveniente: como los "réplicos" de Blade Runner y como el Andrew de El hombre bicentenario, estos androides con apariencia de carne y hueso no comen ni defecan ni duermen ni se cansan y, desde luego, no se supone que sientan.

CUALQUIER PARECIDO
CON LA COINCIDENCIA...

Las tres cintas referidas tienen en común la propuesta, nada descabellada, de que hacemos mal suponiendo que la inteligencia artificial estará incapacitada para sentir. Según el citado Rodney Brooks, "los robots que construimos [...] están equipados con un "modelo emotivo" y muestran "reacciones emotivas" en su interacción con los hombres. ¿Se trata de verdaderas emociones o de simulaciones? No importa."

HAL 9000, el cerebro electrónico padre de todas las inteligencias artificiales cinematográficas, padeció miedo, paranoia y terror, y, contra todas las leyes de la robótica –Asimov dixit–, les puso remedio nada menos que matando a un buen número de seres humanos. En este punto, el del enfrentamiento entre la inteligencia humana y la artificial, 2001: Odisea del espacio y Blade Runner caminan por una senda distinta a la recorrida por El hombre bicentenario e Inteligencia artificial. En las dos primeras la criatura se rebela contra su creador, mientras que en las segundas los robots anhelan alcanzar el estatuto de seres humanos.

En lo que éstas y muchas otras cintas de ciencia ficción parecen coincidir inevitablemente es en su espíritu neobíblico o neogenésico, por llamarle de algún modo: HAL 9000, el Nexus 6, Andrew y el pequeño robot de Inteligencia artificial son Adanes –de celuloide, por el momento– de un mundo en el que ya no se desarrolla la historia del hombre sino, como afirman Brooks y Fukuyama, la saga post-humana manifiesta en la manipulación del adn, la creación de cerebros de sílice, la conversión parcial o casi total de todo tipo de funciones fisiológicas y, sobre todo, el vuelco en nuestra percepción de nosotros mismos como únicos detentadores a futuro de dos capacidades intrínsecamente humanas: pensamiento y emoción.