La Jornada Semanal,   domingo 30 de junio del 2002                núm. 382
 Rubén Moheno

La muchacha con la valija

En esta “muchacha con la valija”, Rubén Moheno, nuestro greenista mayor, nos habla de los muchos viajes del autor británico a esa isla de Cuba a la que debía regresar Castro inmediatamente después de comer cabrito con el señor Presidente de México. Armando Hurt, Haydeé Santamaría, el siniestro Batista, Portocarrero, Torrijos, los personajes de Greene, especialmente el pintoresco agente secreto Wormold (pensemos en Alec Guiness), los Somoza (sonafabitches de Foster Dulles y sucesores), Carpentier, García Márquez y la preciosa mujer de la valija, desfilan por las líneas de este ensayo y nos hacen pensar en la Cuba de Greene.

Dos años antes del triunfo de la revolución, Graham Greene conoce en La Habana a una muchacha que dice ser correo del movimiento clandestino 26 de julio. Que su misión es transportar una valija con ropa de invierno a la ciudad de Santiago para los rebeldes en la Sierra Maestra. 

En 1957 Cuba está en guerra civil y las reglas de Batista marcan que un viaje así tiene que hacerse en avión y pasar aduana como si se llegara de otro país.

La muchacha argumenta que tal equipaje a un sitio tan caluroso despertaría menos sospechas en manos de un extranjero. Podría decir que su siguiente destino sería Canadá.

Greene toma la valija. Y en Santiago deberá hacer contacto con dirigentes de los rebeldes. 

Luego de acciones rocambolescas logra encontrarse con Armando Hart y Haydeé Santamaría en una casa de seguridad de la ciudad oriental. 

A su regreso a Inglaterra atiende el asunto que ellos le plantearon. Por medio de un amigo parlamentario hace llegar preguntas incómodas al secretario del Exterior acerca de la venta de tanques y jets de combate a Batista. Hasta parar ese flujo. Greene mismo aborda el tema en la prensa cuando el gobierno británico niega las refacciones para los jets que ya se encuentran en poder de los revolucionarios (The Times, 19/10/1959 y 23/2/1962).

Muchos dijeron entonces que estaban usando a Greene, como lo dijeron después de su gran amistad con Omar Torrijos; pero él señaló para ambos casos: "No me arrepiento de nada, nunca dudé en ser ‘usado’ para una causa en la que creía, incluso si mi elección fuese tan sólo un mal menor. Nunca podemos ver el futuro con precisión."

Exento de gazmoñería por completo, el escritor había disfrutado varias veces "de la atmósfera turbia" de Cuba en los años cincuenta; "pero sin permanecer en ella lo suficiente para tomar conciencia del triste trasfondo político y la tortura". Hasta que decidió conocer el trasfondo, e involucrarse:

Príncipe de Las Vegas, ¡Cuba llama!
Tu asiento espera en el avión de los 
  gángsters.
Otra vez las máquinas de lotería en los 
pasillos del Hilton.
Y otra vez las muchachas en el Blue Moon.
Greene publicó esas líneas inmediatamente después de la fracasada invasión de Bahía de Cochinos, en 1961. En 1966 entrevista a Fidel Castro y escribe El marxista herético (Collected Essays). Ahí muestra a un marxista empírico, que "toca el comunismo de oído y no conforme al libro". Alguien para quien "la especulación es más importante que el dogma"; quien nunca permitiría que una filosofía del siglo xix (la marxista, totalmente seca al decir de Greene) se interpusiera entre Castro y cualquier acción para alcanzar los objetivos económicos de su país. 

Esa predicción se cumplió. Y señaló también: "Mientras Rusia vira hacia el capitalismo de Estado y China hacia alguna variante fantástica suya propia, Cuba bien puede convertirse en el verdadero campo de pruebas del comunismo."

Escuchó decir a Castro: "No pertenecemos a ninguna secta, no pertenecemos a ninguna masonería internacional. Somos heréticos, sí, heréticos; bien, que nos llamen heréticos." 

Para Greene, "entre la economía marxista y el catolicismo no hay una contradicción inherente". Aunque advirtió con rabia que varios jerarcas de la iglesia católica estadunidense hacían campaña de guerra fría contra Cuba.

En aquel viaje Castro le obsequió un cuadro del pintor Portocarrero y escribió un saludo al reverso (Greene lo colgó en la sala de su apartamento). El Floridita estaba abastecido otra vez, pero con altos precios, como una forma de impuestos, antes que el dólar circulara libremente, como ahora: "La gente refunfuña, claro –señaló él–, y hay gente que refunfuña a los que refunfuñan; algunos negros que nunca han conocido un tiempo mejor pero añoran Estados Unidos."Sin embargo, estimó Greene, "las quejas son superficiales: el país reacciona de inmediato ante cualquier amenaza externa" (Daily Telegraph Magazine, 9/12/1966).

Supo de campos de trabajo controlados por el ejército:

En teoría no hay mucho de malo en ello; un hombre inhabilitado para el servicio militar cumple sus tres años en el campo, pero la práctica difiere de la teoría… Los rumores dicen que hay tres categorías de sujetos para la conscripción; los viciosos (que incluye a los homosexuales) los lumpen o desocupados, y los curas; ahora hay tres curas en los campos. El ataque a los homosexuales, cuando empezó a afectar a las artes, fue rechazado vigorosamente por un grupo de escritores, y a un grupo de actores a los que habían dicho que se reportaran a un campo, un dirigente del gobierno les dijo que ignoraran la orden. En el caso de una conocida actriz que habían llevado a una estación de policía e interrogado sobre su vida sexual, intervino el presidente Dorticós, y Fidel mismo fue a su casa para disculparse; un acto típico de generosidad. Parece que en alguna parte de los altos círculos hubo una lucha entre la intención y la práctica. 
Greene no pensó que caerían en el grave error moral de los campos de trabajos forzados. No cayeron, por cierto, y de aquellos errores sólo queda el recuerdo, sobre todo en la propaganda adversa. Dice un dicho popular cubano, "no se puede dar clases de moral en calzoncillos". 

Greene aquilató el "alto estándar de belleza de la mujer cubana […] Alguien me dijo con desaprobación: ‘Ha habido una explosión sexual aquí. Cómo, ahora las muchachas hacen el amor por el placer de hacerlo’". Vio que el sector más pobre de la población recibía por primera vez una parte justa para sus necesidades básicas en alimento, vestido y salud. Lo que hacía comprensible la declinación de los estándares de consumo propios de la clase media occidental (que Argentina y México han perdido también, pero debido al pillaje).

Ya en los primeros libros de Greene podíamos encontrar simpatía por los de abajo, pero como sucede tantas veces, cuando los revolucionarios luchan por cambiar las cosas, son incompetentes: "El espíritu estaba ahí pero faltaba la habilidad. Por eso admiraba la eficacia de Castro: el valor de un revolucionario que triunfó en la Sierra Maestra con doce hombres cuando mil contrarrevolucionarios fracasaron en la Sierra del Escambray." Y el único culto cubano que incomodó a Greene fue el culto oficial a Hemingway. 

En 1969 viaja a Paraguay, bajo la dictadura de Stroessner. Allí habla a favor de Fidel Castro con unos estudiantes (ante un funcionario disfrazado de guía) que sólo habían escuchado la versión oficial. También les habla de la anticoncepción, contra la línea papal.

En su autobiografía, Vías de escape, cuenta que su novela Nuestro hombre en La Habana (1958) no tenía que ver con Cuba en realidad; ésta sólo aportaba el trasfondo. Leo en ese libro: "Vivir en La Habana era vivir en una fábrica que convierte a la belleza humana en una línea de producción."

Era una historia que había bosquejado y situado en Estonia, en 1938. Con intención satírica y no romántica, tratamiento realista y no violento. Nada que ver con el agente 007, aunque al principio hay un poco de criptografía y muchachas bonitas y asesinatos, pero en realidad se trata de hacer comedia y burlarse de los servicios secretos de inteligencia. En particular del inglés, donde Greene trabajó en la sección MI6 durante la guerra. Le pareció adecuado adaptarla a Cuba en la guerra fría porque "¿quién puede aceptar la supervivencia del capitalismo occidental como una gran causa?"

Wormold, el personaje principal, es un vendedor de aspiradoras al que abandonó su mujer, y es padre de una muchacha muy bonita que ha entrado en una edad costosa. Pero ellos viven en un lugar donde "el intercambio sexual no sólo era el principal comercio de la ciudad, sino toda la raison d’être de la vida de un hombre. Se vendía sexo o se compraba; así fuera inmaterial, pero no se regalaba nunca". Eso da una razón a Wormold para tomar una oferta absurda de adherirse al servicio secreto inglés, MI6. Toda su información y sus actividades secretas serán imaginarias, pero su sueldo, muy real. Así podría inscribir a su hija en el exclusivo Country Club, con la esperanza (vana) de mantenerla alejada del comercio de la ciudad.

En Londres se interesan mucho en los planos dibujados de un arma secreta que envió –y que en realidad es una aspiradora–, y quieren fotografías. (Greene dice que fue mera chiripa anticipar la Crisis de Octubre). Incluso le envían una bonita secretaria a que lo auxilie. De repente, los colaboradores imaginarios que Wormold inventó (como lo haría un buen novelista), empiezan a morir. Muere un amigo suyo, y entonces se siente obligado a matar al asesino. Su ángulo es un tanto anarquista:

Wormold se dijo a sí mismo: Si yo pudiera matarlo, al menos mataría por una buena razón. Yo mataría para demostrar que no se puede matar sin ser muerto a cambio. Yo no mataría por mi país. No mataría por el capitalismo o el comunismo o la social democracia o el estado de bienestar; ¿bienestar de quién? Yo mataría a Carter porque mató a Hasselbacher. Si odio o si amo, déjenme odiar o amar como un individuo. No seré el agente 59200/5 en la guerra global de nadie.
Cuando descubren el juego de Wormold, no lo ejecutan ni lo expulsan del MI6, sino lo recompensan: él no reveló ningún secreto, los inventó todos. Lo hacen consejero para las operaciones en el exterior y lo condecoran. Al final gana incluso el amor de su secretaria, quien lo admira por su lealtad; lealtad a su hija. Ella le dice desde su corazón: 
Me importan un rábano los hombres que son leales a la gente que les paga, a las organizaciones… No creo que incluso mi país signifique tanto así. Hay muchos países en nuestra sangre, pero sólo hay una persona. ¿Estaría el mundo tan confundido si fuéramos leales al amor y no a los países? 
Nuestro hombre en La Habana ha sido señalada como "la mejor novela de espionaje". En 1959 la filmó Carol Reed (sin Claudia Cardinale, pero con Maureen O’Hara) y el guión fue de Greene. La película no le hizo mucha gracia a una funcionaria cubana de entonces, porque las necesidades de la comedia ligera obligaron a Greene a suavizar el horror político de Batista. En Inglaterra hablaron de demandarlo por revelación de secretos. "¿Me van a demandar –dijo él– porque revelé que se puede hacer escritura invisible con caca de pájaro?"

Para entonces la estrella del narrador ya estaba en lo alto. Además, él era una especie de ombudsman internacional, avant la lettre. Pero sus señalamientos sobre lo que hoy llamamos derechos humanos sólo se basaron en su prestigio artístico y calidad moral. No en el apoyo de ningún Estado; menos aún en el de Estados Unidos. Greene siempre vio a Estados Unidos como un desastre en política, ética y políticas económicas: en política, por infantiles, en ética por ser totalmente materialistas, y en economía por ser completamente egoístas. 

En una carta a la prensa (donde pedía que entregaran sus regalías en la hoy extinta Unión Soviética a los escritores Sinyavsky y Daniel, presos allá) señaló así:

Si tuviera que escoger entre la vida en la Unión Soviética y la vida en Estados Unidos de América de seguro escogería la Unión Soviética, como escogería la vida en Cuba a la vida en esas repúblicas americanas del sur, como Bolivia, dominada por su vecino norteño… Pero entre más grande es el afecto que uno siente por cualquier país, uno está más dispuesto a protestar contra cualquier falla en la justicia ahí (The Times, 4/IX/1967).
Greene regresó a América Latina en los setenta para vivir la que fue su mayor pasión política tal vez: la Panamá de Omar Torrijos. Y desde ahí contempló Cuba:
El modo en que siempre lo he visto es que Castro se embarcó primero en una aventura revolucionaria en Sudamérica contra los deseos de la urss, que en esa época no deseaba problemas en América Latina (a tal grado que el Partido Comunista en Bolivia traicionó al Che Guevara). Yo creía, y sigo creyendo, que la aventura angoleña fue un intento de Castro por demostrar un grado de independencia, y sólo cuando su acción resultó al menos parcialmente exitosa fue que la urss salió en su apoyo. Y Castro tenía otro motivo también: existe una gran población negra en Cuba y ayudar a un gobierno negro en África era un modo de apartarse espectacularmente del racismo de la Cuba de Batista, donde los matrimonios "mixtos" estaban prohibidos y los bares de La Habana vedados a los negros (Conociendo al general, 1984). 
A la muerte de Torrijos, los amigos de Greene en Panamá le pidieron que fuera con los sandinistas a Nicaragua. Y allá fue a dar apoyo a los amigos de mis amigos (ya había dado dinero para balas con la esperanza que una de ellas acabara con Somoza). También le pidieron que visitara Cuba y dijera a Castro que el proyecto torrijista continuaba. 

Greene dijo al dirigente cubano: "no soy el medio, soy el mensaje", porque la amistad del escritor con Torrijos y con los sandinistas eran bien conocidas. Al dirigente cubano le gustó el saludo: "Dígales que recibí el mensaje", respondió. 

Pero el escritor (veintidós años mayor que Castro) no se rindió ante el famoso carisma del dirigente cubano. En aquella reunión –en la que estuvo presente Gabriel García Márquez–, Castro preguntó a Greene qué régimen seguía. "Ningún régimen –respondió–. Como lo que quiero y bebo lo que quiero." Esto lo impactó obviamente, porque él mismo seguía un régimen muy estricto, y cambió de tema rápidamente.

Para Greene siempre fue difícil apoyar ciento por ciento a algo o a alguien, o estar ciento por ciento en su contra. Pero hasta su muerte, nunca se retractó de su apoyo a la Revolución cubana. "Son pocos los de su talla."

Fue total su compromiso con Torrijos. En Panamá dijo "volver a ser un combatiente […] estar listo para ser llamado a filas […] habría ido con Omar a las montañas":

Hay un carisma que surge de la esperanza, la esperanza de una victoria contra todos los pronósticos: Castro y Churchill son ejemplos obvios. Torrijos no tenía la menor idea de lo diferente que era su carisma: el carisma de la desesperación cercana. Tener sólo cuarenta y ocho años y sentir que el tiempo se agotaba; no en la acción sino en la prudencia.
Los avances cubanos que Greene alabó (como la promoción al libro por Alejo Carpentier), se han profundizado mucho desde entonces. Hoy los encomian incluso los propagandistas hostiles, que omiten hablar de la evidente integración racial y de una libertad religiosa sin conflictos serios. 

A través de un difícil periodo especial, Cuba ha sostenido su independencia de la colapsada urss, también en lo económico. Ni de broma puede compararse el fenómeno de las "jineteras" con la Cuba de Batista. 

En la isla las cosas han evolucionado más para bien que para mal. Tiene industrias de punta (y eso duele a muchos), la biotecnología y farmacología entre otras. Todo a pesar de la escasez de recursos que sufre Cuba, sitiada todavía.