La Jornada Semanal,   domingo 30 de junio del 2002             núm. 382
Enrico Pedemonte

Fukuyama:
Humano post-humano

Afirma Enrico Pedemonte que Fukuyama, el teórico del fin de la historia lanza, en su último libro, una señal de alarma: la ingeniería genética y los fármacos están cambiando la naturaleza humana. Por eso, advierte, hay que frenar la investigación científica. He aquí un nuevo giro en el pensamiento oscilante, provocador, errático y brillante de un “campeón del liberalismo” que ahora propone “amordazar a los científicos”.

Piénsese en una sociedad donde los hijos de los ricos son planeados con las técnicas más refinadas de la ingeniería genética, donde se seleccionan los embriones para elegir el mejor, la vida se prolonga y la sociedad empieza a ser dominada por una gerontocracia no liberal. No se trata de una película de ciencia ficción. Quien describe así nuestro futuro es un refinado intelectual que en 1992 se hizo famoso con un ensayo provocador –El último hombre y el fin de la historia–, en el que sostiene que con la derrota del comunismo y la caída del Muro de Berlín, la historia llegó a su fin. Y esto aconteció de la mejor manera posible, es decir, con la victoria del capitalismo liberal y democrático: un modelo de organización social inmejorable.

Diez años después, Francis Fukuyama da marcha atrás con un libro aparecido recientemente en las librerías de Estados Unidos: Our Posthuman Future (Nuestro futuro post-humano). Por supuesto, el autor no reniega de lo que escribió diez años atrás: el capitalismo liberal es el punto final de la sociedad humana. Sin embargo, dice, en el intermedio sucedió algo imprevisto que cambió radicalmente las reglas del juego. Las innovaciones, producidas a un ritmo siempre más acelerado por la ciencia, sobre todo por la biotecnología, trastornan la naturaleza de nuestra especie. La historia del hombre ha concluido de manera definitiva, pero existe el riesgo de que comience la historia post-humana.

El libro de Fukuyama aparece en el momento justo, cuando en los periódicos las noticias shock se multiplican. Una empresa estadunidense se declara lista para clonar animales domésticos como perros, gatos y caballos. En Italia, el ginecólogo Severino Antinori dejó filtrar la noticia de que una de sus pacientes dará a luz un clon de sí misma. Sería la primera vez en la historia.

Fukuyama es un prestigioso docente de la John Hopkins School for Advanced Internacional Studies de Washington. Su opinión sobre estos temas tiene un peso real. Meses atrás, George W. Bush lo invitó a formar parte del comité del Council of Bioethics, encargado de precisar las líneas que el presidente planteará al Congreso para poner bajo control el controvertido tema de la clonación. De los dieciocho miembros del comité, Fukuyama es quizás el que mayor influencia tiene sobre Bush.

Fukuyama dice que las señales del ingreso en la fase post-humana, ya se están manifestando. El Prozac y el Ritalin son los primeros ejemplos de una familia de productos bioquímicos cada vez más refinados, destinados a modificar de manera profunda el comportamiento de las personas. Por medio de estas armas inteligentes, millones de muchachos deprimidos se transforman en jóvenes de buen carácter. Los perezosos se vuelven hiperactivos. Los antisociales se comunican. Los agresivos se calman. Los tímidos se tornan audaces. Las empresas farmacéuticas trabajan para producir sustancias capaces de transformar las personalidades anormales, integrándolas a un medio socialmente aceptable. Estamos asistiendo a la estandarización de la humanidad. Quien no es apto para conquistar la autoestima y la felicidad con sus propios medios, podrá hacerlo con una píldora. Fukuyama se pregunta si Napoleón o Julio César hubieran deseado conquistar Europa, si hubiesen tenido a su alcance el Prozac. El ejemplo no parece muy atinado. Un lector dotado de ironía escribió al New York Times sosteniendo que prefiere el Prozac a las guerras con millones de muertos: a fin de cuentas, ese tipo de post-humanidad le gusta.

Pero la bioquímica está en sus inicios, dice Fukuyama. La ingeniería genética pronto permitirá a los padres alterar el adn de sus embriones, ofreciendo a sus descendientes genes más satisfactorios. Las mujeres podrán producir docenas de embriones para seleccionar los mejores. Las nuevas terapias, basadas en las células madre, están orientadas a alargarnos a la vida una decena de años. Además, las técnicas de clonación pronto permitirán a los individuos duplicarse, creando gemelos genéticos capaces a su vez de autoduplicarse, dando así origen a una especie de inmortalidad genética.

Frente a esto, Fukuyama lanza la voz de alarma. Según él, la esencia misma de la naturaleza humana está en peligro. Es decir, aquella capacidad, que él llama factor X, de combinar razón y lenguaje, ética y emociones en una particular mezcla que produce la política, el arte y la religión; en otras palabras, la cultura profunda de nuestra sociedad. Es innegable que luchar contra la muerte, el dolor y el sufrimiento, es parte de nuestro instinto. Pero muerte, dolor y sufrimiento son intrínsecos a la naturaleza humana, y el hecho de que la ingeniería genética quiera eliminarlos puede cambiar radicalmente nuestra manera de ser. Es natural desear combatir las enfermedades del alma, pero al eliminar los genes que inducen a la depresión, también podría borrarse el temperamento artístico.

El deseo de vivir mucho tiempo también es humano. Pero una prolongación artificial de la vida humana podría romper los equilibrios existentes, llevándolos a la creación de gerontocracias que hasta ahora encontramos descritas sólo en los libros de ciencia ficción.

Además, la ciencia y la tecnología no siempre han aportado bienestar e igualdad. En el curso de la historia, por ejemplo, la agricultura llevó a la servidumbre a la gleba. De manera análoga, las técnicas de mejoramiento genético podrían ser utilizadas mañana por las clases dominantes para perpetuar su superioridad sobre las clases sociales más débiles. Hoy en día, los ricos envían a sus hijos a las mejores universidades para garantizar su primacía. Mañana podrían servirse de las técnicas más costosas de mejoramiento de la especie. Y esto, dice Fukuyama, destruiría las bases mismas de la democracia. El mundo post-humano podría revelarse mucho más jerárquico y competitivo que el actual. Aldous Huxley lo predijo en Un mundo feliz. La pesadilla social ahí descrita está frente a nosotros: todas las fases de la procreación corren el riesgo de ser industrializadas y puestas bajo control, gracias a la ingeniería genética y a la bioquímica.

Fukuyama no se limita a escribir ensayos. También habla ante el Congreso de Estados Unidos no sólo en contra de la clonación humana, sino también de la producción de células madre destinadas a curar enfermedades hasta hoy incurables. Las leyes que propone prevén una condena de diez años de prisión para los médicos que prescriban tratamiento obtenido con las tecnologías de clonación, aunque provengan del extranjero. La apuesta es altísima. En el Congreso, los grandes adversarios de Fukuyama son dos moderados, Edward Kennedy y Diane Feldstein, que luchan para legalizar la clonación terapéutica, con la finalidad de obtener células madre para "reparar" los tejidos dañados.

Sin embargo, Fukuyama no duda: la investigación libre que, según él, desde la época de Galileo ha sido el faro que nos ha guiado hacia el modelo liberal, ahora se ha vuelto el enemigo a vigilar. Fukuyama se empeña en crear un organismo internacional de control que imponga reglas obligatorias para los investigadores y el mercado. Insiste: la historia humana ha llegado a su fin y para evitar que empiece la post-humana, hay que poner la mordaza a los científicos. Un bello giro para un campeón del liberalismo.
 

Traducción de Annunziata Rossi