Jornada Semanal, domingo 30  de junio de 2002                       núm. 382

MARCO ANTONIO CAMPOS

LA VENTA DEL ALMA

Era una presencia exigua en el medio cultural pero se creía merecedor de la hiedra y el laurel. Pocos lo toleraban y pocos también no dejaron de manifestárselo alguna vez por medio de la agresión de acto, por el insulto verbal o el desafío a golpes.

Sus obras de teatro y sus libros de poesía demostraban cierta habilidad técnica pero carecían de brío. Le fascinaban los ringorrangos verbales y en muchas líneas de sus textos sonaban ecos y crecían luces de poetas y dramaturgos de excelencia y de otros que no lo eran tanto, sobre todo de éstos. Como crítico aprobaba apenas con Suficiente, siguiendo la escala de calificación universitaria, o 6, si la numérica. Nadie decía que era malo; nadie se atrevió a hacerle un elogio entusiasta. Pese a ser muy buen lector, carecía de ideas estéticas, o más bien, de todo tipo de ideas. Con ligeras variaciones repetía lo dicho por sus maestros, quienes lo soportaban por serles un panegirista útil. Sus fanfarronerías intelectuales lo hacían ver más mezquino.

Poco antes de su fuga, desaparición o muerte, publicó en un suplemento cultural de un periódico de gran tiraje, un ensayo titulado "La venta del alma". Era tan perspicaz y agudo que vi varias veces el nombre del autor para confirmar que era él. En el Rincón de la Lechuza, por el rumbo de San Ángel, donde solíamos reunirnos amigos poetas y escritores, Vicente Quirarte comentó que quizá se lo había insinuado el diablo; Francisco Hernández, sin oropeles, dijo: "Si quiso vendérsela, no se la aceptó ni dada"; Rubén Bonifaz Nuño urdió una máxima: "El diablo sólo elige almas selectas."

En el ensayo se analizaban diversos Faustos (el de Marlowe, el de Goethe, el de Mann, el de Bulgakov) y textos creativos sobre el crematístico tema.

Eliminando difícilmente mi aversión y esperando oír las balandronadas habituales o las hablillas biliosas contra los colegas, telefoneé a su casa de la Roma Norte para felicitarlo. Resultó lo opuesto: lo oí triste, sin una luz de ninguna ilusión. Me dijo que se iría a vivir al sur de los Estados Unidos. Te invito a cenar de despedida, le dije menos lastimado que con lástima. Quedamos de vernos en El Perro Andaluz.

Quizá fui el último mexicano que lo vi.

Entre coñac y coñac (no iba yo a ahorrar esa noche) me contó que desde la primera vez que leyó de adolescente el libro de Goethe lo hechizó una idea fija: qué le pediría al diablo si tuviera que venderle el alma. No pasó de ser un juego o un sueño de un pobre diablo abatido.

Hacía unos meses leyó unos ensayos sobre la figura de Don Juan (acaso en textos de Camus, de Maeztu o de Torri), y reparó en dos aspectos: los sucesivos y distintos don Juanes y los rasgos distintivos del modelo. Entre eso y el ensayo, me dije, mediaba un hilo tenue.

Mientras con aire sombrío me comentaba de su paso triste por la faz de la tierra (usó esta desdichada imagen común) me asaltó una certeza angustiosa y terrible: "Le vendió el alma al diablo." Al octavo coñac, casi cayéndose, me lo insinuó. Al décimo, lo obligué a confesármelo. Llorando, con lágrimas sucias, se abrió de capa diciéndome que su gran sueño era ser célebre en vida, amado por las mujeres y acumular riquezas. Me deprimió más, no por la venta de su alma, sino por lo burdo, lógico y exacto de sus pretensiones.

Al doceavo coñac le pregunté:

–¿Y qué pasó entonces?

En ese instante se levantó, y tambaleándose, yéndose casi de bruces, salió del restorán.

Por un momento me desconcerté, pero poco a poco empezó a invadirme una gran tristeza, y lloré, lloré compadeciéndome del diablo.



MICHELLE SOLANO

CONVERSACIÓN CON LUIS AYHLLÓN (I)

"La mayor parte de los dramaturgos que están en activo sostienen un discurso ajeno a nuestro país, las temáticas que trabajan no nos pertenecen ni nos reflejan": una respuesta lúcida y feroz da comienzo a la charla con Luis Ayhllón, autor y director de Cash.

–¿Qué le falta al teatro mexicano para atrapar al espectador?

–Como respuesta a una búsqueda personal, pienso que son los temas callejeros, los personajes que habitan en ella siempre traen una neurosis, viven al día, salen a buscar la papa diariamente y tienen obsesiones derivadas del estrés, la violencia y el hambre. Estos personajes tienen mucho qué decir y qué hacer por el teatro, sin embargo existe el prejuicio de que si se escribe de temas próximos la dramaturgia se vuelve superficial o mal escrita, lo cual, desde luego, no es cierto.

–¿Te refieres al lenguaje propio de esos personajes callejeros, al uso de las groserías?

–Sí, hay también un prejuicio en cuanto al lenguaje natural de los personajes, los gringos dieron ese paso en los años setenta, el lenguaje del teatro norteamericano se tornó francamente crudo, sórdido, en manos de dramaturgos que ahora son autores consagrados. En el teatro mexicano ese paso nunca se dio; yo he dicho que el teatro que hago tiene mucho que ver con la grosería, lo cual no quiere decir que sea un teatro soez, o que invite a la risa fácil; por el contrario, creo que existe una musicalidad en el habla cotidiana que ningún dramaturgo se ha interesado en sustraer.

–Eres un dramaturgo interesado en las temáticas y los personajes urbanos, ¿crees que tenga que ver con el teatro de denuncia?

–Me gustaría hacer énfasis en que no creo que mis obras puedan ser consideradas propiamente como teatro de denuncia, que comúnmente se confunde con el teatro social. Mi teatro es social porque se refiere directamente a los conflictos inmediatos y no creo que por eso vaya a envejecer al paso del tiempo, no utilizo las referencias inmediatas como chistes para armar un discurso político, sino un modo de vida, una manera de explicar mi entorno. Mi teatro tiene mucho que ver con el crimen y la creación, en Cash hay un personaje que por seguir su amor nato hacia la música tiene que entrarle a un crimen, porque no tiene los recursos, ni la escuela o los elementos para conseguir becas y seguir componiendo; en ese sentido es subversivo porque emplea el crimen como un modo de vida.

–¿Han cambiado los conflictos en las temáticas del teatro mexicano actual?

–Los conflictos se parecen muchísimo, sin embargo el entorno es el que los hace diferentes. En Cash uno de los temas principales es la amistad y se ha tocado siempre en el teatro, en el cine y la literatura. Los personajes son los que hacen esta diferencia, la forma en que actúan, de dónde provienen, y creo que no se había tocado en el teatro mexicano un personaje que tuviera como modo de subsistencia el crimen.

–A simple vista podrían parecer personajes estereotipados: son secuestradores, delincuentes callejeros y, sin embargo, tienen un código de honor, como El Meave.

–Esa es una de las cosas que más me atraen de los personajes que cometen crímenes, el código de ética del Meave responde a su vida en las calles, es un tipo que ha estado robando, se ha hecho en los golpes y esto no quita que sea un ser humano; Cash no es una obra sentenciosa, no dice: "estos son los buenos y estos los malos y que acaben con el secuestro", que es como siempre se abordan este tipo de temas, va más allá por que explora la violencia inmersa en cada uno de nosotros, los personajes tienen distinto origen, uno es del tec de Monterrey, otro de la uam y tres proceden propiamente de las calles, pero todos tienen una violencia que se ha acumulado en ellos generada por el estrés urbano que todos vivimos.

–Tu dramaturgia va a incomodar a algunos cuantos, no serán muchos los directores dispuestos a dirigir tus obras. ¿Vas a dirigirlas siempre tú mismo?

–Sí creo que va a incomodar, pero a mí me encantaría que algún director llevara mis obras a escena, siempre he dicho que no soy director de teatro y me he considerado dramaturgo. Esta obra se montó con tres pesos, es un teatro para los actores, un teatro de texto y por ello no requiere más que de cinco actores que se desgañiten, que estén poniéndose en la madre sobre el escenario; esa fue la intención primordial de escribirla. El montaje surgió porque ninguna de mis otras obras se ha montado pues requieren de una producción costosa, he solicitado apoyo a instituciones como el fonca y no se me ha otorgado, y esto no debe entenderse como un reproche, simplemente creo que se puede hacer teatro con pocos recursos. Sí nos gastamos una lanita para darle un diseño a la obra, pero muy poca realmente; Cash surgió de ese coraje, la escribí y la dirigí con las entrañas y está al margen de cualquier método.

(Continuará.)

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