La Jornada Semanal,   domingo 30 de junio del 2002              núm. 382
Demasiados Berlusconis

Piero Ottone y Eugenio Scalfari

He aquí dos cavalieri: el bello Silvio, de cuya hipertrofia del ego da cuenta la aguda pluma de Eugenio Scalfari, y otro descrito por Piero Ottone: el no menos peligrosamente pintoresco Thaksin Shinawatra, actual presidente de Tailandia que ha hecho todo lo posible para que pensemos en él como en otro Berlusconi. La proliferación mundial de megachangarreros metidos a gobernantes hace pensar en aquel refrán donde el vecino pierde las barbas.

EL CAVALIERE
DETAILANDIA

PIERO OTTONE

¿Berlusconi, único en el mundo? Ni en sueños. Hay otro, igualito, en Tailandia. Se llama Thaksin Shinawatra y se habló recientemente de él, cuando se presentó en las elecciones y las ganó. Ahora él también es primer ministro. Un magnate de la televisión, por lo tanto, un hombre de negocios que posee miles de millones, se encuentra en el gobierno de un lejano país de Asia, exactamente como sucede en Italia. Es inevitable preguntarse: ¿cómo es posible? El fenómeno merece ser estudiado.

Son como dos gotas de agua, en su carrera y en su comportamiento. También Thaksin hizo fortuna empezando de la nada. Hijo de un policía, muy pronto mostró tener habilidad para los negocios y construyó un imperio en el mundo de la telecomunicación, creando, con la ayuda de los políticos, un monopolio en la telefonía portátil. Se calcula que Thaksin vale hoy dos o tres mil millones de dólares. En un momento de su vida descubrió, como Berlusconi, que tenía una gran pasión por la política y fundó un partido, Thai Rak Thal, cuyo nombre quiere decir "los tailandeses aman a los tailandeses", o algo parecido. En fin, una especie de Fuerza Italia. Pero el suyo es un partido, por así decirlo, que tiene sólo tres o cuatro sedes y se apoya en grupos políticos ya existentes. Para ser elegido, Thaksin no necesitaba una estructura de partido. Hizo su campaña con su efigie, reproducida en innumerables carteles, y con grandes promesas: por ejemplo, un millón de bahts (la moneda local) para cada pueblo, asistencia médica casi gratuita y congelamiento de las deudas privadas. Obtuvo un éxito estrepitoso, le faltaron sólo tres escaños para obtener la mayoría absoluta. Después formó un gobierno en el que figuran tres o cuatro hombres de negocios, algunos con un pasado poco edificante. Con ahínco empezó su carrera de primer ministro, y tuvo que enfrentarse a una situación económica muy difícil.

Pero, ¿por qué Thaksin, con tanta riqueza, decidió darse a la política? Aquí surge otra analogía con Berlusconi: también él tenía problemas con la justicia. Había sido acusado de falsificar sus declaraciones fiscales y, nada menos, ocultar parte de su riqueza, recurriendo a mezquinas escapatorias, por ejemplo, poniendo su dinero a nombre de otras personas. Se defendió afirmando que las operaciones ilegales las había hecho su esposa, sin que él lo supiera (es decir, por medio de algún asesor que no le había informado). Sin embargo, la comisión anticorrupción lo condenó. Entonces recurrió a la corte constitucional, que lo absolvió (en caso de condena hubiera tenido que dimitir). La absolución no fue nada clara y sí muy debatida, con la corte dividida en dos, y la sentencia fue decidida por un voto más a favor.

El episodio podría dar lugar a una conclusión: que el grado de civilización de un país se mide por su capacidad de condenar a los poderosos. Pero las analogías entre los dos fenómenos, Berlusconi y Thaskin, son infinitas. Los dos personajes razonan de la misma manera y dicen las mismas cosas. Thaskin también declaró, cuando estaba bajo proceso, que los jueces no tenían el derecho de juzgar a un hombre elegido por el pueblo. Cuando la prensa extranjera lo crítica, Thaskin también atribuye las críticas a campañas de denigración internacional. Y también, entre una polémica y otra, impone al parlamento leyes que benefician a sus empresas, insistiendo con que él no es el dueño, y que pertenecen a sus hijos.

En fin, dos historias paralelas. ¿Cómo explicarlo? Alguna analogía puede atribuirse a la casualidad. Pero tantas analogías juntas se vuelven material de estudio para los sociólogos. El interés se desplaza así, de los dos personajes, que son como dos gotas de agua, al terreno de la cultura que los hace posibles, que los hace florecer. ¿Qué clase de país es Tailandia? Limitémonos a algunos detalles. En una época Tailandia se llamaba Siam, exportaba caucho, y pertenecía al Tercer Mundo. Después se dio en algunos países de Asia el gran milagro económico, y Tailandia lo compartió junto con Corea, Hong Kong y Taiwán. Actualmente tiene alrededor de sesenta millones de habitantes y ambiciona volverse un país civilizado. Sin embargo, en vastas zonas todavía se vive bajo condiciones extremadamente primitivas.

Collage: Marga PeñaHasta hace poco la política estuvo en manos de algunos poderosos a los que se acostumbra llamar dinosaurios, y funcionó más mal que bien. Sus gobiernos, entre una dictadura militar y otra, duraban seis meses en promedio. La corrupción era general: bastaba con pagar para obtener cualquier cosa, de una curul en el parlamento a la absolución en los tribunales. Hasta que una nueva burguesía, surgida a partir del desarrollo económico, manifestó su malestar ante el arbitrio político y empezó una tentativa de saneamiento, con comisiones dirigidas a combatir los abusos. En suma, también Tailandia tuvo sus "Manos limpias". ¿Y ahora? La corte constitucional, hasta hace muy poco, había convalidado los procedimientos de la Comisión anticorrupción, y había confirmado, e inclusive agravado, sus sentencias. Después, cuando tuvo que decidir sobre el caso Thaskin, como se dijo, lo absolvió. ¿También allá es el fin de las "Manos limpias"?

Tendríamos más que decir. Sin embargo, está claro que frente a esta situación el sociólogo hablará de "estadios de desarrollo": ciertos fenómenos se verifican en ciertas sociedades y en ciertos periodos de su desarrollo económico y cultural; es decir, se verifican cuando salen del atraso y todavía no han llegado al estadio evolutivo. Allí, en ese intervalo entre atraso y desarrollo, es donde se filtran los Thaskin. Todo eso es obvio, está demostrado por lo que a Tailandia concierne. ¿Lo es también respecto Italia? Juzgue el lector.

Mientras tanto, observamos con interés lo que Thaskin está haciendo. Hasta ahora, sobre todo se preocupó por extender su poder, compró (a través de las ramas familiares) la última televisión todavía libre, pronto despidió a los periodistas más inquietos y asustó al resto; además, se ha dedicado a boicotear las inversiones publicitarias en los periódicos que le son hostiles.

Para contrarrestarlo sólo queda el rey: su majestad Bhumibol, un hombre de setenta y tres años que goza, según parece, de inmensa popularidad y que recientemente, en una ceremonia pública, lo crítico abiertamente en su presencia, poniendo en guardia a sus súbditos sobre los peligros que corre el país.

¡Ah!, tener un rey...

LA NOVELA DEL
BELLO SILVIO

EUGENIO SCALFARI

Muchos amigos me animan a escribir una novela que tenga como protagonista a Silvio Berlusconi: "Tú lo sigues desde hace muchos años, lo conoces suficientemente, y puedes recurrir a la imaginación. Él posee una casa cinematográfica, quizá le plazca y decida hacer una película."

Me han dicho (pero no sé si la noticia es atendible), que también Giuliano Ferrara vería favorablemente un prueba literaria mía dedicada al Cavaliere. Él ha tenido siempre una opinión benévola sobre mi narrativa, y el Foglio, que dirige, habla bien de mí cada vez que publico. En fin, hay las condiciones propicias, pero la mía tendría que ser una verdadera novela, con un título estimulante. Por ejemplo: Historia de un capo o algo parecido.

Estoy reflexionando, pero la empresa es difícil. El obstáculo principal consiste en el hecho de que, en este caso, la fantasía no lograría superar la realidad, y entonces ¡adiós novela! Terminaría en una biografía, pero ya se han publicado bastantes, y hay que apostar a que seguirán otras. Además, si quisiera hacerla en serio, acabaría chocando con el origen de sus fortuna financiera y con otras cuestiones del mismo género. Muchos lo han hecho, y algunos han acabado en el tribunal. Mejor no.

En cambio, una novela sería diferente: por ejemplo, una cosita a la Dumas o a la Maupassant, un Bel Ami, un Rastignac. O, más bien, con más aliento, echar mano a la vida del Cavaliere y de su camarilla: una narración balzaquiana. El material lo hay, ¡ya lo creo que lo hay!

En fin, todavía lo estoy pensando. La idea me seduce y, al mismo tiempo, me espanta por las dificultades estilísticas a superar. Mientras tanto, debería ponerme a ver de nuevo sus principales shows televisivos, cuando decidió entrar a la política, cuando se presentó como un futuro presidente del Consejo, empresario, campesino, obrero, ferrocarrilero, médico, maestro y estudiante. No había categoría profesional y social con la que no se identificara, pero quedaba claro que la principal y fija, era la de jefe de gobierno.

Pero tampoco esta función primaria le parecía suficiente para satisfacer su irrefrenable anhelo de hacerse útil para los italianos, transformando de arriba abajo a nuestro amado país. No le parecía suficiente conducir al gobierno. Quería hacer más, pero no se fiaba de nadie, ni de los más queridos y cercanos. Por eso, de vez en cuando imagina ser –además de presidente del Consejo– ministro de Finanzas, del Tesoro o de la Defensa, de la Justicia o del Trabajo. En mi opinión, debe haber leído en su juventud el áureo librito de los comunistas maoístas titulado Servir al pueblo. La ansiedad de saberse útil a la comunidad es la misma aunque, por gracia del cielo, los contenidos son diferentes.

Después de todo, su más reciente conferencia de prensa –dada el mismo día en que asumió el cargo interino de ministro de Relaciones Exteriores, después de haber echado a Renato Ruggero– ofrece una imagen completa y perfecta de la infinita disponibilidad de dar todo de sí mismo: todo su tiempo, toda su capacidad a favor de los otros y de su mayor bienestar. Sus detractores insinúan que se trata de una hipertrofia del ego o de una especie de bulimia de poder; evidentemente, no han entendido nada, y hablan mal de él por curarse en salud.

En lo personal, me he convencido de que la verdadera y única razón de su divorcio de Renato Ruggero fue el deseo de ocupar su puesto, obviamente sin renunciar al Palacio Chigi. Todos pensábamos, y también lo pensaba Ciampi, que ese ínterin duraría pocos días, el tiempo necesario para elegir inmediatamente al sucesor de Ruggeri. Sin embargo, no fue así: permanecerá en la Farnesina por lo menos otros seis meses y quizá más, todo el tiempo necesario para reformar, de arriba abajo, ese carricoche antediluviano, donde los embajadores todavía piensan que deben ocuparse de la política exterior italiana. Cosa que quizá marchaba bien en el siglo xix. Hoy sólo tienen que ayudar a los emprendedores a colocar sus productos en el extranjero, probablemente colocando en el bolsillo de las autoridades de aquellos países un buen cartucho de billetes. Las tangenti [mordidas] lubrican el mercado; hace mucho tiempo que el Cavaliere lo sabe; es uno de ésos que se ha hecho de la nada, y miren hasta dónde ha llegado.

Habría tantas cosas que contar: los amigos, la familia, las esposas, las tías, la madre, y su padre que fue el primero en entender qué tipo de hijo tenía. Además: Confalonieri, Dell’Utri, Previti, Veronica, la muchacha Ariosto, Craxi, el mozo de establo de Arcore. Y después Bossi, Cossiga, Fini, Pera...

Si esta no es una novela... Se necesitaría la pluma de Balzac. Yo, lo confieso, no me siento a la altura.
 

Traducciones de Annunziata Rossi