Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 29 de junio de 2002
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Cultura

José Cueli

Goce y muerte

Pierre Rey, sicoanalista francés, en su espléndido libro El deseo (Ed. Plon, 1999) narra la historia que le contó ''alguien que la vivió" en Pekín, China, en el momento de la llegada de Mao al poder con la revolución cultural. Todos los extranjeros, encerrados desde un mes antes en el recinto de una plaza obsoleta, en el Hotel de la Amistad, tenían vedado el sexo. ''Prohibición de pasar de un cuarto a otro, y como ya había estado yo mismo, en una absurdez análoga, en Moscú, Hotel Metropol, en el apogeo de la guerra fría, sabía pues de qué infinita tontería me hablaba.

''Una tarde, vi desembarcar en mi cuarto a una pareja de chinos. Cómo habían entrado, lo ignoro. No brillaban nada, pero cada uno sólo pensaba en sobrevivir. Me dijeron que me podían llevar sin peligro a una joven dispuesta a prostituirse. ƑEstaba yo de acuerdo? Estaba privado de mujeres hacía meses. Me hubiera condenado por tener una. Una, no importa cuál, no importa cómo, no importa a qué precio; vieja, fea, no me importaba; una mujer, simplemente una mujer o algo que se pareciera. Al mismo tiempo, desconfiaba. Los provocadores espulgaban la ciudad. ƑY si era una trampa? Pero mi deseo era tan intenso que en el estado que estaba, nada más contaba, hubiera podido hacer el amor en público sobre un campo de batalla.

''Para su -servicio- me pedían una suma enorme. Antes de pagar, exigí ver a la mujer y salieron. Un instante más tarde, tocaban a la puerta y empujaban delante de ellos a una pequeña de doce años que habían maquillado: su propia hija. Estaba helado, espantado. Y al mismo tiempo... esos ojos sumisos, bajos, la horrible sonrisa dando valor de los padres rufianes, tenía pena y pena de tener pena, porque estaba turbado... Y destruido de estarlo. ƑUstedes comprenden? De todas maneras, en esta situación, lo que hiciera, que rechace, o que acepte, estaba muerto. Fusilaban a la gente en la calle. Por nada.''

Este relato se abre a múltiples lecturas y fructíferas reflexiones y en el que se encuentran conjugados al mismo tiempo elementos tan cruciales como lo prohibido, el sexo y la muerte unidos al de la urgencia del deseo y naciendo de su conjunción -dice Rey- un elemento inesperado, violento, enigmático, incontrolable, algo infinitamente poderoso, algo del lado de la muerte: el goce, cuando el lenguaje deja lugar al cuerpo para que hable en su lugar. Gozamos ahí donde no pensamos.

Lo que prueba -según Rey- que se puede gozar sin actuar, igual que es posible gozar actuando. El goce no es fatalmente una historia de sexo, un goce fáctico. Sino lo contenido que se nos escapa. El hombre de Pekín del relato, seguramente no actuó, pero de que gozó no cabe la menor duda. El deseo lleva el juego y el deseo no tiene ética ni moral, ni amoral, simplemente fuera de toda moral, e impone la pureza de su exigencia ahí donde se excluyen el miedo y la piedad.

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