Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 25 de junio de 2002
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Editorial
 
DE LA CRISIS AL AUTORITARISMO

SOLSería pecar de ingenuidad suponer que el proceso de desmantelamiento nacional que envuelve a Argentina obedece únicamente a los sin duda gravísimos desajustes y desbarajustes económicos legados por la perversidad del menemismo y la ineptitud de Fernando de la Rúa. Sería además limitante y reduccionista pensar que los impactos regionales del viacrucis por el que atraviesa esa nación podrían restringirse a la esfera de lo económico.

Tanto en sus causas como en sus consecuencias, el desastre argentino se inscribe en una confrontación política global orientada al sometimiento de las naciones más relevantes de América Latina a los designios de los capitales especulativos internacionales -representados por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional- y a los lineamientos geoestratégicos del gobierno de Estados Unidos. De distintas maneras, esos polos de poder global y globalizante mantienen, desde hace mucho tiempo, un sostenido esfuerzo de desarticulación política, económica, social y diplomática sobre México, Venezuela, Colombia, Brasil, Argentina y Chile, que han sido tradicionalmente los estados con mayor masa crítica y, por lo tanto, con mayor capacidad de resistencia (o al menos con alguna) frente a la ofensiva uniformadora y predatoria de la mundialización económica.

El recurso a gobernantes locales fieles a los dogmas del "consenso" de Washington -la Argentina de Menem y el México de los últimos sexenios- se ha combinado con toda suerte de golpes bajos en los terrenos financiero y comercial -Brasil- y con las medidas de subversión y desestabilización política -Venezuela y Colombia- a fin de debilitar a esas naciones y facilitar así la imposición incondicional de los alineamientos deseados por Washington.

Desde esa perspectiva, la crisis argentina bien pudo tener un componente de efecto deseado, a fin de colocar a la nación sudamericana en un estado de desamparo tal que se vea obligada a aceptar las condiciones de Estados Unidos, el Banco Mundial y el FMI. No debiera escapar a la atención que el canciller de Eduardo Duhalde, Carlos Ruckauf, hombre autoritario e involucrado en la génesis de la guerra sucia en Argentina, empiece a hablar de soluciones políticas totalitarias para salir de la crisis económica o, al menos, para hacer frente a los "desbordes" sociales que inexorablemente vendrán a consecuencia de la pobreza, el desempleo y la virtual extinción de la economía argentina.

La estrategia dictatorial esbozada por las autoridades de Buenos Aires -prohibición de protestas callejeras y severa limitación de los derechos y libertades individuales- puede convertirse en el epitafio de la democracia. El grupo gobernante mexicano -por no hablar de la clase política brasileña-, que con todo y sus contradicciones ya proverbiales ha empezado a verse en el espejo argentino, debiera tomar nota de los despeñaderos políticos a los que puede conducir el acatamiento ciego de los imperativos globalizadores.
 

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