Jornada Semanal, domingo 23 de junio del 2002                  núm. 381

CARMELO BENE SE LE APARECIÓ A LA VIRGEN

El sábado 16 de marzo, poco antes de que abrieran sus puertas al público los teatros de Roma, Génova, Venecia, Florencia, Nápoles, Palermo, Milán, Turín y otras ciudades italianas, murió el dramaturgo, director y actor de teatro y de cine, Carmelo Bene. Con él murió una parte de lo poco que seguía en pie de la cultura de izquierda en la patria de Gramsci, Nenni, Togliati, Moravia, Pasolini, Fo, Gutusso, Sereni, Primo y Carlo Levi, Visconti, Ana Magnani, Lina Wertmuller, Sciascia, Pavese y muchos más artistas y escritores ligados al Partido Comunista, al socialista, a los movimientos de izquierda, y de los que, como Bene, no tenían militancia concreta, pero se comprometían con las ideas de libertad, justicia social, tolerancia y defensa de los derechos humanos que históricamente han caracterizado al pensamiento de izquierda.

Carmelo Bene nació en Campi Salentina, pequeña población de la Provincia de Lecce, región en la que se sigue hablando el dialecto grecánico, hermoso derivado de la lengua de la Magna Grecia. Estudió con las jesuitas y, a los veinte años de su edad, inició sus estudios de arte dramático. Estuvo solamente un año en la Academia y, sin hacer aspavientos ni tratar de provocar escándalos, la dejó calificándola de “inútil”.

Todos los teatristas y teatreros de Italia recuerdan a Carmelo haciendo un Calígula desorbitado, cruel y patético en la obra de Albert Camus, en el otoño de 1957. Por esas fechas inició su trabajo de director y sus adaptaciones (o paráfrasis o versiones libérrimas) de algunos textos clásicos, a las cuales llamó “masacres”. Entre los revisitados recuerdo su Extraño caso del Doctor Jeckill y el Señor Hide, Pinocho, Salomé, Hamlet y Rojo y negro. Más tarde las “masacres” fueron mayores y las “variaciones” jugaron hasta con los títulos: Un Hamlet de menos y Homellette para Hamlet son dos ejemplos de sus geniales irreverencias, en estos casos, cinematográficas.

La prensa especializada siempre lo consideró como el enfant terrible del teatro italiano y, en algunas ocasiones lo colocó al lado de Dario Fo, su colega de actuación y de escritura dramática. Sin embargo, debemos aclarar que la revolución propuesta por Bene es más estética que política. En este campo prefirió mantener una posición de izquierda independiente y unirse, en ocasiones señaladas, a los movimientos de defensa de los derechos humanos. Hace poco, preparando esta despedida, vi fotos amarillentas de sus primeras masacres: Manon Lescaut y el Ubu Rey. Ambas parten de la admiración, logran cumplir los deberes de la glosa, se alejan del original para comentarlo con mejor perspectiva y, a través del laberinto escénico, regresan a la idea primordial del sagaz abate y del desorbitado Señor Jarry. Bene fue, a su manera, fiel a la tradición histriónica italiana y, en varias ocasiones, se basó en los métodos, pero, sobre todo, en el espíritu de la Comedia del Arte. Fue, también, un seguidor de Artaud y del apresuradamente catalogado como “Teatro de la crueldad”. Nunca pudo cumplir su proyecto de llevar a escena el Heliogábalo y de representar la parte del desenfrenado emperador. Sus enfrentamientos con la censura fueron constantes y, para detenerlo, El Vaticano y la policía de la Democracia Cristiana unieron sus fuerzas (los Tratados de Letrán obligaban al brazo secular a cumplir todos los caprichos, manías y obsesiones que el Vaticano padecía, padece y hace padecer a los otros en materias sexuales). Su Cristo 63, presentado en un teatro de bolsillo romano, fue clausurado por la policía, mientras El Vaticano se hacía garras las vestiduras y añoraba los tiempos del potro y la hoguera. Al lado de Strehler, Ronconi, Fo y Eduardo De Filippo, Bene integra el gran quinteto del teatro italiano contemporáneo.

Otro de sus grandes amores fue el cine. Ya hablé de sus juegos con Hamlet (el poeta surrealista Jules Laforgue andaba detrás de estas variaciones). Entre 1968 y 1973 realizó cinco películas. La más famosa y discutida fue Nuestra Señora de los turcos, basada en la novela y en la obra de teatro que Bene escribió y llevó a escena unos años antes. El material con el que trabajó fue el de la memoria de su infancia en el puerto de Otranto y en los dramáticos paisajes montañosos de Lecce. El eje central de la novela, la obra y la película es la invasión de los turcos a Otranto en el verano de 1480 y la masacre ritual de ochocientos prisioneros. La compleja narración fílmica y el uso personalísimo del color y de los encuadres, dejaron perpleja a una crítica que todavía no se enfrentaba a un cine como el que más tarde haría Peter Greenaway. Una memorable escena homoerótica une a Bene con Anger y Jarman, pero sobre todo con Pasolini, amigo y admirador de Carmelo. El autor de Las cenizas de Gramsci aseguraba que el Creonte hecho por Bene en el Edipo Rey de 1967 había logrado la tensión espiritual indispensable para que la tragedia se cumpliera.

En 1979 realizó una insuperable puesta en escena de su “masacre” sobre Otelo e hizo una irreverente performance utilizando los versos del Manfredo byroniano, con música de Schumann. Para esta performance y otras más basadas en textos poéticos, usó con maestría toda clase de recursos electrónicos.

“Il povero Carmelo” padeció casi todas las enfermedades y, a fines de los ochenta le practicaron una cirugía de corazón que se repitió en 2000. El gran comediante se burlaba de sus marcapasos y de los puentes y viaductos que comunicaban su sistema circulatorio. Apenas se sintió mejor echó a andar el más famoso programa de la televisión italiana que consistía en dos horas de entrevistas, comentarios y monólogos sobre todas las cosas del cielo y de la tierra.

Para recordar a Carmelo Bene me puse a leer los testimonios de Moravia, Ripellino, Flaiano y Pasolini. Todos ellos admiraban el genio provocador y el amor por las artes escénicas y por la literatura de un artista amante de una tradición que es mejor cuando puede ser violada, revisada y recreada. Pienso en su novela titulada: Me le aparecí a la Virgen y en su texto L’Adelchi o la volgaritá del político en el cual describe la muerte de Aldo Moro, víctima del terrorismo, de la mala fe de sus compañeros de partido y de los melifluos grillos vaticanos. Sirva de adiós un último recuerdo: Lo veo en un programa de televisión hablando de Buster Keaton. Al final dice: “Se descubre también que, tal vez, uno nunca nació”.
 
 

Hugo Gutiérrez Vega
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