Jornada Semanal,  domingo 16 de junio del 2002                 núm. 380

Luis Tovar

EL SIGLO QUE VIENE

Hace cuarenta y tres años, un entonces muy joven Martín Lasalle protagonizó Pickpocket (1959), una de las más memorables películas del mítico director francés Robert Bresson. Cualquiera pensaría que después de interpretar con tanta fuerza y tan convincentemente a esa suerte de Raskolnikov que se entrega consciente y voluntariamente a una extraña vida criminal, y hacerlo además bajo las órdenes de un cineasta cuyo solo nombre garantizaba calidad cinematográfica, y encima haber "triunfado" ni más ni menos que en la cuna del cine; cualquiera pensaría, digo, que Martín Lasalle dio inicio desde entonces a una carrera actoral prolífica, llena de éxitos y reconocimiento mundial. No fue así.

Lasalle tuvo aquel estelar, brilló intensamente y volvió a una oscuridad más intensa que la reinante entre butacas. Quizá sea cierto aquello de que Bresson no vio en Lasalle ni a un gran actor ni a una promesa histriónica ni nada por el estilo, sino que simplemente vio en aquel joven de engañosa inexpresividad el retrato perfecto del personaje que tenía en mente, nada más, y por eso ni Bresson ni algún otro cineasta pensó en Lasalle para el estelar de ninguna otra película. Tan es así que usted puede revisar página por página la Breve historia del cine mexicano de Emilio García Riera, donde se compendia la producción nacional desde que ésta se inició hasta 1997, y aunque Lasalle no haya desaparecido por completo de las pantallas, no va a encontrar su nombre por ningún lado.

Antes de convertirse en un conspicuo protagónico de anuncios comerciales, Martín Lasalle fue pieza importante de un equipo actoral que, bajo la dirección de Juan José Gurrola, hizo montajes memorables de obras inolvidables (preguntarle, por ejemplo, a Benjamín Cann, que luego de ver una de dichas puestas en escena supo qué quería hacer en la vida). Al lado de Fuensanta Zertuche, Alejandro Aura, Hugo Gutiérrez Vega, Salvador Garcini –recuérdelo en Canoa–, Eduardo Alcaraz, Tina French o José Ángel García –"antes Gael era hijo de José Ángel; ahora José Ángel es el papá de Gael", dicen los que saben–, Lasalle encarnó entre otros al Coloso en Roberte ce soir, al Fraile en Lástima que sea una puta, e hizo un magnífico estelar en Los exaltados, de Musil.

EL HOMENAJE A LOS HOMENAJES

Vaya lo anterior como un mínimo reconocimiento a un actor que, dadas su estampa y su profesionalismo –era de los pocos que memorizaban completo su papel antes de un ensayo general, cosa que ya quisieran poder hacer muchos–, merecía una fama de la que finalmente no gozó.

Así las cosas, es de agradecerse que Jorge Bolado eligiera a Lasalle como hilo conductor de Segundo siglo, película que cumple a cabalidad la promesa hecha en su cartel: "diferente a todo lo que has visto".

Con Bergman por delante, Segundo siglo hace homenaje tras homenaje ya sea al estilo de composición escénica, el ritmo, los encuadres, el uso de la luz, etcétera, de aquellos cineastas que han marcado su paso por la cinematografía mundial; de aquellos que le dicen algo a Bolado –director, editor e incluso actor de este filme–; de aquellos que todos hemos visto y que cada quien tendrá la tarea de identificar.

En Segundo siglo no se cuenta ninguna historia, salvo la que resulta de narrar las vicisitudes que Bolado, Lasalle y compañía viven para filmar Segundo siglo; es decir, la película se trata de cómo se filmó la película. Este no es, ni mucho menos, el primer ejercicio fílmico donde el propio cine se mira las entrañas –recuerdo, de botepronto, dos mexicanas: Estudio Q, de Marcela Fernández Violante, y Bienvenido Welcome, de Gabriel Retes–, pero sí es el primero en llevar la experimentación tan al extremo. En las dos citadas hay una trama "ficticia" dentro de otra que se supone "real", a la que se suma la revelación de que la "real" es la película que estamos viendo. En cambio, Segundo siglo es una sucesión de imágenes que corresponden a lo que podría ser una road movie próxima a filmar, lo cual da la sensación de que se está asistiendo al proceso conocido como scouting o búsqueda de locaciones, salvo que esa búsqueda es efectuada por el protagonista –a quien todo el tiempo se le llama Pickpocket, en clara alusión/homenaje–, cuyo papel es el de sí mismo, como lo son los del fotógrafo y del propio Bolado.

Con tres voces femeninas en off sustituyendo a las de los protagonistas, ellos mismos explican al espectador, reflexionan para sus propios adentros, interpelan al Pickpocket, hacen la coda de todo el filme, mientras las imágenes muestran indistinta y asecuencialmente lugares de Escocia, Nueva York, el mar visto desde un barco en el Atlántico norte, México... "En esta película no pasa nada", dice por ahí una de las voces, infantil en este caso. "Cómo no", revira otra, la de una mujer mayor: "pasan las nubes". En Segundo siglo pasan las nubes y mucho más, aunque parezca no pasar sino el tiempo de manera especialmente morosa, y aunque con toda seguridad habrá muchos a quienes este valioso experimento les resulte un tanto indigesto.
 



Naief Yehya

Y DONDE QUEDÓ EL AVIÓN DEL PENTÁGONO(I)

El Mundial como vacaciones
emocionales
Difícilmente podría tener lugar el mundial de futbol en un momento más convulsionado en la historia. Mientras treinta y dos selecciones se enfrentan en el evento más maravilloso del mundo, el planeta está al borde de un conflicto nuclear entre la India y Pakistán (dos naciones muy poco interesadas en esta magna justa deportiva); Israel lleva a cabo "operaciones" militares en contra de las poblaciones palestinas en los territorios ocupados (y quizás prepara una gran "transferencia" de la población árabe, es decir una limpieza étnica, que buena parte de los israelíes favorecen); el gobierno de Bush (quien no tiene ningún interés en el futbol) se prepara para eliminar a Saddam Hussein, y la guerra contra el terrorismo gana aliento, se expande y se anuncia como una larga cruzada en contra de todo aquello que atente contra los intereses corporativos y militares de Estados Unidos y su cambiante lista de Estados aliados (algunos de ellos fanáticos del futbol). Como cada cuatro años, los organizadores del Mundial y diversos merolicos de los medios tratan de convencernos de que este evento es una especie de fiesta de la paz. La realidad es que no existe ni el menor indicio de que la Copa del Mundo o cualquier evento deportivo tenga peso alguno en la resolución violenta de las diferencias entre los hombres o las naciones. Semejante afirmación parece tan insensata como aquella declaración del alcalde neoyorquino, Mike Bloomberg, quien dijo que las casi tres mil personas que perdieron la vida en los ataques del 11 de septiembre a las torres gemelas murieron por la libertad y la democracia. En lo personal, cada Copa Mundial es para mí un periodo de intensa felicidad (salvo cuando juega México, en que todo es angustia), vacaciones emocionales de treinta días de cada cuatro años, en las que tengo un buen pretexto para no prestar atención a las atrocidades que estremecen al mundo.

Pero mientras rueda el balón…
…se anuncia que es inminente que habrá otro ataque terrorista ("la cuestión no es si lo habrá, sino cuándo", es el mantra de hoy), que los terroristas piensan poner bombas en edificios de departamentos, en los metros, y que utilizarán buzos para colocar cargas explosivas. La situación es de permanente emergencia pero nadie sabe nada de cierto. Mientras, la cia y el fbi se acusan mutuamente de incompetencia y de haber fracasado. Al terror de los atentados del 11 de septiembre siguió la rabia patriotera bélica y la angustia, y una vez que esas emociones se fueron mitigando llegó la paranoia, la cual al diluirse está siendo sustituida por la confusión y las amenazas de un enemigo invisible. En medio de este estruendo es fácil olvidar que nadie se hace preguntas acerca de lo que realmente sucedió en el Pentágono en ese ataque en donde perdieron la vida 125 personas ,y que sin duda es uno de los mayores misterios relacionados al 9-11. Thierry Meyssan, periodista francés y director de la Red Voltaire (la cual fundó en 1994 con el ex diputado verde Yves Frémion, publicó el provocador libro L’effroyable imposture (Ediciones Carnot, 2002), traducido al español como La gran impostura, en donde hace una sinopsis de las visiones disidentes de la versión oficial de los acontecimientos (muchas de las cuales han sido comentadas en este espacio). Pero la propuesta más extrema del libro se anuncia desde su portada con todo lujo de sensacionalismo: ¡Ningún avión se estrelló contra el Pentágono! (www.reseauvoltaire.net/actu/gran-impostura.htm). El libro comienza con la provocadora tesis de que la destrucción del Pentágono fue una puesta en escena.

La escandalosa impostura
Mientras el libro ha desatado una tempestad de controversias en Europa, en Estados Unidos ha sido ignorado y los pocos que lo han comentado, como el conservador James S. Robbins,han comparado a Meyssan con Hitler, Pol Pot y Stalin, y a sus ideas con las de los nazis que niegan el holocausto. Lo más criticado de la hipótesis de Meyssan es la ausencia de pruebas contundentes, su evidente inclinación ideológica de izquierda y el hecho de que no se trata de una verdadera investigación de campo con fuentes privilegiadas, sino de ciberinvestigación que depende de la "dudosa" credibilidad de la red. Obviamente se trata de una teoría con más agujeros que la portería de la selección mundialista de Arabia Saudita, por lo que Meyssan presenta sus argumentos e invita al escepticismo y a que el propio lector corrobore la información. Meyssan argumenta que mientras hay un gran volumen de documentación acerca de los ataques contra las torres gemelas, el público casi no ha visto imágenes de lo ocurrido en el Pentágono. Obviamente por necesidades de seguridad la prensa casi no tuvo acceso al lugar del impacto. No obstante, Meyssan invita a analizar las imágenes que ha ofrecido el propio gobierno estadunidense, http://asile.org/citoyens/numero13/images-pentagone/index.htm, mediante las cuales postula que la destrucción mostrada es incompatible con un impacto de avión.

(Continuará.)