La Jornada Semanal,  domingo 16 de junio  del  2002                           380
(h)ojeadas
Los últimos de la tierra

VICENTE QUIRARTE

Antonio Malpica,
El impostor,
Plan C Editores,
México, 2001.
El hacer los primeros tientos en El impostor de Antonio Malpica nos encontramos con una fotografía del autor que, absorto en su piano, evoca al doctor Phibbes personificado por Vincent Price. El autor no da la cara a sus potenciales lectores. No le gustan las poses almidonadas ni los escenarios de cartón. En cambio, y como gran compensación, nos atrapa inmediatamente con una prosa segura de sus pasos, categórica en sus afirmaciones, real en sus fulgores desolados. Desde las primeras líneas de la obertura y tras tomar aliento luego de la metralla del capítulo inicial, es inevitable agradecer las influencias bien asiladas y los homenajes que Antonio Malpica rinde a textos canónicos, así como a imágenes del Apocalipsis cada vez más recurrentes. El primer capítulo, en su ritmo bien calibrado nos engaña y decimos de inmediato: "Gustavo Báez es el último hombre en la Tierra." No obstante ser un tema difícil de tratar, precisamente por su atractivo, el autor lo resuelve con limpieza, tensión y expectativa. No son muchos los escritores que nos hacen exclamar "quiero saber qué sigue", y Malpica es un narrador que quiere contar una historia con buena artesanía, pero que además la dota con la estructura invisible de un poema épico: el héroe que desciende y resiste, que emprende el retorno a casa y se enamora, que es iluminado aunque la luz suprema sea el sacrificio.

Resulta inevitable evocar la novela Soy leyenda de Richard Mathesson. Si nos viene a la mente no es sólo porque el personaje sea el último humano en un planeta poblado por vampiros, sino porque en esa obra el autor ha logrado una poderosa metáfora de la otredad y de la defensa de la dignidad humana en medio del vacío y la desesperación. El intruso de Malpica se distingue de otras novelas similares por el humanismo que permea sus frases aforísticas y por la eficacia de la narración. Hablé de influencias y homenajes y hay entre los dos términos una sutil frontera. Conforme avanzamos en la lectura de la novela El impostor, se multiplican los recuerdos del porvenir: la obsesión por obtener combustible evoca la lucha de los nuevos guerreros del desierto en Mad Max; el fervor por los objetos cotidianos a los que hemos dejado de sacralizar, ese instante en que el Charlton Heston de Soylent Green observa un jabón como vestigio de un mundo acabado; la voz de la niña María Fernanda, la feroz energía infantil que renace para mantener la esperanza en el planeta, presente en todas las películas de Guillermo de Toro.

Con todo este bagaje de homenajes voluntarios o no, Antonio Malpica se formula el siguiente desafío: ¿Cómo combatir los lugares comunes de la ciudad apocalíptica para ofrecer un texto que nos estremezca más que el horror cotidiano? La respuesta es proporcionada, como dije antes, por una prosa que se ocupa de contar antes que de filosofar. La agilidad narrativa proviene de que Malpica quiere y logra hacer una novela de aventuras, una obra de anticipación y una metáfora de un futuro que en muchos sentidos ya es presente. El autor es lo suficientemente inteligente como para demostrar que toda obra que parta de homenajes reconocibles supone una trascendencia de los mismos, un volver a contar lo adivinado, pero otorgando su sitio a la sorpresa. Novela de anticipación, la suya, pero dotada de un humanismo que invita a la segunda lectura. No es la violencia gore ni la metralla verbal, sino el código de honor de quien trata de sobrevivir pero nunca a costa del dolor de otro, siempre en busca del beneficio de la especie. Defender la individualidad, mantener la fe en el amor hacia otro ser –más allá de la urgencia física– son los últimos reductos donde palpita la grandeza humana, en un mundo donde los únicos alimentos son los artificiales, los atrapados, como sus desesperados consumidores, en latas de conservas. Los habitantes de la Ciudad de México vuelven a los túneles primigenios, en este caso a los del ferrocarril subterráneo; las nuevas tribus se agrupan alrededor de zonas de control. En ese mundo de poderes donde el del demonio vuelve a ser invocado, Gustavo Báez es el héroe que apuesta a su fortaleza personal antes que a la máquina, y hace de sus patines el medio de locomoción que le permite mantener la ilusión de que al menos su cuerpo le pertenece.

En 1947, el pintor Carlos Tejeda fijó en un lienzo la Ciudad de México que vaticinaba para el entonces remotísimo 1970. La perspectiva está tomada desde la que a pesar del neoliberalismo, la globalización y la mercadotecnia, aún se llama Avenida Juárez. En el auge del desarrollo estabilizador, el artista plástico imagina una ciudad devastada por lo que parece haber sido un terremoto o una guerra: el edificio de la Secretaría de Recursos Naturales y de la Conservación del Suelo parece a punto de derrumbarse y en la parte superior asoma el esqueleto de su estructura. Las tuberías están rotas y secas; los árboles, desnudos de hojas; el cielo es amarillo, en el mismo tono de la tierra baldía. El monumento a la Revolución también está resquebrajado y a punto del derrumbe, al igual que el edificio de la Lotería Nacional, que ostenta irónicamente su leyenda "Para la asistencia pública". De manera sintomática, permanecen incólumes la estatua ecuestre de Carlos iv –el heroico Caballito– y la columna de la Independencia, hito fundamental de la novela de Malpica, ángel que recuerda la inevitable victoria de lo que de perdurable tenemos los humanos. Once años después del cuadro de Tejeda, un terremoto hizo morder el polvo a ese ángel soberbio. La Ciudad de 1970 imaginada por Tejeda sobrevivió, reprimió brutalmente en dos ocasiones a sus estudiantes y creció con una desmesura que nos ha despojado de los beneficios de la ciudad para sólo dejarnos sus calamidades.

En El impostor, Gustavo Báez, ex banquero, niño mimado del nuevo milagro mexicano, debe enfrentarse a un mundo no sólo para sobrevivir sino para conservar los valores que momento a momento se le escapan. No es mi deseo revelar a quien no ha leído la novela la identidad del impostor que da título al libro. Pero sí quiero señalar la eficacia de un título en principio desconcertante, que conduce nuevamente a la idea, recurrente en la historia de la humanidad, de que las epidemias y las pestes, por su carácter siniestro y devastador, son los verdaderos monstruos.

En 1826, Mary Shelley publicó su novela The Last Man. La ilustre autora de Frankenstein sitúa la acción final en el año 2100: una extraña epidemia ha terminado con la humanidad y un solo hombre queda para dar testimonio de la ruina. Anne K. Mellor ha visto esta novela como una anticipación al sida y otros azotes de la modernidad. El último sobreviviente de la especie exclama: "Sin amor, sin simpatía, sin comunión con nadie, ¿cómo podía encontrarme con el sol de la mañana y seguir su camino hasta las sombras de la tarde? ¿Por qué continuar viviendo? ¿Por qué no quitarme de encima el agobiante peso del tiempo y, por mi propia mano, liberar al agitadoprisionero de mi pecho agonizante? No era cobardía la que me detenía; pues la verdadera fortaleza era resistir." Mary Shelley estaba obligada a las efusiones sentimentales. Arturo Malpica las evita, pero la intensidad emotiva de sus héroes está próxima a las palabras anteriores, así como a las de Primo Levi quien, prisionero en un campo de concentración, vislumbraba en los alambres electrificados la posibilidad de poner fin al sufrimiento. En el último momento se daba cuenta de que la resistencia es la más alta de las virtudes de todo animal que se precie de serlo, incluido el humano. Arturo Malpica ha logrado, con El impostor, una metáfora deslumbrante de la Ciudad de México en un mañana por desgracia cada vez más próximo, pero donde el temple de unos cuantos héroes habrá de salvarla como lo ha hecho en el pasado. Gustavo Báez subraya su heroísmo al leer con devoción a Mario Benedetti, uno de los autores más populares del siglo XX, con la peligrosa ambigüedad que el término conlleva. A él se debe el poema "Quemar las naves", donde se expresa todo lo que habrá que destruir para construir una ciudad igualitaria. En varios momentos de su difícil sobrevivencia, los personajes de Malpica podían hacer suyos los versos finales:

No obstante como nadie podrá negar
que aquel mundo arduamente derrotado
tuvo alguna vez rasgos dignos
  de mención
por no decir notables
habrá de todos modos un museo
  de nostalgias
donde se mostrará a las nuevas
  generaciones
Cómo eran
  París
  El whisky
  Claudia Cardinale

P O E S Í A

El epitafio

IVÁN CRUZ OSORIO

Héctor Carreto,
Coliseo,
Editorial Joaquín Mortiz,
México, 2002.

Cargado de sinceridad y de honradez, Héctor Carreto, ganador del Premio Nacional de Poesía 2001 con esta obra, nos ofrece una poesía despojada de maquillaje innecesario. Para aquellos que a la muerte del nicaragüense Ernesto Cardenal consideraron enterrado al epigrama contemporáneo, terminarán alzando las cejas, sorprendidos, al momento de leer Coliseo, un poemario único en la poesía mexicana actual; una sensación de respiro, de frescura, se percibe con esta obra dentro de un medio ambiente poético que a veces asemeja a un conjunto de nociones fijas y rígidas que sólo piensa reflexiones ya transmitidas, y siente emociones ya usadas.

"Ha muerto Octavio, señor de esta casa./ Le sobreviven sus gatos./ ¿A quién le corresponde beber el vaso de leche?."

Carreto cumple con los preceptos de los epigramas en cuanto a que éstos deben ser humorísticos, eróticos, costumbristas y, principalmente en el caso de Coliseo, satíricos. En varias ocasiones el autor excede los límites habituales del epigrama (cuatro o cinco versos); sin embargo, esto carece de importancia al sentir su fuerza. Coliseo está empapado de la influencia de los grandes poetas grecolatinos, de la mitología, de la historia; es un poemario que voltea a la tradición, y que sin embargo tiene una idea clara de los temas, personajes y acontecimientos de la actualidad, y en ocasiones mezcla todos estos ingredientes, sin dejar nunca de lado el erotismo, el humor y la sátira como en "El caballo de Trojan": Esa noche, mientras Paris, / absorto, pulía su dardo;/ mientras Menelao soñaba/ con lienzos tibios detrás del muro,/ me escurrí hasta la pieza de Helena/ y, envuelto en un disfraz de látex, logré violar las puertas de Troya."

Dividido en cuatro partes –Delikatessen, Ocasión funeral, Satélites, y Contagios–, Coliseo logra conquistar zonas insospechadas, vastos territorios que habían permanecido clausurados por mucho tiempo para los contemporáneos del poeta Héctor Carreto. No existe, tal vez, un tema que unifique el poemario, sino un tono de crítica, de sátira, de humor, de paradoja, de ironía; si acaso como temática podríamos poner de ejemplo la última parte del poemario, Contagios, donde el tema se centra en la poesía, en la obra del poeta, en la musa, en el poeta regañado por la musa.

Carreto, el mayor crítico de su obra, se convierte en un ejemplo para los jóvenes, en el sentido de ser extremadamente crítico con el trabajo que se produce, de obligarse a ser sintéticos y, en vez de tratar de publicar todo lo que se escribe, publicar aquello que pueda aportar algo o que lo deje satisfecho a uno, para lograr la poesía que mencionaba Jorge Cuesta: "Poesía que no quiere más que ser exacta y que une, en su claro propósito, la humildad de su oficio o la nobleza de su servidumbre, se somete y sirve, no más, pero encontrando en su esclavitud el más digno empleo de su libertad. Su esclavitud es la de una ventana, su oficio es la transparencia." •



EXPOSICIÓN. En la galería Djambé se presenta la exposición Caras vemos. Corazones nada sabemos, de Luis Gal. La cita es, hasta el 25 de junio, en el pasaje El Parián ubicado en Álvaro Obregón núm. 130, col. Roma.

DANZA. La compañía Fuga Danza, bajo la dirección de Patricia Peñaloza, presenta la obra coreográfica Semillas de amaranto, los sábados de junio a las 13:00 horas, en el Foro del Dinosaurio del Museo Universitario del Chopo ubicado en Dr. Enrique González Martínez núm. 10, col. Santa. María la Ribera. Costo: $20.00.

Dentro del Ciclo Recreo 2002, la Compañía de Danza Athosgarabatos presenta Ratones con pantalones, los sábados, hasta el 7 de julio, a las 13:00 en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario ubicado en Insurgentes Sur núm. 3000. Costo $ 60.00.

PRESENTACIÓN. El próximo 27 de junio se presenta el libro Bazar de asombrosii, de Hugo Gutiérrez Vega. Participarán Miguel Ángel Granados Chapa, Humberto Musacchio, Luis Tovar y el autor. La cita es a las 19:00 horas, en la Casa del Poeta ubicada en Álvaro Obregón núm. 73, col. Roma.

TEATRO. Basada en el libro Cartas a una joven psicóloga de Ignacio Solares, se presenta la obra La moneda de oro ¿Freud o Jung?, en el teatro Wilberto Cantón de la sogem ubicado en José María Velasco núm. 59, San José Insurgentes. La cita es los viernes a las 20:00, los sábados a las 19:00 y los domingos a las 18:00 horas.

La Compañía Mexicana de Circo de Cámara, Circo Raus, presenta Salón de belleza, manifiesto macabro sobre lo no dicho. La cita es los jueves y viernes a las 20:00, los sábados a las 19:00 y los domingos a las 18:00 horas, en el Foro de las Artes del cenart ubicado en Río Churubusco y Calzada de Tlalpan, col. Country Club, Metro General Anaya. Costo: $ 60.00

Dirigido por Jorge Vargas, se presenta el montaje de la Compañía de Teatro Sombra, El censor, reflexión sobre la pornografía y la simulación. La cita es todos los lunes a las 20:30 horas en La Gruta del Centro Cultural Helénico.