![]() Ana García Bergua YAYOS Para
toda la familia, de los dos lados
Para Xicu
Pero les decía que en ambos libros figuran mis abuelos paternos y materno de manera destacada. El autor de Visca Cárdenas!, junto a ibicencos famosos como Ángel Palerm y mi propio papá, Emilio García Riera, dedica un capítulo entero a Emilio García Rovira y Paquita Riera, mis abuelos, ambos maestros que vivían en Ibiza: seminarista jesuita reconvertido, mi yayo Emilio (lo de yayo es la manera familiar de allá) fue un maestro de formación grecolatina que con el tiempo llegó a dirigir la Escuela Graduada de aquella isla. A raíz de la gran tragedia de la guerra, como dice Xicu Lluy, "lo perdió todo por sus convicciones políticas, pues era militante de Izquierda Republicana". Por su parte sigue Xicu, quien debe perdonar mi torpe traducción del catalán "Paquita Riera era una mujer de fuerte personalidad que llegaría a ser una destacada activista sindical: entre 1936 y 1939 ocupó cargos de responsabilidad en los organigramas del psuc y la Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza". En Visca Cárdenas! se narra lo que fue la salida abrupta de mis abuelos de la isla a Barcelona, su actividad como miembros del psuc (Emilio García Rovira recorrería el frente como "miliciano de la cultura") y el amargo exilio que acabaría con la vida de mi abuelo en República Dominicana, víctima del paludismo. Nunca lo conocimos, pero nos heredó un trozo de novela que narra el comienzo de su partida de Ibiza.
Ambas eran historias que ya conocíamos,
más o menos: como hijo de exiliados, lo primero que hace uno es
memorizar la historia de que proviene, pues esa saga funda la propia identidad.
Sin embargo, no ha dejado de sorprenderme ver la figura y la obra de nuestros
abuelos plasmadas en libros, como una retribución muy justa si bien
tardía. La verdad es que me han hecho sentir importante.
![]() Javier Sicilia ANDRÉ MALRAUX, EL MÍSTICO CIEGO Sobre André Malraux se ha escrito mucho y continúa escribiéndose. Su obra, pese a suceder en el campo de las revueltas marxistas, no sólo no ha envejecido, sino que continúa fascinando. Su fascinación es doble. Por un lado, la figura de Malraux, semejante a la del subcomandante Marcos, produce entre los intelectuales un sentimiento de vergüenza que maravilla y exaspera. Al igual que Marcos, Malraux no sólo pensó el mundo y plasmó sus obsesiones en espléndidas novelas, sino que cada milímetro de su pensamiento, cada frase y cada aventura de sus personajes, están medidos con el peso de su vida. Malraux fue, en este sentido, un intelectual de acción o, mejor, un intelectual de coherencia inaudita. En él se cumplía la relación fundamental entre pensamiento, palabra y acto, o lo que su contemporáneo Sartre llamó le engagement. En segundo lugar, Malraux trascendió sus obsesiones políticas. Para este hombre, arqueólogo de profesión, experto en estudios orientales, comprometido con las revueltas marxistas de la China de Chang Kai-shek, con la lucha republicana en la guerra civil española, con la resistencia francesa durante la ocupación nazi y finalmente con el gaullismo, la acción política, incluso la acción armada, no eran un fin en sí mismas ni una forma de conquistar un mundo más justo, sino una manera de acceder a lo inefable. Hijo del existencialismo, Malraux comprendía la solidaridad con los que sufren como una manera de ser interpelado por una realidad oscura que sólo se experimenta en las situaciones límite: en los abismos del eros o de la muerte. Para Malraux hay algo que nos trasciende, pero ese algo ha perdido su rostro o, mejor, jamás lo tuvo. Ni el suicidio ni la religión responden por él (cito de memoria): "Sólo nos convertimos o nos suicidamos declara Perken, uno de los personajes de La voie royale para no morir de cara a lo imposible." Suicidarse o convertirse es claudicar, es negarse a enfrentar el horror de la muerte que aplasta nuestra existencia; es buscar, en el caso del suicidio, una huida; en el de la conversión, una mediación. Para Malraux, en cambio, se trata de desafiar y, al desafiar, de vivir. Si el hombre ha de vivir ha de ser siempre de cara a lo imposible, experimentándolo con todo el peso de la fascinación y de la angustia y en una solidaridad extrema con aquellos que, aplastados por el peso de la necesidad y de la injusticia, han decidido rebelarse. En este sentido, la acción política para Malraux no es, como para los marxistas a los que acompañó en sus levantamientos, un medio para alcanzar un objetivo humano, sino un desafío metafísico, un asalto ciego y furioso a las fortalezas de lo inefable. Malraux y todos sus personajes son por ello seres metafísicos o, mejor, seres "metafisicoprácticos": ni pragmáticos obsesionados por la eficacia, ni agitados inquietos por la diversión, sino exploradores de lo desconocido mediante la acción, apasionados de las situaciones límites, seres devorados por la necesidad de encontrar y darle sentido a su existencia.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos y evitar que Costco se construya en el Casino de la Selva y el aeropuerto en Atenco. |