La Jornada Semanal,   domingo 16 de junio del 2002                         núm. 380
José Antonio Aguilar Rivera

Magia

El maestro Aguilar Rivera, autor de la novela La fiesta de las turcas, nos habla en este luminoso ensayo del libro de Ioan Culianu, Eros y magia en el Renacimiento. Culianu, discípulo de Mircea Eliade, entró de lleno a las obras de Pico de la Mirandola, Marsilio Ficino y Giordano Bruno. Aguilar Rivera afirma que “el mago del Renacimiento, esa mezcla de médico y profeta, se ha transformado, pero no se ha ido. Ahora se ocupa de las relaciones públicas, la propaganda, la investigación de mercado, las encuestas, la publicidad y, en suma, todas las formas de manipulación”. Es, por lo tanto, una extensión del manipulador de Bruno.

Nunca estaría inclinado a creer que nadie
que tema al sufrimiento físico haya tenido 
nunca un conocimiento íntimo de lo divino.

Giordano Bruno,
Sigillus sigillorum

Hay palabras que cargan un estigma de irracionalidad. La "fantasía" es sinónimo de puerilidad; los "fantasmas" son espíritus chocarreros que utilizan sábanas para espantar y la "magia" es lo que practican los charlatanes que sacan conejos de sus sombreros huecos. En nuestra era científica la magia sólo tiene cabida en los libros infantiles. No siempre fue así. A primera vista podríamos creer que el imperio de la magia ocurrió en un remoto pasado, no muy distinto al mundo imaginado por Tolkien en El señor de los anillos. Al evocar la imagen del mago nos viene a la mente la figura de un Merlin; un anciano de largas barbas y sombrero puntiagudo. Mas el auge de la magia como una práctica aceptada no ocurrió durante la Edad Media, en una era de oscurantismo y superstición. Por el contrario, el cenit de la magia tuvo lugar durante el Renacimiento. En efecto, la magia es parte constitutiva de una época de sofisticación intelectual sin parangón. La historia que todos conocemos va más o menos así: durante los siglos xiv y xv se redescubrió la antigüedad clásica. Italia rompió con el oscurantismo de la Edad Media al revivir a la filosofía y a la literatura clásicas. En política, el humanismo cívico reemplazó a la vetusta escolástica. El libro que sintetiza este movimiento es El príncipe de Nicolás Maquiavelo, fundador de la nueva ciencia de la política. Esta imagen, como todas aquellas que presentan sencillas estampas, es falsa. Si bien el humanismo cívico terminó por volverse la corriente hegemónica, coexistió por un largo tiempo con movimientos filosóficos alternativos. Otras fuentes de inspiración competían con los emuladores de griegos y romanos. La escolástica no desapareció simplemente del mapa. Las escuelas de derecho también compitieron con las enseñanzas inspiradas en Roma. Y, por último, los valores seculares y cívicos del humanismo se hallaron en competencia directa con la magia. Los horóscopos fascinaban a dignatarios e intelectuales por igual. La fechas de construcción de palacios e iglesias se escogían de acuerdo al calendario astrológico. Los magos eran personajes cultos, bien conectados y respetados.

A primera vista parecería que la ascendencia de la magia en el Renacimiento es una anomalía intelectual. ¿Cómo imaginar una Florencia donde convivían un Leonardo da Vinci y un Merlin con una carta astral bajo el brazo? Pero nuestra sorpresa sólo es muestra de que la distancia que nos separa de esa época es inmensa. De la magia que se practicaba en el Renacimiento sólo nos queda una grosera caricatura, vacía de significado. Como demostró Ioan Culianu, el erudito profesor rumano asesinado en la Universidad de Chicago en 1991, la magia de hombres como Giordano Bruno, Pico de la Mirandola y Marsilio Ficino no tenía nada que ver con la noción popular del término. No sólo la magia era representativa de la sensibilidad del Renacimiento sino que, en algunas de sus versiones, es singularmente moderna.

La magia de Bruno y otros era una técnica que buscaba manipular a la imaginación. Según Culianu en Eros y la magia en el Renacimiento (1987), "la magia es un medio de control sobre el individuo y las masas basado en un profundo conocimiento de los impulsos eróticos colectivos e individuales. Lo podemos reconocer no sólo como un ancestro distante del psicoanálisis, sino también, y de manera más directa e importante, de la psicosociología aplicada y de la psicología de masas". El mago del Renacimiento no ha desaparecido; simplemente se ha transformado en personajes tan reconocibles como el agente publicitario, el experto en mercadotecnia y el propagandista.

EL MAGUS

¿Quién era y qué hacía el mago del Renacimiento? En De vinculis in genere (De los vínculos en general), Giordano Bruno (ca. 1548-1600) explica detenidamente el funcionamiento de la magia. Según Culianu, De vinculis in genere es la obra que merece el lugar de honor entre las teorías de la manipulación de masas. Este libro supera a El príncipe en profundidad, oportunidad e importancia. Mientras que pocos gobernantes actuales podrían imitar al tirano maquiavélico, los métodos de persuasión y manipulación descritos en De vinculis in genere son empleados a diario con éxito. Si Maquiavelo se ocupó de la manipulación política, Bruno creyó que era posible controlar otros ámbitos de la vida de la misma forma. El mago de Bruno es capaz de manipular a la multitud a través de sutiles "vínculos". El mago de De vinculis in genere es el prototipo de los sistemas impersonales, como los medios masivos de comunicación, la censura indirecta y la manipulación global que ejercen control sobre las masas incautas.

Como un buen publicista, el mago del Renacimiento debía conocer perfectamente a los sujetos que deseaba controlar. Sin el conocimiento de sus deseos, temores y expectativas era imposible formar el "vínculo" apropiado. A partir de esa información el mago producía los "vínculos" adecuados. El propósito era "encadenar" a los sujetos sin que éstos se percataran de ello. ¿Cuál era el instrumento de manipulación? En términos muy generales era Eros: aquello que amamos. Desde el placer físico hasta los gozos insospechados, pasando por el poder y la riqueza. Todos los afectos, creía Bruno, se reducían a dos: aversión y deseo. El odio no era otra cosa que la imagen en espejo del amor, la indignación era el amor a la virtud, etcétera. Así, el vínculo más alto (vinculum summum praecipium et generalissimum), el más importante y general, era Eros.

La acción mágica ocurría a través del contacto indirecto de sonidos e imágenes, que ejercían su poder sobre los sentidos de la vista y el oído. Éstos imprimían en la imaginación aversión, alegría, atracción o repulsión. El mago seleccionaba con gran cuidado los sonidos y las imágenes apropiados para inducir los estados mentales deseados. La personalidad del sujeto era crítica, pues no todas las personas reaccionaban igual al estímulo mágico. Aquí es cuando la información recabada adquiría una gran importancia. Las imágenes eran capaces de engendrar en un individuo, o en una masa de personas, sentimientos de amistad, odio, libertinaje... Por supuesto, la vista y el oído eran sólo puertas traseras a través de las cuales el "cazador de almas" –el mago– introducía sus cadenas y señuelos en las personas. La entrada principal para todos los procesos mágicos era la fantasía. De acuerdo con Aristóteles, el alma sólo puede transmitir las actividades vitales al cuerpo por medio de un órgano maestro –el proton organon–, un aparato espiritual localizado en el corazón. Los mensajes que percibimos a través de los cinco sentidos se dirigen a ese descodificador, que los traduce de tal forma que se vuelven inteligibles. En el proton organon un sentido interno llamado fantasía transforma los mensajes sensoriales en fantasmas, que el alma puede percibir. El mago intentaba apoderase de este centro controlador; el lente que le permitía al alma mirar afuera. Las cadenas debían ser "fantásticas".

El reto para el mago era controlar su propia fantasía. Para que el manipulador no acabara siendo manipulado debía arreglar, corregir y proveer los estímulos fantásticos a voluntad. Debía saber si las imágenes que percibía de ordinario provenían de sí mismo o de alguna fuente externa. Quien no ama nada no tiene nada que temer, esperar o presumir. No tiene motivos para disculparse, humillarse u ofuscarse. No puede ser afectado. Así, se vuelve inmune a cualquier emoción causada por un origen externo. Si el mago cedía ante la compasión o el amor corría el riesgo de ser encadenado por alguna voluntad ajena. Para controlar a otros era necesario, primero, estar libre del control de los otros. Todo es susceptible de ser manipulado. El tratado De vinculis in genere es un manual práctico para el mago. Ahí se enseñaba cómo manipular a los individuos de acuerdo a su naturaleza emocional mientras que el mago se mantenía al margen de las peligrosas influencias de Eros. Lo curioso es que si bien el mago debía erradicar dentro de sí cualquier rastro de amor, incluso de amor propio, no era inmune a las pasiones. Por el contrario, debía alimentar en su mecanismo fantástico pasiones formidables, siempre y cuando fueran estériles y no le hiciesen perder la cabeza. Esto era así porque no había forma de embrujar a otros sin experimentar antes en carne propia lo que se deseaba producir en las víctimas.

Tenía razón Culianu cuando afirmaba que los historiadores se equivocaron al creer que la magia había desaparecido con el advenimiento de la ciencia. El mago del Renacimiento, esa mezcla de médico y profeta, se ha transformado, pero no se ha ido. Ahora se ocupa de las relaciones públicas, la propaganda, la investigación de mercado, las encuestas y la publicidad. Los magos modernos son una extensión del manipulador de Bruno. Los anhelos del mago –producir luz, moverse en el espacio de manera instantánea, comunicarse con regiones lejanas del espacio, volar y contar con una memoria infalible– se han cumplido cabalmente con la invención de la electricidad, el Metro, la radio y la televisión, los aviones, el transbordador espacial y la computadora. Tal vez, si Bruno pudiera contemplar el mundo moderno, miraría a su alrededor y, después, simplemente sonreiría.