Carlos Marichal
El futuro de la banca de desarrollo
El gobierno actual acaba de anunciar la puesta en marcha de su Programa Nacional de Financiamiento del Desarrollo (Pronafide), en el cual parece fincar grandes esperanzas. Sin duda, el programa está lleno de buenas intenciones, pero como ha señalado Jesús Silva Herzog recientemente, son muy similares a las que se vienen anunciando hace años. Lo cierto es que entre la utopía y la realidad hay un trecho. Y la realidad económica actual no es nada halagüeña para la mayoría de las empresas en México, ya que se viene favoreciendo a la banca y a los grandes grupos corporativos como niños mimados del Estado.
Uno de los instrumentos fundamentales que debieran utilizarse para financiar el desarrollo económico del país, y en particular para apuntalar a las pequeñas y medianas empresas, es la banca de desarrollo. Sin embargo, tanto en México como en los demás países latinoamericanos existen grandes dudas acerca del futuro de la banca de desarrollo.
Una noticia reciente sugiere que se podrían estar dando pasos en la dirección correcta. Se trata del acuerdo firmado hace muy poco entre Nacional Financiera (Nafin), la Secretaría de Economía y el Banco Santander Mexicano para otorgar créditos a pequeñas y medianas empresas. Con este esquema, Santander otorgará créditos de entre 50 y 500 mil pesos a un universo potencial de 8 mil pequeñas compañías. En total, Santander está dispuesto a colocar 160 millones de dólares en estos préstamos, lo cual no es una cifra muy alta, pero representa una inovación fundamental dentro del actual sistema bancario mexicano, atrapado en una notoria inercia desde 1995.
Pero hay gran escollo en esta propuesta. El principal problema consiste en que los créditos a otorgarse llevarán altas de interés, alcanzando una tasa de 17 por ciento para préstamos de corto plazo y un poco más para préstamos de largo plazo. Estos rangos de intereses seguramente sobrepasan lo que serían los beneficios de la mayoría de las empresas chicas que, como es bien sabido, han venido enfrentando múltiples dificultades en los últimos años. Además, si una empresa no puede pagar tan altos intereses inmediatamente, se capitalizarán y la deuda se ampliará en forma de una burbuja.
La principal inovación de la nueva propuesta consiste en que Nafin ofrece fuertes garantías para estas operaciones, asumiendo el riesgo de 75 por ciento del préstamo en el caso de las empresas en operación y 85 por ciento del riesgo en nuevos emprendimientos. Esto sí es una novedad. En esencia, con el nuevo esquema el gobierno está ofreciendo redes de seguridad a todos los actores involucrados sin tener que desembolsar fondos, al menos a corto plazo. Solamente tendrá que realizar aportaciones si se producen quiebras. Pero lo más importante es que con las nuevas medidas se puede comenzar a romper el congelamiento de los recursos de la banca comercial y ponerlas en operación productiva.
Falta saber si las empresas pequeñas y medianas puedan pagar 17 por ciento de intereses a Banco Santander por año. Es claro cuál es el cálculo de beneficios para el banco: cobra 17 por ciento, pero tiene que deducir 6 por ciento por la inflación y 4 por ciento de intereses a los depositantes. Le queda al banco un 7 por ciento de ganancias, lo cual es una cifra alta, considerando que el dinero que utiliza para las operaciones no es de su capital sino de los depósitos de terceros. ƑNo sería más conveniente cobrar un poco menos en aras de asegurar que los pequeños empresarios puedan participar?
En todo caso, está claro que el esquema propuesto es alentador porque implica que el gobierno está proponiendo mecanismos para tender puentes entre banca paraestatal, banca privada comercial y pequeñas y medianas empresas privadas. Reformar la banca de desarrollo en México y darle mayor vitalidad es una alta prioridad. La primera institución de este tipo fue el Banco Nacional de Crédito Agrícola (1926), siendo seguido por el Banco Nacional Hipotecario y de Obras Públicas (1932), Nacional Financiera (1934), el Banco de Crédito Ejidal (1935) y el Banco Nacional de Comercio Exterior (1937). Luego se fusionaron los bancos oficiales agrícolas en Banrural (1965). Pero tampoco debe olvidarse la existencia de otras empresas menores, el Banejército, todavía activo, y el Banco Obrero (1941), ya desaparecido. Inclusive existió un banco que estaba destinado a apoyar la industria cinematográfica, que se creó en los años de 1940 en la época de oro del cine mexicano, pero que luego lamentablemente feneció.
La historia de la banca paraestatal ha estado marcada por altibajos y claroscuros, siendo considerada por algunos como altamente positiva para el desarrollo económico nacional mientras que sus críticos sostienen que han sido ineficientes y fuente de corrupción. La mayoría de los bancos están en proceso de profunda reorganización. Hoy en día se está discutiendo cuál debe ser el papel de la banca de desarrollo en los decenios próximos. Pero hasta ahora ha sido una incógnita cuál podría ser el plan del gobierno con respecto a la funcionalidad y destino de este tipo de instituciones en la economía mexicana en este nuevo siglo. A los ciudadanos también les toca comenzar a hacer propuestas como la refundación del banco paraestatal para el cine y los medios, o, alternativamente, un banco de desarrollo orientado al financiamiento de la infraestructura rural en los pueblos más pobres, incluyendo en especial a las comunidades indígenas.