Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 11 de junio de 2002
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Espectáculos

La intérprete murió el domingo 9 en su natal La Habana, Cuba

Elena Burke, la Señora sentimiento, logró hacer de la canción un arte atemporal

Rescatar del olvido grandes temas románticos, uno de sus méritos, dice García Márquez

ERNESTO MARQUEZ ESPECIAL

Conocida como la Señora sentimiento, por esa forma tan intensa de cantar, Elena Burke, la figura más representativa de la corriente filin y de la bolerística cubana, falleció la mañana del pasado domingo 9 en La Habana, Cuba, a causa de una enfermedad terminal que controlaba desde hace cuatro años.

Elena, quien no fue bautizada con ese nombre, sino con el de Romana Burgues, sobrellevaba con entereza el padecimiento del sida, enfermedad contraída durante su estadía en México, y que ninguno de sus amigos, y nadie del público le preguntó o hizo referencia estando la cantante en vida por el gran cariño e inmensa admiración a su persona y su arte.

La Burke vivió sus últimos días en silencio, alejada de la farándula, sólo acompañada por sus recuerdos y las visitas ocasionales de sus íntimos. Pocas veces se le vio en público, salvo aquella noche de diciembre de 1999 cuando familiares y amigos se reunieron en el Habana Café del Hotel Meliá para festejarle un año más de vida.

La dama de la canción llegó en silla de ruedas y en la puerta del lugar le esperaban su amigo y compañero de canción César Portillo de La Luz, Juan Formell, Pancho Céspedes y el poeta Miguel Barnet quien más adelante le leería una pequeña oda dedicada a ella:

Te quedaste con todo,

el libro y la memoria,

los paseos y la flor.

Pero yo tengo tus ojos

y de vez en cuando me miro

en ellos -tan tristes y huidizos-

para que tú me lo devuelvas todo,

el libro y la memoria,

los paseos y la flor.

Elena vivió para cantar, desde sus tiempos iniciales, cuando era un bichito y visitaba a los muchachos del filin en el Callejón de Hamel. Desde entonces fue vehículo interpretativo de todos los géneros y de todos los autores, cubanos o no.

En una entrevista nos confiaba que desde siempre fue una enamorada de la canción. "De niña cantaba tangos, rumbitas, guarachas y sones... me volvía loca cantando aquello y la gente se embullaba conmigo. Luego conocí a los muchachos del filin y me le escapaba a mi mamá para ir a escuchar música a la casa de Angelito Díaz, donde se reunían César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Justo Fuentes, Pablo Reyes, Armando Peñalver y otros. Lo más gracioso es que todos eran hombres y yo metida allí... Claro que tenía problemas en la casa, pues llegaba a veces a las cinco de la mañana, pero me gustaba mucho la música y en la casa de Angelito había locura por la música".

Sus inicios profesionales los tuvo como vocalista de la orquesta de la emisora Mil Diez, dirigida por los maestros Adolfo Guzmán y Enrique González Mantici. De ahí, su paso lo vieron varias agrupaciones vocales hasta llegar Dámaso Pérez Prado y convertirse en su primer pianista acompañante. Más tarde ingresó como figura central en los espectáculos que se realizaban en el Teatro Fausto y el Tropicana de Cuba.

"Como ya te he dicho yo venía de ganar un concurso en la Corte Suprema de la Música, por lo que un día me presenté aburke-1 Onorio Muñoz, de la Mil Diez, y le dije 'Por favor, oígame cantar'... y ahí mismo me contrataron, permaneciendo en esa estación radiofónica durante mucho tiempo."

Elena, quien había bailado con Litico en el Tropicana y, también, integró un espectáculo cubano en Jamaica, demostrando sus dones danzarios para satisfacer el apetito de un público anhelante de rumbas, guarachas y sones cubanos, evocaba aquellos momentos con gracia y picardía: "Me gusta bailar, me gusta cantar... me gusta la música. Qué quieren, šasí soy yo!"

Su primera salida al extranjero la realizó a nuestro país (1950) como parte del show de Las Mulatas de Fuego, provocando, con su voz de tintes negroides y resonancias operísticas, gran revuelo en el espectro nocturno de aquellos años. En el desaparecido Follies Berger trabajó al lado de la ya famosa Tongolele. Ahí la conoció Emilio El Indio Fernández quien asombrado por su voz la invitó a participar en la filmación de Salón México. En esa etapa se unió al Cuarterto de Facundo Rivero con el que realizó una larga gira por Centro y Sur América.

Terminados todos sus compromisos foráneos regresó a Cuba e ingresó al conjunto de Orlando de la Rosa. Trabajaron en algunos lugares de La Habana y poco después marcharon a Estados Unidos, en una ruta de centros nocturnos y hoteles que les marcó una actividad incesante, en la que interpretaron números del director -Vieja luna, Nuestras vidas, Eres mi felicidad...-, que más adelante serían famosos.

Su periplo artístico hizo escala importante cuando conoció a la pianista y directora de orquesta Aída Diestro, quien trabajaba en la CMQ Radio y a la cual animó para formar parte de una agrupación vocal que había planeado junto con Moraima Secada, Omara y Haydeé Portuondo. En agosto de 1952 debutaron en el Carrousell de la Alegría, espacio televisivo presentado por Germán Pinelli. Recién acababan de montar dos números: Mamey colorado y Cosas del alma. De ahí pasaron al Show de mediodía y eso les hizo pensar en extender su repertorio, entonces armaron: Que jelengue, Profecía, Ya no me quieras y Las mulatas del cha cha cha. Todo prometía; sin embargo, la irregularidad en los contratos fracturó el proyecto y provocó la separación.

"Yo lo pensé mucho -comentaba Elena-, como quiera que sea habíamos logrado algo importante en nuestras vidas. Teníamos un estilo muy singular que gustaba a propios y extraños y eso le daba perspectivas a nuestro trabajo. Realizamos algunas giras por el extranjero, grabamos un disco acompañando a Nat King Cole y otro a dúo con Lucho Gatica, pero creo que se dio el momento en que cada una de nosotras necesitaba consolidarse por separado y, bueno, nos despedimos, sin pena y sin llanto."

El don de la expresión

Separada de sus amigas, Elena fue en pos de un algo que le definiera. Un estilo que, amén del don de la expresión, le proporcionara libertad para interpretar cualquier tema. Y ese "algo" lo encontró de manera expedita en su persona, ya que en ella estaba el don de la expresión como una de sus más altas cualidades.

Entonces La Burke se convirtió en la intérprete ideal de todo compositor, pues si bien se aprendía la canción interiorizando las motivaciones del autor, hacía visibles las palabras, la metáfora más sutil con una gestualidad característica y, al mismo tiempo, con una fuerza expresiva de arrebato.

"A menudo se dice que soy la mejor intérprete del filin... Yo pienso en un determinado momento se puede interpretar una canción muy mal y se deja de ser la mejor en ese momento. Eso es muy relativo. El filin es una cosa en la que tiene que ver mucho el ánimo, la emoción", afirmaba.

No permitía caer en rutinas

Enriqueta Almanza, una de sus más asiduas acompañantes al piano decía que no era fácil acompañar a Elena: "Ella no permite caer en rutinas. Aunque se trate de canciones repetidas, siempre hace de una versión variantes insólitas. En un escenario uno tiene que andar cazándola, pues nunca proyecta un número igual ni dos veces. Y no hablo de lo musical solamente, sino de la emoción".

Por su parte Frank Domínguez, él compositor de Tú me acostumbraste, de la que Elena fue su primera intérprete, comentaba al respecto del estilo de Elena y de su capacidad musical subrayando la importancia del "oído armónico". "No lee música, pero sabe exigir el acorde perfecto. Y si cambia la melodía, en definitiva, la realza con su sentimiento. Pero si el acompañante varía en algo una nota, con su mirada de saeta, por encima del hombro, es capaz de preguntar en medio de un espectáculo: 'Ƒqué es eso?' Elena es única, ha levantado canciones sin tanto vigor a partir de su versión."

A Gabriel García Márquez le gusta mucho su estilo, de hecho le parece la mejor cantante que ha tenido Cuba durante mucho tiempo y dice que uno de sus grandes méritos ha sido rescatar del olvido y difundir para beneficio nuestro una gran cantidad de temas románticos, de los cuales, confiesa, se inspiró para escribir El amor en los tiempos del cólera.

"Elena Burke -apunta Gabo- descubre con su voz lo que hay en su interior. Por eso por donde pasa deja huella, y deja huella porque sus interpretaciones consiguen imponer en el escucha: el texto, la melodía y el ritmo de las canciones."

Artista para siempre

A lo largo de su vida artística que si contamos hasta el momento actual suman seis décadas (profesionalmente inicio en 19242) Elena Burke representó el caso peculiar de una intérprete que por la calidad de su técnica y el sonido de su voz logró hacer de la canción un arte atemporal, logrando conciliar el pretérito de ausente en futuro pluscuamperfecto, es decir: cultivó la tradición cancionística, mientras experimentaba con las nuevas formas líricas de nuestros tiempos, convirtiendo su trabajo en un fruto rico y complejo de gran talla humana y musical. Elena dominó un vasto repertorio que comprende por lo menos las cinco últimas décadas del cancionero cubano, desde la cima de la trova tradicional hasta la interpretación más decantada de la canción contemporánea.

Ella ha sido de las pocas, por no decir la única, que logró combinar con sabiduría y buen gusto estilos tan variados como los de Ernesto Lecuona, Silvio Rodríguez, Ignacio Piñeiro, Sindo Garay, Mirta Silva o Pablo Milanés. Y eso no es una identificación, sino la prueba más rotunda de su condición de gran estilista, que le permitió en vida abarcar cuanto registro y cuanto acorde existe sobre el pentagrama; porque ella descubrió con su voz la maravilla de lo nuevo.

Elena se ha ido pero aquí, de pie, como decía en su canción, se ha quedado la Señora sentimiento, cuyo legado es la vigencia de su voz retratada en más de 20 LP y un enorme mapa sentimental por el que se guían las buenas razones.

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